lunes, 1 de enero de 2001

Índice lecturas

Lecturas críticas

Desde esta página presento una serie de críticas o reseñas a algunos libros que voy leyendo, agrupados por temas.

                        Charles H. Khan
                        El desarme de la cultura. Una lectura de la Ilíada.
                        Juan Carlos Rodríguez Delgado
                        Quince lecciones sobre Platón
                        Mario Vegetti
                        Platón. La verdad está en otra parte
                        E.A. Dal Maschio
                        Pitágoras y el pensamiento presocrático
                        Víctor Gómez Pin
                      

            Raquel Lanseros
            Sobre todo nada
            Miguel Albero
            John Ashbery
            La misma luna
            Felipe Benítez Reyes
            Inquieto
            Kenneth Goldsmith









Lectura 1

 



El juramento de la pista de frontón
John Ashbery  
Madrid, Calambur, 2010
Edición bilingüe a cargo de Julio Mas. 355 págs.



Entender la lectura misma como experiencia deconstructiva. Entre el lector y la palabra se establece un sistema de reconstrucción de significados y de situaciones en la que se convierte en el otro del poeta. Y en esa otredad el lector toma la palabra, aquella que el escritor oculta, fragmenta, desfigura, rompe referencialmente, parodia... Ashbery ofrece un sentido de lo lírico que reside en lo que se toma de la sugerencia continua de sentidos de las palabras, la sugerencia de que algo ha ocurrido o se ha dicho, pero que es imposible reproducir, porque la escritura es al mismo tiempo mentira y verdad, es un espejo ante cada uno donde cada uno reproduce la imagen que desea. Es cierto que esta poesía constituye un paso necesario para cualquier lector de lo lírico, pero  ¿hasta dónde podemos considerar que no es más que una experiencia de laboratorio en permanente situación de vacío?

La poesía de este Ahsbery es una dislocación continua de toda estructura lingüística. Es un modo de apilar preguntas que no se contestan y para las que apenas se delimita un escenario en el que el lector debe actuar como dueño y señor. No me siento a gusto en este tipo de situación lectora, no me proporciona estados de búsqueda más allá de mis propias reconstrucciones. La supuesta dificultad de la lectura no existe, pues cada quien lector es el que acomete la tarea del decir y del interpretar. Ahsbery se limita a amontonar imágenes, pictóricas, auditivas, visuales, bajo una apariencia de coherencia que a mi modo de ver resulta falsa, aunque muchos comentaristas se empeñen en lo contrario. El mismo traductor del libro nos ofrece su versión de cada poema al final del libro, consciente de que es una poesía que necesita de una guía de lectura para que no se le atragante a uno. Pero, precisamente, ese reconocimiento de lo que él mismo llama "esfuerzo de divulgación", no resulta más que un modo de entre tantos de explicar lo que no quiere ser explicado. Apenas se dejan entrever una serie de ideas guía en cada poema, para que el lector pueda imaginar o juegue con su propia subjetividad para componerlo en un espacio de significación personal. El problema reside en que intentar encontrar lo que el autor transmite es una tarea imposible, más allá de un entramado muy débil y, por ello, la intercomunicación no existe más que como un hecho interpretativo, donde el puzle apenas tiene unas posas piezas del autor y el resto es una composición libre del lector. ¿Se trata de significar que el lenguaje es una forma inútil de comunicación y hacerlo  además mediante significados lingüísticos? El lector pone su propio lenguaje desde un sin fin de hoquedades. Lo que supone traspasarle la imposibilidad de la comunicación para que él se convierta en un autocomunicador. Porque la comunicación siempre existe, aunque sea autoreferencial.

Después de tanta dosis de elipsis,  fragmentación,  paralelismos, repeticiones... he extraído poca experiencia conceptual o lírica . Pretender transmitir la desorganización y lo caótico de toda experiencia del sujeto convirtiendo la palabra en una pura nominación sin sentido más allá del poema, a partir de la rotura sintáctica y semántica, lo único que consigue es que el lector cree una experiencia uniforme y ordenada a partir de la sintaxis y la semántica propia. Quizás ahí esté su lirismo, detrás del prosaismo errático



Lectura 2

 

Platón y el diálogo socrático. El uso filosófico de una forma
            literaria
Charles H. Khan
Madrid, Escolar y Mayo, 2010
Prólogo de Beatriz Bossi, 453 págs.

Un libro con dos elementos interpretativos claramante diferenciados y con dos resultados también distintos. Por un lado, la propuesta de una nueva forma de entender la secuenciación de los diálogos platónicos, y por otro, el estudio individualizado de los diálogos previos a la República.

Se han dado dos formas de entender la escritura de los diálogos, unitariamente y evolutivamente. La primera considera una única base filosófica de partida que es expuesta de manera diversa, en función de criterios pedagógicos o formales, a lo largo de los diferentes diálogos. La segunda considera la existencia de un desarrollo cambiante gradualmente de los contenidos filosóficos de las ideas de Platón, iniciado desde posturas cercanas al socratismo. Lo que propone Khan es lo que él llama una exposición ingresiva que va de diálogo en diálogo hasta el punto culminante en la República, sin evolución, sin socratismo, una presentación escalonada de un contenido fijo, pues desde el primer momento Platón sabía a dónde iba: «podemos leer unos diez diálogos del Grupo I (desde el Laques hasta el Fedón y el Crátilo) como si Platón los hubiese escrito todos al mismo tiempo, pero se los hubiese ofrecido al mundo en etapas sucesivas» (pág. 88). Hay que advertir que su crítica al evolucionismo es provisional: «he de admitir que no puedo refutar la hipótesis evolutiva, dado que no conocemos la biografía intlectual de Platón; tan sólo puedo poner en cuestión dicha lectura señalando la cantidad de supuestos sin base que ha de admitir, así como la cantidad de problemas que deja irresueltos... » (pág. 89), por lo que la hipótesis más plausible es la intencionalidad del autor. En su artículo de contestación a Rowe parece que matiza de nuevo sus ideas, afirmando que más que doctrinas fijas se dan esquemas grandes y flexibles. De esat forma nos quedamos sin saber, el grado de fijeza del contenido básico o bien qué pasaría si se realizara un estudio histórico-biográfico de la obra de Platón, algo que está pendiente por hacer en la bibliografía platónica.

