Quince lecciones sobre Platon
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Mario Vegetti
Madrid, Gredos, 2012.
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Con la bibliografía sobre
Platón desbordada permanentemente de títulos de todo tipo, lo que
ofrece
Vegetti es una nueva introducción a su pensamiento, lo que a primera
vista podría parecer una aportación más. Y en realidad lo es en gran
parte del libro, sino fuera por lo que nos dice en dos de sus capítulos
(lecciones 4 y 5), que son los que me interesa en mayor medida comentar.
Ya en la introducción (lección 0) avisa de que su estudio pretende
establecer un nuevo método de análisis de la obra platónica.
En primer lugar, afirma una obviedad: que Platón entendía la filosofía
como una
interlocución constante con el lector, no como el ofrecimiento de un
manual con un sistema acabado de pensamiento. Lo que entra en
contradicción con otro de los presupuestos que mantiene:
establecer un criterio de sucesión de los diálogos siempre es
arbitrario, ya que "es demasiado poco lo que sabemos de la vida de
Platón para convertirla en el eje central de su indagación filosófica"
(pág. 12), por lo que lo único que cabe es "una reconstrucción del
trasfondo a partir del cual cobran forma las situaciones dialógicas"
(pág. 13) . Ese carácter conversacional con el lector ¿no obliga a
establecer con la mayor precisión posible la situación, los deseos, la
coyuntura, el ambiente socio-político en el que ese interlocutor
pensaba y vivía, y al que Platón ofrecía sus preguntas y
respuestas? El hecho de que no tengamos datos de la biografía
platónica ¿invalida el estudio de su época y de la circunstancialidad
de muchas de sus propuestas?
Con todo ello, Vegetti ofrece estructurar el pensamiento platónico en
torno a una serie de núcleos temáticos que se mantienen constantes en
su obra, "no la filosofía
platónica, sino más bien los nodos en torno a
los que ella va tejiendo su trama siempre mutable y renovada" (pág.
13). Hasta aquí
la presentación teórica puede ser atractiva, pero
vuelve a la ambivalencia: ¿cómo es posible fijar esos nodos si no es a
través de una previa ordenación temporal que establezca una
priorización y jerarquización de los temas? Esos nodos ¿no van
surgiendo en un momento dado, debido a las propias circunstancias
internas a la construcción filosófica y externas históricas? ¿No
estaremos ante el tópico sesgo retrospectivo?
La indagación del autor continúa con la formulación de una pregunta
clásica en los estudios platónicos: ¿el pensamiento filosófico puede
ser puesto por escrito?, ¿la escritura era para Platón un medio
adecuado para expresar los contenidos medulares de su de
pensamiento? A mi modo de ver se trata de una pregunta mal
formulada, pues la propuesta platónica se centra en averiguar si era
posible utilizar la escritura para llegar a conseguir que el individuo
viera su alma tal cual era realmente, y para transmitir lo que el alma
contiene, directamente, literalmente, y lo que dialoga con otras.
Pero en la bibliografía actual la pregunta se deriva en mayor medida
hacia la relación entre escritura y filosofía, un debate que suena
demasiado a contemporaneidad (cómo deconstruir y construir gramáticas y
metalingüísticas sin una metafísica fundamentadora), y no hacia la
relación entre sujeto (ser contingente) y alma (ser en sí). Lo
anímico-divino y lo yoístico-sensible deben vincularse hasta llegar a
su identidad, y Platón se preguntaba en su obra no solo por la
escritura y la oralidad, sino por todos aquellos medios educadores (la
inspiración divino-poética, por ejemplo) que son en sí exteriores y
extraños a lo anímico (racionalidad pura); y le interesaba su eficacia
para la producción de ese objetivo. No dudaba de que había que
escribir, sino de cómo hacer que la escritura hollara derechamente el
alma, no solo el papiro; de cómo modificar con efectividad los
contenidos anímicos donde reside la verdad de lo que se es. Lo que
pretendía Platón era eliminar cualquier tipo de intermediación
simbólico-lingüística en la comunicación autoanímica o interanímica. Y
no solo es un problema que se plantee en relación con el lenguaje
escrito, sino para el oral, para la intuición pura, para la pintura...
y
la conclusión fue que el mejor instrumento racional es el diálogo
dialéctico.
