lunes, 1 de enero de 2001

Lectura 6

 


Pitágoras y el pensamiento presocrático
Víctor Gómez Pin
Batiscafo-El País, 2015
144 pág.



Os comento otro libro de la colección de filosofía que El País publica actualmente, y que por los libros que llevo leídos, me parece que cumple en poca medida su objetivo divulgador. Como es erróneamente habitual en esta colección no se nos ofrece ni una nota sobre el autor del libro. Gómez Pin es un filósofo que en sus inicios se dedicó a la filosofía aristotélica, y que posteriormente se pasó a la epistemología y la filosofía de la ciencia, cosa que se deja notar mucho en el libro. Lo que busca es encontrar el origen de la ciencia y su relación con el pensar filosófico y por ello la figura central es Pitágoras. He aquí un error de base, pues ese mundo, mal llamado presocrático, es de una mayor complejidad y diversidad, y figuras como Heráclito o Parménides merecerían haber tenido más espacio. Pero el autor centra su atención en lo que es especialista y olvida el resto. «Y en ese momento, de una reflexión que es el germen de la ciencia, estamos pasando a una reflexión que será la infancia de la filosofía. Cabe, pues, decir que las preguntas filosóficas surgen de una inquietud sobre las respuestas científicas» (pág. 33).  La pregunta por el ser surge desde la pregunta por la materia. Esta es una de las ideas eje del texto. El proceso que propone va desde el naturalismo a la filosofía. Con los griegos la religión deja de ser la referencia a la hora de pensar (pág. 27).

En un segundo momento, surge la preocupación por el sujeto. Los presocráticos al colocar en el sustrato de la realidad diferentes materias o inmaterialidades únicas, acaban derivando el pensamiento hacia el ser mismo, hacia el hecho mismo de quién coloca ese algo como fundamento del todo. Quién piensa el sustrato del todo. Algo más estable que la diversidad de esos sustratos.

El problema es que es muy discutible que estas cuestiones nazcan desde el naturalismo. La pregunta ya había surgido antes de Tales. Hesíodo y la poesía lírica habían ido rompiendo los nexos del hombre con los dioses, vinculándolo a fuerzas ajenas a ese mundo. Pero el autor ni siquiera menciona el contexto histórico religioso como base para los cambios introducidos por el presocratismo.

Veamos cómo enfoca a Tales de Mileto de acuerdo con estos presupuestos. Su principal aportación fue el hecho de la convicción de que hay algo que está en los cimientos de la realidad y que ese algo es físico, algo presente en la propia naturaleza. Lo importante «al buscar un principio generador de la multiplicidad de entidades que constituyen el mundo, lo de menos es casi el determinar de qué elemento se trata…Lo importante es la convicción de que hay algo que efectivamente está en los cimientos, algo sobre lo cual todo reposa, algo a lo que nuestro discurrir intenta aproximarse    , algo que exige hacer alguna conjetura» (pág.45). Si bien esto es cierto, el hecho de entender a Tales, cuando hace al agua como matriz generadora del todo físico, como un naturalista, pero ¿podemos entender ese elemento como un mero sustrato material?

Gómez Pin utiliza como base de su razonamiento a un clásico de la ciencia, Schrödinger, pero yo prefiero a los clásicos de la historia de la filosofía. «Precisamente esta doctrina de Tales, del agua activa y de la tierra pasiva, pude ser aclarada por el mismo Semónides, su contemporáneo, el más antiguo testimonio  de tal modo de pensar, del que conservamos textos originales. Hablaba de mujeres que están hechas de tierra, y otras hechas de mar. Tierra era la cualidad de lo pasivo, inerte, básico y mar la de lo activo, móvil y espontáneo, que cambia y se mueve por sí, sin estímulo externo» (Fränkel, Poesía y filosofía de la Grecia Arcaica, pág. 250). Y siguiendo con Werner Jaeger: «al confinarse en los hechos comprobables por los sentidos, los jonios parecerían, pues, haber tomado una posición ontológica que sería francamente no teológica» (La teología de los primeros filósofos griegos, pág. 26), pero al lado de ello tenemos un Tales que afirma que «todo está lleno de dioses» (cosa que no dice Gómez Pin), lo que nos lleva a entender que ese principio que sustenta todo no es un fenómeno puramente natural sino que lo divino es un poder que emerge de la naturaleza y que supera a los simples «superhombres» de las historias mitológicas: «los dioses de Tales no viven aparte, en alguna región remota e inaccesible, sino que todo, esto es, todo ese mundo que nos rodea familiarmente y que nuestra razón toma con tanta familiaridad, está lleno de dioses y de los efectos de su poder…Ya no es necesario andar buscando figuras míticas dentro o detrás de la realidad, para comprender que esta es una escena donde ejercen su imperio poderes más altos» (Ibídem, pág.28) El concepto de divino se traslada al campo de aquello que está detrás de todo, algo vivo,  inmortal y eterno. ¿No sería desde la religión pensada racionalmente de dónde surge la ciencia?

Que Pitágoras ocupe la centralidad del libro por el hecho de haber sido el primero en entender que el número sustenta el orden del mundo, desenfoca la diversidad de la aportación presocrática. La afirmación del autor de que las matemáticas están tras todas las cosas o que se haya inscrita en nuestras facultades espirituales (pág. 98), tampoco describe la complejidad y la fusión de elementos que constituyó el pitagorismo. Porque también fue una corriente místico sectaria que creía en la transmigración de las almas; en la vida como un viaje hacia la integración en un alma universal, eterna y divina; en el mundo como kósmos … en ese marco el número  no es algo que matematiza la materia, sino algo que la diviniza. Serían los pitagóricos posteriores, y otros como Eudoxo o Teodoro de Cirene los que irían independizándola del mundo de lo religioso.

Y así el libro se estructura en la misma línea con el resto de filósofos. En resumidas cuentas, no puede entenderse como un libro de divulgación sino como una reflexión que pretende dar la vuelta a la visión clásica de la labor realizada por la filosofía presocrática en el surgimiento del pensar (a mi modo de ver, sin conseguirlo), y que por tanto iría más bien dirigido a los que ya conocen ese mundo antes que a los que pretenden conocerlo.














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