El problema de este tipo de análisis es el sesgo retrospectivo que encierran. A la vista de toda la obra platónica, para Khan las Ideas son el punto central al que se supedita todo su recorrido filosófico y en base a ello, una vez que ha generado ese postulado inamovible,  provoca un cambio de perspectiva, de manera que le parece inevitable que todo confluya en la República y en el Fedón. Como consecuencia de esta distorsión cognitiva, al valorar determinados ideas pasadas, incurre en el error de considerar, a partir del conocimiento de las consecuencias de analizado, que las mismas eran previsibles desde el principio.Esa proyección hacia el pasado, además, obvia los estudios que afirman que el libro I de la República por su estructura aporética podría insertarse en el marco cronológico de la primera época. Para Khan la República es un todo unitario perfectamente trabado por Platón desde el principio.

Una teoría evolucionista afirmaría un proceso progresivo de descubrimiento desde A a B. Una unitarista, afirmaría la existencia original de B, de modo que A no sería más que una forma de profundizar, matizar, o presentar desde diferetnes puntos de vista a B.  Khan pretende un evolucionismo unitarista. Ya existe B, pero para que el lector llegue a él Platón establece un camino A en el que va presentando los diferentes aspectos de B. En realidad, se trata de un evolucionismo negativo (de B a A), más que de una posición intermedia. Además plantea la pregunta por el tipo de lector al que se dirigía. Si la República era para académicos, ¿el resto para quién?, y también la pregunta por los diálogos posteriores a la República, que Khan no trata. ¿Cómo describir lo que aparece en el Parménides o en el Timeo? ¿No existen modificaciones y correcciones de los postulados idealistas? ¿No existe una evolución post-republicana que vendría a indicar que la metodología platónica implica necesariamente el postulado evolucionista? El concepto de diálogo implica experimentación y búsqueda,
y es lógico que el aporetismo de base socrática, que no un socratismo mimetizado, fuera una etapa  previa a la República, de la misma manera que lo sería una continua reinterpretación posterior en confrontación con sofistas y retóricos de su época.

Sobre el análisis de cada uno de los diálogos realizados por Khan es donde se pueden encontrar las mejores aportaciones del libro aunque de nuevo hay que leerlos intentando evitar ese sesgo retrospectivo que imposibilita su análisis completo y no únicamente supeditado a los contenidos que suponen, supuestamente, el «máximo platónico» que se encuentra en la República, pues ese mismo concepto de «máximo» es una contradicción en un sistema filosófico basado en una dialéctica dialógica.

  


Bibliografía-Recensiones

Araújo, Carolina. «Recensoes Bibliográficas». Kléos n º4, 2000, pág. 251-258.

ROWE, Christopher. «Just How Socratic Are Plato’s "Socratic" Dialogues?'A response to Charles Kahn, Plato and the Socratic Dialogue: The Philosophical Use of Literary Form Cambridge University Press, 1996. Revista electrónica de la Sociedad Internacional de Platonistas »

Gónzalez Serrano, Carlos J. Culturamas. Revista de información cultural en Internet. Febrero 2011.
Gunn, Albert E. «Summaries and Commetns (Book Review)». Review of Metaphysics, 53:1, 1999, pág. 172-173.
Khan, Charles. «Response to Christopher Rowe». Revista electrónica de la Sociedad Internacional de Platonistas, 2, 2002.
Sider, David. «Plato and the Socratic Dialogue: The Philosophical Use of a Literary From by Charles H. Khan». The American Journal of Philology, nº 4, 1999, págs. 624-628



Lectura 3

 


El desarme de la cultura. Una lectura de la Ilíada.
Juan Carlos Rodríguez Delgado
Madrid, Katz, 2010.
258 págs.



Hacer de Aquiles un héroe desarmado, ajeno a la tradición belicista, la que lo pensaba como guerrero y concebía esa cualidad como maximidad humana, constituye el objetivo de este estudio. Semejante propósito, quebrador de toda una tradición interpretativa necesita al menos llevar a cabo dos transformaciones. En primer lugar, hacer de Homero un poeta autónomo, un creador que utiliza la tradición como un medio para su creación personal. Homero no sería un mero transmisor, sino un poeta que construye su obra a partir de elementos dados que transforma en función de criterios creativos y reflexivos personales. Una vez entendido así al autor, ya se tienen las armas para desvincular al  protagonista de la Ilíada de la tradición heroica, lo que implica que puede crear a un nuevo personaje sin las ataduras de la tipicidad de sentido que conlleva la figura del héroe. En este viaje Aquiles caminaría desde el heroismo típico, hacia la aparición del personaje propiamente homérico escenificando el cuestionamiento de la guerra, de la areté ligada al poder militar, de la moral agonal aristocrática.

En el capítulo tercero lleva a cabo la demostración de su tesis principal, dando cuenta de la transformación que experimenta Aquiles desde el modelo heroico: «ha experimentado en su propia persona el desmentido e incumplimiento de los fundamentos de esta moral, que consisten en la reciprocidad y en el reconocimiento de que cuanto con mayor esfuerzo se entrega uno a la  guerra (matando), mejor héroe es y mayor su recompensa» (pág. 149). Esta idea se defiende a partir de la interpretación del parlamento del héroe ante la embajada que envía Agamenón para intentar convercerle de volver al combate (IX, 305-409). Aquiles lo había abandonado ante la usurpación realizada por el rey, al apoderarse de Briseida, su esclava y amada. La frase capital para el autor consiste en la afirmación de Aquiles de la razón fundamental de su negativa a combatir: «igual lote (moira) consiguen el inactivo y el que pelea con denuedo/ La misma honra (time) obtienen tanto el cobarde como el valeroso./Igual muere el holgazán que el autor de numerorsas hazanas».«El que lucha con denuedo y el que no lucha, el cobarde y el valiente, el que hace mucho y el que no hace nada, están al mismo nivel, consiguen igual lote (moira) y ninguno tiene una time distintiva, y cuando mueren, mueren homos, "del mismo modo"," igualmente"» (pág. 150). «Aquiles socava de este modo la verdadera base del éthos heroico, al insistir en que la muerte anula la diferenciación entre todos los esfuerzos heroicos, ya que era la conciencia del valor distintivo, glorioso, de la muerte, lo que incitaba tradicionalmente al héroe a jugarse la vida en sus mortíferas hazañas» (pág. 151). La vida se alza como valor supremo, cuya pérdida nada puede compensar, por lo que el paso siguiente es la condena de la guerra misma. La dimensión afectivo-amorosa se sitúa por encima de la gloriosa-honorífica. La motivación fundamental de su comportamiento gira en torno a sus relaciones personales con Briseida/Patroclo, amada/amigo, y la desposesión de aquella y la muerte de este. Lo que mueve a Aquiles a regresar al combate, la pérdida de su amigo, lleva a una nueva consideración de la muerte, «no la muerte de uno para sí mismo, autorreferenciada, sino la muerte de otros para uno, la muerte de uno para otros» (pág. 167).

