lunes, 1 de enero de 2001

Lectura 1

 



El juramento de la pista de frontón
John Ashbery  
Madrid, Calambur, 2010
Edición bilingüe a cargo de Julio Mas. 355 págs.



Entender la lectura misma como experiencia deconstructiva. Entre el lector y la palabra se establece un sistema de reconstrucción de significados y de situaciones en la que se convierte en el otro del poeta. Y en esa otredad el lector toma la palabra, aquella que el escritor oculta, fragmenta, desfigura, rompe referencialmente, parodia... Ashbery ofrece un sentido de lo lírico que reside en lo que se toma de la sugerencia continua de sentidos de las palabras, la sugerencia de que algo ha ocurrido o se ha dicho, pero que es imposible reproducir, porque la escritura es al mismo tiempo mentira y verdad, es un espejo ante cada uno donde cada uno reproduce la imagen que desea. Es cierto que esta poesía constituye un paso necesario para cualquier lector de lo lírico, pero  ¿hasta dónde podemos considerar que no es más que una experiencia de laboratorio en permanente situación de vacío?

La poesía de este Ahsbery es una dislocación continua de toda estructura lingüística. Es un modo de apilar preguntas que no se contestan y para las que apenas se delimita un escenario en el que el lector debe actuar como dueño y señor. No me siento a gusto en este tipo de situación lectora, no me proporciona estados de búsqueda más allá de mis propias reconstrucciones. La supuesta dificultad de la lectura no existe, pues cada quien lector es el que acomete la tarea del decir y del interpretar. Ahsbery se limita a amontonar imágenes, pictóricas, auditivas, visuales, bajo una apariencia de coherencia que a mi modo de ver resulta falsa, aunque muchos comentaristas se empeñen en lo contrario. El mismo traductor del libro nos ofrece su versión de cada poema al final del libro, consciente de que es una poesía que necesita de una guía de lectura para que no se le atragante a uno. Pero, precisamente, ese reconocimiento de lo que él mismo llama "esfuerzo de divulgación", no resulta más que un modo de entre tantos de explicar lo que no quiere ser explicado. Apenas se dejan entrever una serie de ideas guía en cada poema, para que el lector pueda imaginar o juegue con su propia subjetividad para componerlo en un espacio de significación personal. El problema reside en que intentar encontrar lo que el autor transmite es una tarea imposible, más allá de un entramado muy débil y, por ello, la intercomunicación no existe más que como un hecho interpretativo, donde el puzle apenas tiene unas posas piezas del autor y el resto es una composición libre del lector. ¿Se trata de significar que el lenguaje es una forma inútil de comunicación y hacerlo  además mediante significados lingüísticos? El lector pone su propio lenguaje desde un sin fin de hoquedades. Lo que supone traspasarle la imposibilidad de la comunicación para que él se convierta en un autocomunicador. Porque la comunicación siempre existe, aunque sea autoreferencial.

Después de tanta dosis de elipsis,  fragmentación,  paralelismos, repeticiones... he extraído poca experiencia conceptual o lírica . Pretender transmitir la desorganización y lo caótico de toda experiencia del sujeto convirtiendo la palabra en una pura nominación sin sentido más allá del poema, a partir de la rotura sintáctica y semántica, lo único que consigue es que el lector cree una experiencia uniforme y ordenada a partir de la sintaxis y la semántica propia. Quizás ahí esté su lirismo, detrás del prosaismo errático



0 comentarios:

Publicar un comentario