lunes, 1 de enero de 2001

Lectura 7

 


Los ojos de la niebla
Raquel Lanseros
Madrid, Visor, 2009.
47 págs.




El par hombre/mujer intenta definir en este poemario una mirada sobre el mundo, no en función de roles sexuales sino como una simple indicación que dota a cada uno de los títulos de los poemas de un sujeto que lo vincula a un modo de contemplación universal desde el olvido y la niebla que lo preside todo. Pero esa mirada incurre con demasiada frecuencia en tópicos y visiones poco fértiles y en recursos  metafóricos previsibles. En el olvido vive la memoria, el valor de lo soñado en los propios sueños, en los ojos reside la luz y la niebla. Esta línea constructiva de subsunción de las cosas en su propia contradicción no genera durante su recorrido un verso de fractura, de autovaciamiento, sino de insistencia en un tópico, "todos nosotros somos / el envés y el anverso", que me ha sumido en una lectura indiferente y poco sugeridora. He de confesar que no había leído nada de esta autora y que esperaba algo más ante la buena acogida que suelen tener sus libros y ante los premios de su currículo. La estructura de muchos de sus poemas es bastante simple. Comienza por una exposición situacional en donde el sujeto hombre/mujer aparece descrito con cierto prosaismo para acabar en una especie de estrofa final a modo de moraleja. "El hombre en la cima", por ejemplo, es aquel que lo tiene todo, la facilidad de la vida, el éxito, la belleza, salvo algo, "la gratitud auténtica, henchida de sí misma, / de saber el milagro y conocer sus límites", resolución obvia y que nos deja a salvo a los demás, a los que no lo tenemos todo, consolándonos. La posesión ilimitada evita el milagro, y así, al menos, nos queda a los que vivimos en la mediocridad, la fascinación como alivio poetizado. En "La mujer que reza" describe una anciana enlutada que va orando, al mismo tiempo que limpia una sepultura, y concluye con un verso final, "el tiempo desmayado no es más que una advertencia", donde parece decirnos que el yo de la poetisa y su tiempo pretende recoger aprendizajes del yo del personaje y su detención en el recuerdo a través de un culto a la mortandad, pero que a la postre queda desvanecido por un escenario demasiado sabido y que no acaba de desnudar o redimensionar con ese único verso finalista. Esta misma estructura se va repitiendo en otros poemas, a través de ese continuum en el que se mezclan los recuerdos familiares con los de hombres/mujeres cuya identidad radica en un rasgo o un carácter ("El hombre desnudo", "El hombre que brillaba como un ánbel") que acoge todo el sentido de la evocación.

El poemario va transcurriendo sin grandes sobresaltos, con recursos a la imagen conocida y segura. En "El hombre que pasea por Manhattan" ofrece la tópica visión, esa confusión urbana, deshumanizadora y rehumanizadora, que desde Lorca ofrece la ciudad, pero de una forma mucho más simplificada, donde "el cielo y el infierno están aquí y ahora". En "La mujer herida", finaliza el poema sentenciando que la vida enseña "cómo el alma dibuja / serenas cicatrices sobre viejas heridas", lo que constituye una evidencia vital que a nadie sorprende y que no añade nada a la experiencia cotidiana. No he encontrado aquello que espero como lector: el ojear desde la palabra algún sentido, algún presente novedoso que únicamente surja en el mismo insistir del verso. En resumen, un libro que me ha decepcionado por su escasa innovación formal y por su poco riesgo de contenidos significativos y evocadores.
 
Web oficial de la autora:
http://www.raquellanseros.com/

































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