«La conciencia de la insignificancia del hombre, de la precariedad radical de la condición humana, de su impotencia y vulnerabilidad ante los cambios de la vida (pérdida de seres queridos, reveses de la fortuna, desgracias...), muestra una concepción de la finitud que resalta, no el punto final -la limitación temporal de la vida de cada uno-, sino lo limitado del poder y del control del hombre sobre esta gran escamoteadora» (171-172). De una concepción heroica basada en las relaciones de grupo y casta a una consideración universalista del ser humano.«En defnitiva, la gran enseñanza de la Ilíada es este viaje trasnformador de Aquiles: de la busca de la inmortalidad heroica, a costa del desprecio de la vida y de la insensiblidad frente al sufrimiento de los otros, a la comprensión de la finitud humana, con su valoración de la vida y su sensibilidad ante el sufrimiento ajeno. Sin afán de absolutos compensatorios, este nuevo horizonte de vida constituye una inversión ética de alcance indiscutiblemente universal» (177).

Hasta aquí resumindamente la tesis fundamental del libro. Pero veamos otra lectura del canto IX. Lo que en todo momento Aquiles, el héroe, critica a Agamenón, el soberano de hombres, es el ejercicio del poder de una forma determinada. El rey debe agradecer al soldado sus servicios, pues es este el que se juega la vida, estableciéndose una diferencia entre el rey-soldado o el rey-político, y el guerrero-soldado y el guerrero-héroe. Aquiles en todo momento le hecha en cara a Agamenón su papel de político y su desprecio a la acción del guerrero que él como héroe lidera. El despojar a Aquiles de Briseida, desencadenante de la cólera de Aquiles, constituía, de hecho, una acción de control y de afirmación de poder por parte de la clase política,y así lo expresa el mismo Agamenón:  «puede que me lleve a Briseida, de bellas mejillas,/ tu botín, yendo en persona a tu tienda, para que sepas bien / cuánto más poderoso soy que tú, y aborrezca también otro / pretender ser igual a mí y compararse conmigo» (Ι, 184-187).  Todo el parlamento de Aquiles puede ser entendido como la respuesta de un jefe militar frente al poder político y económico. El deseo de Aquiles de restablecer el equilibrio tradicional entre la clase política y la guerrera que siempre se habían identificado y que ahora se perfilan con intereses opuestos. El autor del libro, en cambio, va obviando determinados pasajes que favorecen esta lectura para conservar aquellos que convierten al héroe en un paradigma moral universalista.

La afirmación de que igual recompensa recibe el cobarde que el valeroso, que el autor interpreta como valoración de la vida, puede ser leída con otros versos que nos llevan a un significado heroico. Según Aquiles Agamenón fue repartiendo el botín que él habìa contribuido a conseguir y «repartía unos pocos y se guardaba muchos./ Fue dando el botín que correspondia a paladines y reyes  (ἀριστήεσσι καὶ βασιλεῦσι),/ y lo conservan intacto; de los aquelos sólo a mí me ha robado» ( IX, 333-335. De hecho la referencia a Briseida es esclarecedora. En estos versos ella es  botín de guerra, pero unos versos después el héroe se pregunta el por qué si la guerra se inicia por la afrenta a un rey por culpa de una mujer, Helena, los demás no pueden experimentarla igualmente: «¿Es que los únicos de los míseros humanos que aman a sus esposas / son los Atridas? Porque todo hombre que es prudente y juicioso / ama y cuida a la suya, como tambièn yo amaba a ésta /de corazón, aunque fuera prenda adquirida con la lanza» (IX, 340-343). Únicamente surge la amada/Briseida frente al botín/Briseida cuando efectúa la comparación con el rey Agamenón, cuando desea reivindicar la igualdad de trato entre la clase poderosa y la guerrera.

Antes de llegar a la supuesta afirmación de la vida Aquiles desprecia cualquier tipo de regalo (que la embajada apresidida por Odiseo le ofrece para volver al combate), pues ya está harto de ser engañado, y lo único que desea es que sea pagada la afrenta que devora su corazón (IX 387). Lo que le interesa a Aquiles es delimitar la mejor forma de vida. Él tiene ante sí varias formas de seguir viviendo: admitir la afrenta, ir al combate y morir gloriosamente como guerrero/soldado; no doblegarse al Atrida, volver a su casa y vivir largamente, pero perder la gloria y su estatus de guerrero; esperar a que el Atrida rectifique e ir a combatir muriendo gloriosamente como guerrero/héroe. Las dos primeras las admite explícitamente (IX 411-416) y será las que utilizará como elemento retórico negociador, sabedor de la situación crítica en la que se encuentra el bando aqueo, pero en realidad la tercera es la que en realidad espera y desea. De esta forma, Aquiles dirá a la embajada que  en ese momento desea más regresar a su casa, y que los aqueos busquen otra manera de salvar las naves y a la hueste  pues su cólera no se ha rebajado con las propuestas de la embajada (IX 424-426). La secuencia de acontecimientos siguiente afirma la interpretación expuesta. En el canto XVI muere Patroclo a manos de Héctor, en el XIX Aquiles se reconcilia con Agamenón y recupera a Briseida y en el XX, retorna a la lucha. La lectura de esta secuencia puede presentarse de manera muy diferente a como el autor del libro comentado expone. Para llegar a la vuelta al combate no solo basta la consideración humanista/afectiva de la muerte del amigo, sino que por encima de ella está la puramente heroica. En primer lugar se hace necesario un cambio de actitud sobre Briseida. Cuando el Atrida y Aquiles dialogan para solucionar la situación, el héroe afirma que «ojalá Ártemis la hubiera matado...Así no habrían mordido tantos aqueos el indecible polvo / a manos de los enemigos mientras me ha durado la cólera» (XIX 59-61). Briseida ya no es la amada sino un botín prescindible. Ahora el segundo paso es encontrar una causa común para la situación de enfrentamiento creada entre ambos. Curiosamente el autor del libro no cita el pasaje en el que el Atrida reconoce haberse dejado llevar por la Ofuscación (Ἄτη, diosa hija de Zeus, la palabra significa ceguerea del alma, locura, desgracia, XIX 91), o el momento en el que jura ante la asamblea  que no ha tocado a Briseida (XIX 255),  o cuando en XIX 270 Aquiles reconoce en esa ofuscación la causa de todo,  lo que lleva a la  recuperación de Briseida (XIX 275). Todo ha cambiado.  Agamenón ya no es el rey-político que maltrata al héroe-guerrero, ahora, repuesto el orden, todo vuelve a su lugar. Reconocida la afrenta Aquiles se dedice por vivir de acuerdo con la areté heorica. Parece que el héroe universalista, representación de una moral antiagonal y defensora de la vida se viene abajo  ante la defensa de  intereses de clase e individuales. Es imposible que un universalismo ontológico surja desde una mentalidad basada en una teología mítica y no racional. Hasta que el hilozoísmo presocrático no haga acto de presencia será imposible dar ese salto.