En cualquier caso, Vegetti asume el debate bibliográfico tópico entre
los oralistas-esotéricos y los antisistemáticos , concluyendo que en
ambas posiciones existiría una parte de verdad, no resultando ninguna
del todo convincente. Ahora bien, esta perspectiva intermedia resulta un
tanto forzada y artificiosa. Vegetti asume las críticas que se han
realizado contra el esoterismo, pero sus argumentos a favor del mismo
carecen de consistencia. Según él, el oralismo se sostendría en el
hecho de que era lógico que Platón "llevase a cabo experimentos
mentales paralelos a los tematizados en los diálogos; la
decisión de no
ponerlos por escrito pudo deberse al hecho de que... parecían por el
contrario aún demasiado provisionales y controvertidos para someterlos
a la discusión...; o quizá también... el deseo 'socrático' de Platón de
no mostrarse como un pensador dogmático" (pág. 88). De esta forma, los
experimentos mentales serían una especie de boceto previo a la
escritura donde se fijaría el contenido definitivo, lo que, en
realidad, no viene a dar al razón a los esoteristas, sino todo lo
contrario, pues estos afirman que el verdadero conocimiento, la
filosofía primera, solo podía ser un hecho oral y no escrito, y no un
esbozo. Para Vegetti se da un hecho que justifica la utilización de la
escritura:"la escritura filosófica parece pues justificada-cuanto menos
en la función vicaria de sustitutivo en ausencia del diálogo 'vivo' y
directo entre almas- por su responsabilidad pública, por su finalidad
ético-política" (pág. 73), por la necesidad de fijar un modelo al que
pudiera tener acceso cualquier persona fuera de su círculo académico o
para los futuros ciudadanos. Por otro lado, Platón opta por la
teatralización dialógica, lo que supone aceptar "el riesgo que moverse
en el filo sutil que corre entre 'escribir en el alma' y escribir con
la tinta" (pág. 76). El diálogo permite ese dejar como memoria el
pensamiento, y al mismo tiempo, el legarlo como un dinamismo abierto al
lector. Y esta vinculación con lo político sí que es capital en Platón
y es la que da sentido a su escriturar para, a su emparentar lo que se
es con lo que se produce políticamente.
En la lección 5 Vegetti comienza analizando las diferentes
teorías/paradigma que durante el último siglo han constituido los modos
interpretativos de los textos platónicos, y al igual que hemos visto
anteriormente, propone una posición equidistante: "parece necesario,
con el fin de desbloquear los atolladeros interpretativos de que hemos
hablado, asumir el 'enfoque dialógico' en toda su radicalidad; esto es,
sin debilitarlo con la hipótesis de que la filosofía platónica está
situada en realidad al final, al inicio o detrás de los diálogos" (pág.
91). Lo que le lleva a enunciar una serie de reglas para leerlos:
1.- "Cierta autonomía relativa en cada uno de los diálogos, que no
pueden ser leídos por acumulación como capítulos de un tratado
sistemático y que dependen tanto de los respectivos contextos
problemáticos cuanto de las situaciones culturales en que se ubican y
de los interlocutores que aparecen en ellos" (pág. 92). Efectivamente,
no son capítulos de un todo sistematizado, sino capítulos de un devenir
que impide la sistematización, pero también es cierto que lo que
pretendía Platón era su articulación y coherencia mediante un
procedimiento constante de rvisiones que eliminara las posibles
debiliades y tergiversaciones de su pensamiento (el Parménides y el Sofista, por ejemplo, en relación
con la República).
2.- La autonomía de los personajes que "no son meros pretextos
dispuestos para la refutación, por no decir burla... son en su mayoría
testimonios de posiciones culturales, de tesis teóricas" (pág. 93).
3.- Y derivada de la anterior: "considerar a Platón como el autor de
todos sus personajes... Por lo tanto, el autor Platón ha de ser
reconocido en todos sus personajes" (pág. 93-94). De la comparación de
estos dos puntos, cabría decir que si cada uno de los personajes
representa una posición teórica real, históricamente rastreable, y que
todos ellos pertenecen a Platón, a su vez, tendríamos que tener una
herramienta para discernir qué es platónico (los nodos y sus
modulaciones que Vegetti propone) y qué no, de entre aquello que Platón
les hace decir contra él o a favor de él, cosa que nos llevaría a la
necesidad de realizar un metódico análisis histórico para diferenciar
al personaje y al filósofo real, con lo que el problema de la
definición de lo platónico se trasladaría más fuera que dentro del
discurso dialógico.