Otro de los conceptos erróneos que maneja el autor es el de la libertad, el de la relación entre los seres humanos y los dioses.«En la toma de decisiones por parte del héroe no hay "motivación divina" que supuestamente acompañe a la humana, sino que es la motivación humana la que va a determinar de manera exclusiva la conducta de Aquiles, y ello no en algún caso excepcional, sino en todos y cada uno de los momentos clave del poema» (pág. 216). Su análisis parte de una concepción de lo divino entendido como un politeísmo donde los dioses son entidades personales inmersas en la propia trama de la historia: «Los dioses, que no mueren ni sufren, sirven de contraste, en la Ilíada, para realzar estas características comunes de la condición humana» (pág. 251). Los dioses representan lo humano fuera de lo temporal y corporal, fuera de las limitaciones de la biología, de la finitud. Pero es una visión excesivamente corta. Lo divino es un conjunto de categorías que expresan fuerzas internas y externas (tanto naturales como intrahumanas y sociales) que el hombre desconoce y es incapaz de dominar, que son las que generan las  acciones y pensamientos (instinto, sentimiento, razón, emoción... tanto individuales como de clase). Las divinidades expresan  esas fuerzas como voluntades antropomórficas con las que los hombres dialogan e interaccionan. Es cierto que no existe un determinismo divino que anule la acción humana, pero la figura del dios en su complejidad multiforme tampoco lo pretende. El determinismo es más bien un asidero que se emplea en ocasiones para dar sentido, para aportar una explicación a acciones humanas cuya motivación se desconoce o no se puede controlar, como es el caso de la ofuscación antes aludida. Lo divino expresa la imposibilidad de dominar el mundo y la acción humana, y remite la causa fuera de sí.

¿Existía detrás de la Ilíada la autoría de una personaldiad literaria y no un mero transmisor de fórmulas de poemas orales tradicionales? La cuestión homérica, a mi modo de ver, sigue en pie después de leer el libro comentado, pues la toma de postura del autor es, en realidad, subsidiaria de su tesis principal sobre la transformación de Aquiles, que evidentemente, exige un Homero no determinado por la tradición y que la cuestiona. Pero como ya he indicado esa interpretación universalista carece de bases textuales suficientes.

En resumen, el libro intenta abrir una nueva vía de interpretación que no convence y que no permite esa transformación del héroe en relación con la areté tradicional que funda literariamente Homero.


Reseñas y críticas
El Mundo
Revista del Instituto de Filosofía de la Universiad Veracruzana
El País
Google Books
Katz Editorial





Lectura 4


Quince lecciones sobre Platon
Mario Vegetti
Madrid, Gredos, 2012.
280 págs.



Con la bibliografía sobre Platón desbordada permanentemente de títulos de todo tipo, lo que ofrece Vegetti es una nueva introducción a su pensamiento, lo que a primera vista podría parecer una aportación más. Y en realidad lo es en gran parte del libro, sino fuera por lo que nos dice en dos de sus capítulos (lecciones 4 y 5), que son los que me interesa en mayor medida comentar.


Ya en la introducción (lección 0) avisa de que su estudio pretende establecer un nuevo método de análisis de la obra platónica. En primer lugar, afirma una obviedad: que Platón entendía la filosofía como una interlocución constante con el lector, no como el ofrecimiento de un manual con un sistema acabado de pensamiento. Lo que entra en contradicción con otro de los presupuestos que mantiene:  establecer un criterio de sucesión de los diálogos siempre es arbitrario, ya que "es demasiado poco lo que sabemos de la vida de Platón para convertirla en el eje central de su indagación filosófica" (pág. 12), por lo que lo único que cabe es "una reconstrucción del trasfondo a partir del cual cobran forma las situaciones dialógicas" (pág. 13) . Ese carácter conversacional con el lector ¿no obliga a establecer con la mayor precisión posible la situación, los deseos, la coyuntura, el ambiente socio-político en el que ese interlocutor pensaba y vivía, y al que Platón ofrecía sus preguntas y respuestas?  El hecho de que no tengamos datos de la biografía platónica ¿invalida el estudio de su época y de la circunstancialidad de muchas de sus propuestas?

Con todo ello, Vegetti ofrece estructurar el pensamiento platónico en torno a una serie de núcleos temáticos que se mantienen constantes en su obra, "no la filosofía platónica, sino más bien los nodos en torno a los que ella va tejiendo su trama siempre mutable y renovada" (pág. 13). Hasta aquí la presentación teórica puede ser atractiva, pero vuelve a la ambivalencia: ¿cómo es posible fijar esos nodos si no es a través de una previa ordenación temporal que establezca una priorización y jerarquización de los temas? Esos nodos ¿no van surgiendo en un momento dado, debido a las propias circunstancias internas a  la construcción filosófica y externas históricas? ¿No estaremos ante el tópico sesgo retrospectivo?

La indagación del autor continúa con la formulación de una pregunta clásica en los estudios platónicos: ¿el pensamiento filosófico puede ser puesto por escrito?, ¿la escritura era para Platón un medio adecuado para expresar los contenidos medulares de su de pensamiento?  A mi modo de ver se trata de una pregunta mal formulada, pues la propuesta platónica se centra en averiguar si era posible utilizar la escritura para llegar a conseguir que el individuo viera su alma tal cual era realmente, y para transmitir lo que el alma contiene, directamente, literalmente, y lo que dialoga con otras.  Pero en la bibliografía actual la pregunta se deriva en mayor medida hacia la relación entre escritura y filosofía, un debate que suena demasiado a contemporaneidad (cómo deconstruir y construir gramáticas y metalingüísticas sin una metafísica fundamentadora), y no hacia la relación entre sujeto (ser contingente) y alma (ser en sí). Lo anímico-divino y lo yoístico-sensible deben vincularse hasta llegar a su identidad, y Platón se preguntaba en su obra no solo por la escritura y la oralidad, sino por todos aquellos medios educadores (la inspiración divino-poética, por ejemplo) que son en sí exteriores y extraños a lo anímico (racionalidad pura); y le interesaba su eficacia para la producción de ese objetivo. No dudaba de que había que escribir, sino de cómo hacer que la escritura hollara derechamente el alma, no solo el papiro; de cómo modificar con efectividad los contenidos anímicos donde reside la verdad de lo que se es. Lo que pretendía Platón era eliminar cualquier tipo de intermediación simbólico-lingüística en la comunicación autoanímica o interanímica. Y no solo es un problema que se plantee en relación con el lenguaje escrito, sino para el oral, para la intuición pura, para la pintura... y la conclusión fue que el mejor instrumento racional es el diálogo dialéctico.

En cualquier caso, Vegetti asume el debate bibliográfico tópico entre los oralistas-esotéricos y los antisistemáticos , concluyendo que en ambas posiciones existiría una parte de verdad, no resultando ninguna del todo convincente. Ahora bien, esta perspectiva intermedia resulta un tanto forzada y artificiosa. Vegetti asume las críticas que se han realizado contra el esoterismo, pero sus argumentos a favor del mismo carecen de consistencia. Según él, el oralismo se sostendría en el hecho de que era lógico que Platón "llevase a cabo experimentos mentales paralelos a los tematizados en los diálogos; la decisión de no ponerlos por escrito pudo deberse al hecho de que... parecían por el contrario aún demasiado provisionales y controvertidos para someterlos a la discusión...; o quizá también... el deseo 'socrático' de Platón de no mostrarse como un pensador dogmático" (pág. 88). De esta forma, los experimentos mentales serían una especie de boceto previo a la escritura donde se  fijaría el contenido definitivo, lo que, en realidad, no viene a dar al razón a los esoteristas, sino todo lo contrario, pues estos afirman que el verdadero conocimiento, la filosofía primera, solo podía ser un hecho oral y no escrito, y no un esbozo. Para Vegetti se da un hecho que justifica la utilización de la escritura:"la escritura filosófica parece pues justificada-cuanto menos en la función vicaria de sustitutivo en ausencia del diálogo 'vivo' y directo entre almas- por su responsabilidad pública, por su finalidad ético-política" (pág. 73), por la necesidad de fijar un modelo al que pudiera tener acceso cualquier persona fuera de su círculo académico o para los futuros ciudadanos. Por otro lado, Platón opta por la teatralización dialógica, lo que supone aceptar "el riesgo que moverse en el filo sutil que corre entre 'escribir en el alma' y escribir con la tinta" (pág. 76). El diálogo permite ese dejar como memoria el pensamiento, y al mismo tiempo, el legarlo como un dinamismo abierto al lector. Y esta vinculación con lo político sí que es capital en Platón y es la que da sentido a su escriturar para, a su emparentar lo que se es con lo que se produce políticamente.

En la lección 5 Vegetti comienza analizando las diferentes teorías/paradigma que durante el último siglo han constituido los modos interpretativos de los textos platónicos, y al igual que hemos visto anteriormente, propone una posición equidistante: "parece necesario, con el fin de desbloquear los atolladeros interpretativos de que hemos hablado, asumir el 'enfoque dialógico' en toda su radicalidad; esto es, sin debilitarlo con la hipótesis de que la filosofía platónica está situada en realidad al final, al inicio o detrás de los diálogos" (pág. 91). Lo que le lleva a enunciar una serie de reglas para leerlos:
1.- "Cierta autonomía relativa en cada uno de los diálogos, que no pueden ser leídos por acumulación como capítulos de un tratado sistemático y que dependen tanto de los respectivos contextos problemáticos cuanto de las situaciones culturales en que se ubican y de los interlocutores que aparecen en ellos" (pág. 92). Efectivamente, no son capítulos de un todo sistematizado, sino capítulos de un devenir que impide la sistematización, pero también es cierto que lo que pretendía Platón era su articulación y coherencia mediante un procedimiento constante de rvisiones que eliminara las posibles debiliades y tergiversaciones de su pensamiento (el Parménides y el Sofista, por ejemplo, en relación con la República).
2.- La autonomía de los personajes que "no son meros pretextos dispuestos para la refutación, por no decir burla... son en su mayoría testimonios de posiciones culturales, de tesis teóricas" (pág. 93).
3.- Y derivada de la anterior: "considerar a Platón como el autor de todos sus personajes... Por lo tanto, el autor Platón ha de ser reconocido en todos sus personajes" (pág. 93-94). De la comparación de estos dos puntos, cabría decir que si cada uno de los personajes representa una posición teórica real, históricamente rastreable, y que todos ellos pertenecen a Platón, a su vez, tendríamos que tener una herramienta para discernir qué es platónico (los nodos y sus modulaciones que Vegetti propone) y qué no, de entre aquello que Platón les hace decir contra él o a favor de él, cosa que nos llevaría a la necesidad de realizar un metódico análisis histórico para diferenciar al personaje y al filósofo real, con lo que el problema de la definición de lo platónico se trasladaría más fuera que dentro del discurso dialógico.