Vegetti propone "ensayar un itinerario intermedio, 'una tercera vía'
entre un Platón socrático-escéptico y un Platón sistemático-dogmático.
Tal itinerario debe seguir... las señales diseminadas en los diálogos
que parecen indicar tal dirección" (pág. 94). Para ello realiza una
clasificación temática, que en primer lugar poseería una serie de
núcleos recurrentes, constantemente revisados y retomados (la teoría
política de los libros IV y V de la República,
y la teoría del alma). A continuación una serie de teoremas filosóficos
que han obtenido el consenso de los compañeros de investigación de la
Academia (la teoría de las ideas y la dialéctica). Y por último, indica
otras constantes que "conciernen a un estilo de pensamiento más que a
sus contenidos teóricos concretos (pág. 96): la polarización o el
pensar dualísticamente todo lo atribuible al ser y al mundo, y también
un sistema de mediación, que abre una posibilidad de comunicación entre
las polaridades .
A todo ello añade una serie de líneas
características
del pensamiento platónico, como su artificialismo, "la tendencia a
pensar que el mundo, el saber, la sociedad, el hombre son en cierto
sentido 'artefactos', productos posibles (y perfectibles) de una
intencionalidad, de una función del alma transformadora que actúa sobre
aquello que es mutable refiriéndose a un modelo inmutable y eterno"
(pág. 97), y
todo ello, teniendo en cuenta "las desviaciones, las
variaciones, los cambios de perspectiva, las tensiones teóricas que se
manifiestan también dentro de ese estrecho campo textual" (pág. 97).
Pero todo ello resulta en cierta forma incompleto, pues afirmar
una linea analítica que se mueve por unas vías determinadas y, al mismo
tiempo, abierta, sin especificar las direcciones divergentes, es un
modo de desvirtuar ese cauce, de darle un espacio tan amplio que acaba
diluyéndose. Delimitar en Platón unos elementos metodológicos y de
pensamiento constantes nos puede llevar a interpretaciones de todo
tipo, cuando a lo que nos enfrentamos es a un proceso en el que van
apareciendo las temáticas de acuerdo con necesidades muy diversas y que
luego pueden desaparecer u ocultarse. Viajar por todo ello requiere un
enfoque evolutivo renovador y reconstructivo multidireccional que aquí
no aparece, precisamente por su intento de resituarse en una tercera
vía, que constituye una forma de mirar más hacia el platonismo que
hacia Platón y su contemporaneidad.
La búsqueda de una tercera vía o paradigma es un objetivo
en el que se
empeña el interpretacionismo platónico. Francisco González ya lo había
propuesto, mediante su consideración de la dialéctica como eje de toda
la investigación platónica sobre la verdad. Un desarrollo que
evoluciona a través del diálogo, reconociendo las limitaciones del
lenguaje, de las imágenes, lo que impediría la constitución de
una teoría. Al respecto ya he expresado que me parece una discusión sin
sentido. Todo pensamiento humano individual es evolutivo, procesual, y
pretender establecer un soporte temático único que lo unifique y lo
guíe, es negar la multicausalidad y multitematicidad del mismo. Los
oralistas también son evolutivos en la medida en que tienen que
explicar cómo las doctrinas no escritas se configuran y desarrollan. Es
cierto que para Platón la escritura era deficitaria, pero por eso a lo
largo de su vida intentó una y mil formas de variaciones escriturales
(mitos, relatos narrativos como en el Timeo,
imitaciones de oradores como en Fedro,
o de formas dicursivas, como cuando en el Menéxeno
reproduce un discurso fúnebre...), eso sí, siempre bajo el marco del
diálogo, que es la superestructura formal que afirma o niega todas las
demás. Una afirmación radical de lo dialógico, implica necesariamente
lo evolutivo histórico, una sistematicidad que se pretende, y que se
consigue siempre parcialmente, por lo que una tercera vía no resulta
más que una forma derivada de las demás.
En resumen, un buen libro para conocer a Platón, pero una propuesta
metodológica que no ofrece novedades reales, porque quizás habría que
intentar no tanto buscarse un hueco entre las diferentes teorías
interpretativas de lo platónico, sino abandonar el intento de generar
paradigmas interpretativos demasiado fijos y unidireccionales, fuera
del espacio epocal de Platón.