Vegetti propone "ensayar un itinerario intermedio, 'una tercera vía' entre un Platón socrático-escéptico y un Platón sistemático-dogmático. Tal itinerario debe seguir... las señales diseminadas en los diálogos que parecen indicar tal dirección" (pág. 94). Para ello realiza una clasificación temática, que en primer lugar poseería una serie de núcleos recurrentes, constantemente revisados y retomados (la teoría política de los libros IV y V de la República, y la teoría del alma). A continuación una serie de teoremas filosóficos que han obtenido el consenso de los compañeros de investigación de la Academia (la teoría de las ideas y la dialéctica). Y por último, indica otras constantes que "conciernen a un estilo de pensamiento más que a sus contenidos teóricos concretos (pág. 96): la polarización o el pensar dualísticamente todo lo atribuible al ser y al mundo, y también un sistema de mediación, que abre una posibilidad de comunicación entre las polaridades . A todo ello añade una serie de líneas características del pensamiento platónico, como su artificialismo, "la tendencia a pensar que el mundo, el saber, la sociedad, el hombre son en cierto sentido 'artefactos', productos posibles (y perfectibles) de una intencionalidad, de una función del alma transformadora que actúa sobre aquello que es mutable refiriéndose a un modelo inmutable y eterno" (pág. 97), y todo ello, teniendo en cuenta "las desviaciones, las variaciones, los cambios de perspectiva, las tensiones teóricas que se manifiestan también dentro de ese estrecho campo textual" (pág. 97). Pero todo ello resulta en cierta forma incompleto, pues afirmar  una linea analítica que se mueve por unas vías determinadas y, al mismo tiempo, abierta, sin especificar las direcciones divergentes, es un modo de desvirtuar ese cauce, de darle un espacio tan amplio que acaba diluyéndose. Delimitar en Platón unos elementos metodológicos y de pensamiento constantes nos puede llevar a interpretaciones de todo tipo, cuando a lo que nos enfrentamos es a un proceso en el que van apareciendo las temáticas de acuerdo con necesidades muy diversas y que luego pueden desaparecer u ocultarse. Viajar por todo ello requiere un enfoque evolutivo renovador y reconstructivo multidireccional que aquí no aparece, precisamente por su intento de resituarse en una tercera vía, que constituye una forma de mirar más hacia el platonismo que hacia Platón y su contemporaneidad.

La búsqueda de una tercera vía o paradigma es un objetivo en el que se empeña el interpretacionismo platónico. Francisco González ya lo había propuesto, mediante su consideración de la dialéctica como eje de toda la investigación platónica sobre la verdad. Un desarrollo que evoluciona a través del diálogo, reconociendo las limitaciones del lenguaje, de las imágenes, lo que impediría la constitución  de una teoría. Al respecto ya he expresado que me parece una discusión sin sentido. Todo pensamiento humano individual es evolutivo, procesual, y pretender establecer un soporte temático único que lo unifique y lo guíe, es negar la multicausalidad y multitematicidad del mismo. Los oralistas también son evolutivos en la medida en que tienen que explicar cómo las doctrinas no escritas se configuran y desarrollan. Es cierto que para Platón la escritura era deficitaria, pero por eso a lo largo de su vida intentó una y mil formas de variaciones escriturales (mitos, relatos narrativos como en el Timeo, imitaciones de oradores como en Fedro, o de formas dicursivas, como cuando en el Menéxeno reproduce un discurso fúnebre...), eso sí, siempre bajo el marco del diálogo, que es la superestructura formal que afirma o niega todas las demás. Una afirmación radical de lo dialógico, implica necesariamente lo evolutivo histórico, una sistematicidad que se pretende, y que se consigue siempre parcialmente, por lo que una tercera vía no resulta más que una forma derivada de las demás.

En resumen, un buen libro para conocer a Platón, pero una propuesta metodológica que no ofrece novedades reales, porque quizás habría que intentar no tanto buscarse un hueco entre las diferentes teorías interpretativas de lo platónico, sino abandonar el intento de generar paradigmas interpretativos demasiado fijos y unidireccionales, fuera del espacio epocal de Platón.



Lectura 7

 


Los ojos de la niebla
Raquel Lanseros
Madrid, Visor, 2009.
47 págs.




El par hombre/mujer intenta definir en este poemario una mirada sobre el mundo, no en función de roles sexuales sino como una simple indicación que dota a cada uno de los títulos de los poemas de un sujeto que lo vincula a un modo de contemplación universal desde el olvido y la niebla que lo preside todo. Pero esa mirada incurre con demasiada frecuencia en tópicos y visiones poco fértiles y en recursos  metafóricos previsibles. En el olvido vive la memoria, el valor de lo soñado en los propios sueños, en los ojos reside la luz y la niebla. Esta línea constructiva de subsunción de las cosas en su propia contradicción no genera durante su recorrido un verso de fractura, de autovaciamiento, sino de insistencia en un tópico, "todos nosotros somos / el envés y el anverso", que me ha sumido en una lectura indiferente y poco sugeridora. He de confesar que no había leído nada de esta autora y que esperaba algo más ante la buena acogida que suelen tener sus libros y ante los premios de su currículo. La estructura de muchos de sus poemas es bastante simple. Comienza por una exposición situacional en donde el sujeto hombre/mujer aparece descrito con cierto prosaismo para acabar en una especie de estrofa final a modo de moraleja. "El hombre en la cima", por ejemplo, es aquel que lo tiene todo, la facilidad de la vida, el éxito, la belleza, salvo algo, "la gratitud auténtica, henchida de sí misma, / de saber el milagro y conocer sus límites", resolución obvia y que nos deja a salvo a los demás, a los que no lo tenemos todo, consolándonos. La posesión ilimitada evita el milagro, y así, al menos, nos queda a los que vivimos en la mediocridad, la fascinación como alivio poetizado. En "La mujer que reza" describe una anciana enlutada que va orando, al mismo tiempo que limpia una sepultura, y concluye con un verso final, "el tiempo desmayado no es más que una advertencia", donde parece decirnos que el yo de la poetisa y su tiempo pretende recoger aprendizajes del yo del personaje y su detención en el recuerdo a través de un culto a la mortandad, pero que a la postre queda desvanecido por un escenario demasiado sabido y que no acaba de desnudar o redimensionar con ese único verso finalista. Esta misma estructura se va repitiendo en otros poemas, a través de ese continuum en el que se mezclan los recuerdos familiares con los de hombres/mujeres cuya identidad radica en un rasgo o un carácter ("El hombre desnudo", "El hombre que brillaba como un ánbel") que acoge todo el sentido de la evocación.

El poemario va transcurriendo sin grandes sobresaltos, con recursos a la imagen conocida y segura. En "El hombre que pasea por Manhattan" ofrece la tópica visión, esa confusión urbana, deshumanizadora y rehumanizadora, que desde Lorca ofrece la ciudad, pero de una forma mucho más simplificada, donde "el cielo y el infierno están aquí y ahora". En "La mujer herida", finaliza el poema sentenciando que la vida enseña "cómo el alma dibuja / serenas cicatrices sobre viejas heridas", lo que constituye una evidencia vital que a nadie sorprende y que no añade nada a la experiencia cotidiana. No he encontrado aquello que espero como lector: el ojear desde la palabra algún sentido, algún presente novedoso que únicamente surja en el mismo insistir del verso. En resumen, un libro que me ha decepcionado por su escasa innovación formal y por su poco riesgo de contenidos significativos y evocadores.
 
Web oficial de la autora:
http://www.raquellanseros.com/

































Lectura 8

 


Sobre Todo Nada
Miguel Albero
Madrid, Visor, 2011.
96 págs.


     

Un heterónimo, Roberto Bunín,  profesor de filología enfermo de cáncer, escribe su único poemario desde la cama del hospital antes de morir. De esta forma Miguel Albero presenta un conjunto de poesías vinculadas por la presencia constante de la muerte y del dolor, y del funcionamiento despersonalizado del sistema sanitario. El enfermo se sitúa ante el sufrimiento, pero lo hace desde un prosaísmo poco arriesgado, desde la supeditación de todo el contenido lírico al plano narrativo de un monólogo que únicamente atrae en cuanto que derrumba una serie de tópicos en torno a la enfermedad mortal, a la vivencia del otro desde la inminencia de la nada. Si hubiera adoptado la forma de un cuento, su resultado hubiera sido más creíble. El verso existe como versículo, que descubre una tímida musicalidad por las rimas asonantes que esporádicamente vienen a dar un cierto ritmo a la lectura. Pero eso no impide, sino más bien refuerza una lectura lineal, sin metaforismos, sin intuición, sin sugerencia. La poesía que se pierde en la búsqueda de la imagen insólita es tan simulada como la del prosaísmo rectilíneo. A veces un prosaísmo culturalista puede salvar los trastos, pero aquí ni siquiera existe esa pretensión.

 
Lo más interesante es el tono irónico y desmitificador de su pensar sobre el dolor. Rompe una visión fácil de ternura compasiva y paternalista, manera de tratar al desahuciado tanto desde la institución hospitalaria como desde la familiar, esta última apenas presente. Existe una constante y reiterada falta de esperanza de vivir, lo lque se plasma en amargura, en desprecio hacia los que no entienden la necesidad del que pide la nada como solución más digna. El enfermo poeta se siente un conejillo de indias, objeto de burla, de la innecesaria prolongación de la vida, donde los demás presienten la muerte pero prefieren el silencio y una retórica de ocultación. Una vez pasados los primeros poemas todo se repite:  la reiterada afirmación de que no hay cura, de que se es un cobaya, de que no hay futuro, de que la vida está fuera de la habitación 233, de que los médicos son seres ajenos, pintados como matasanos, y el paciente como un enemigo sometido y humillado… La eutanasia es un grito hacia la nada que es la liberación, «Lástima que no hayan tenido la delicadeza / De cortarme el suero para siempre» (Muda, pág. 79), pero se trata de una petición de cancelación del dolor físico y de la degradación innecesaria. No existe una reflexión sobre los sentidos y los significados del enfermo desahuciado que busca la nada y de la nada como posibilidad de la poética, simplemente hay una queja y una fe en la muerte liberadora, a la que llama continuamente y  que nadie quiere responde en su entorno. La dureza del libro consiste precisamente en ese reconocimiento angustiado del estar solo,  que nadie pueda compartir la desolación de lo que él ve claramente. Pero esa imposibilidad recurrente de encuentro con ese otro, es al mismo tiempo lo que provoca una sensación de distancia, de ficción, de artificio no creíble que difícilmente puede vincular al lector y convertirlo en ese otro posible.

Reseñas y críticas

Lectura 9

 


La misma luna
Felipe Benítez Reyes
I Premio Viaje del Parnaso
Madrid, Visor, 2006




El tiempo es una temática que ha seducido a los versificadores desde siempre. Porque la poesía es su propio tiempo y su rítmica y el reloj constante que mira el escritor. Pero cuando los tópicos temáticos se siguen desarrollando cíclicamente y la escritura juega con el tiempo, difuminándolo en trazos vinculados a la pintura más que a la palabra, se construye un espacio puramente formal, pero no una intimidad participante del entenderse mismo de todo sujeto. Felipe Benítez  consigue lo primero y no se interna en lo segundo. El tiempo aparece en este texto como un constante transcurrir por el preciosimo en las palabra, pero en la imposibilidad de un mundo de ideas que lo sustente, más allá de un cúmulo de nadas (lo fugaz del tiempo, es un enigma, lo etéreo de la expresión poética, la brevedad de todo lo que se vive, el azar como norma vital, todo es un flujo sin sentido, recordar es interpretar, es un laberinto de pérdidas…), donde no se ve al poeta como individuo que fluye fuera de las poses formales y de contenido comunes, a las que intenta ajustar un cúmulo de imágenes volátiles, de una construcción sugestiva al oído, sin roturas.

El título nos transporta al mundo sensitivo y geofísico origen de su concepción de la temporalidad textual. La luna y lo nocturno como paisaje que transcurre desde el sujeto a la materia y viceversa. Noche transitoria, mundo de magia, de duendes, de ficciones,  un estado/espacio de disolución pasajera de la conciencia, en la ciclidad de luz/oscuridad, integridad/descomposición, y un momento del que siempre se sale, cediendo ante la luz, que también es transitoriedad. La circularidad entreteje los versos, «para que no olvidemos lo que somos: / un puro divagar sobre qué somos» (El aprendizaje de la pesadilla, pág. 31), «en esta  prestidigitación el mundo existe / del modo en que existimos en él: / reflejados y errantes de nosotros / eco de unas palabras confundidas / sin nada que perder, y tan perdidos» (Arte poética, pág. 51). La espectralidad es el individuo, sumergido en la realidad ecoica de lo escrito. Esa identificación entre lo real y la resonancia de lo versificado, da a este último todo el poder de la realidad, la sumerge en la textualidad, donde el escritor es un sujeto resonador de su obra, y así circularmente sin salida, sin solucionar la vinculación entre lo que sucede y su interpretación.  Si el tiempo es lo que huye de cualquier permanencia, un flujo de ficciones inaprehensibles, el problema es cómo resituar al sujeto en este tópico desaliñado y desanclado de lo real. Porque la realidad no es una poética a la que le es imposible fijar nada en ningún lugar, sino que es una actualidad que se desarrolla en sí misma y en su propia dinámica temporal. El problema está en incardinar el tiempo del texto y el del escritor como hechos separados, pero que se encuentran  para generarse como problema que atraiga aquello que puede hacer al sujeto portador de su propia historia. No se puede preguntar quién soy al texto, sino textualizar que lo que soy es una biografía y que una de sus muchas posibilidades es lo que se dice en un libro de poemas.

Bibliografía

El tiempo y sus fantasmas en la poesía de Felipe Benítez

Blog de Felipe Benítez




Lectura 10

 


Inquieto
Kenneth Goldsmith
Madrid, La Uña Rota, 2014.
159 págs .
Traducción: Carlos Bueno Vera



«Todos los movimientos que hizo el cuerpo de Kenneth Goldsmith el 16 de junio de 1997». Con ese subtítulo se explica la poesía del hacer corporal: «Inspira profundamente. Exhala. Según sale el aire, el pecho baja. . Los hombros sobresalen, El cuerpo se impulsa hacia delante. Las palmas de la mano presionan hacia abajo. Las rodillas se enderezan. Las nalgas se levantan. El cuerpo se levanta» (pág. 59). No aparecen ni los objetos con los que interactúa, ni el espacio, ni su pensamiento, ni sus emociones, simplemente palabras para los mecanismos que se accionan en movimientos simples como ir al aseo, sentarse o masturbarse. Lo cotidiano se convierte en el discurso. El hacer microscópico y mecánico. «Alcanza. Agarra. Alcanza. Sujeta. Aguanta. Sierra. Tira. Aguanta. Sujeta. Empuja. Picor. Empuja. Empuja.» (pág. 97). Esta escritura pretende ser un documento notarial de lo que se hace, no de lo que se dice. Pero lo que se hace se dice escrituralmente. ¿Su intención es objetivar? Si es así, no es más que la plasmación de una imposibilidad. Al fin y al cabo el sujeto siempre está detrás de la elección del acto y de las palabras que se utilizan. Ese día no hace nada. Vagar por su casa. No se le ha ocurrido al autor describir sus movimientos mientras asiste a una manifestación antisistema o a un concierto de música clásica. Porque probablemente los movimientos considerados aisladamente serían semejantes o porque la mera contemplación de algo no genera movimientos externos sino intelectivos. Lo que importa en realidad es la masa de palabras que se trasladan al papel. El lector pierde el sentido de lo que está haciendo el autor, pero queda la simple enumeración de vocablos en una lenta borrachera. Y el alcohol acaba haciendo su efecto en el autor. La lengua evoluciona en el libro y acaba invirtiéndose, en escritura de derecha a izquierda a las 22:00 horas.

¿Su intención es saber qué es lo que se puede hacer con el lenguaje como artefacto referencial? Al final de su lectura no encuentras sentidos, sino masas de palabras que se ofrecen como un video, imágenes sin voz, una teatralización de nominaciones sin significados humanos o sociales sino simplemente formales. Podría ser una alegoría de nuestro mundo digital o de nuestra captación del mundo a través de lo digital, pero en realidad ni siquiera llega a eso, pues le falta la conexión con la voluntad de crear. Lo que surge se puede definir como un fenómeno rítmico y acumulativo de vocablos, como una transcripción de actos que no llevan a situaciones de sentido sino a meros movimientos objetuales. Las palabras se sitúan en un espacio en el que no son más que objetos de un individuo, que no sirven para nada, pues no revelan, sino simplemente recuentan. Es un experimento, es cierto, pero experimentar supone querer descubrir un escenario nuevo para transformar otro y aquí no se consigue más que entretenimiento. No existen insólitos puntos de vista, como algún crítico ha dicho, sino visualizaciones que pretenden una objetivación imposible. El punto de vista no constituye a la palabra más que como situacionalidad a donde se mira, pero no sabe de finalismos. Y todo se queda en impresiones, nunca en introyecciones. Para algunos eso puede ser suficiente, pero cuando la palabra se convierte en una cámara de video, al final ni es imagen ni es verso, y no se encuentra algo nuevo sino una desfiguración insignificante de esos dos ámbitos. ¿Este lenguaje combinatorio de vocablos es novedoso? A mí me recuerda al lenguaje computacional. Métase en una página de internet y mire su código fuente. La sucesión lineal de las instrucciones determinadas por palabras aisladas que expresan funciones ejecutables se parece mucho a esta «poesía», pero la diferencia es que aquel lenguaje abre un texto que es el que aparece visible para su lectura significativa, mientras que aquí solo se vincula a sí mismo. ¿Es una poesía original? Sin llegar a elucubraciones sobre sus antecedentes (Joyce, Beckett… o todo lo que des-forma la palabra), podemos entender la originalidad, o bien como aquello de colocar un wáter en mitad de un museo para deconstruirlo, o bien como aquello de deconstruir el museo y convertirlo en un urinario, pero esa coreografía de desubicaciones (que ya no son originales, sino turismo objetual) no es lo que aquí se intenta, sino un simple volver a los diccionarios (andar: trasladarse de lugar; agachar: inclinar la cabeza o una parte del cuerpo…) y reproducir su literalidad. Lúdico, pero inerte.





Lectura 5

 


Platón La verdad está en otra parte
E.A. Dal Maschio
Barcelona, Batiscafo-El País,  2015.
140 págs
 

El periódico El País ofrece actualmente una colección sobre grandes autores de la filosofía que ha arrancado con uno dedicado a Platón. La intención parecía buena, ya que en los tiempos que corren realizar un recorrido histórico por el pensamiento moral, político, teológico… constituye un modo de oxigenarse muy acertado, máxime teniendo en cuenta su carácter divulgativo. Pues bien, hacía tiempo que no leía una forma tan equivocada y deformadora de presentar al filósofo griego. Empecemos por el autor mismo. No se nos ofrece ni una sola nota biográfica sobre su trayectoria intelectual o académica, quizás para esconder que no es un especialista en la materia. De hecho, Eduardo Acín Dal Maschio, licenciado en Filosofía y en Administración de Empresas, parece tener un currículo unido exclusivamente al mundo empresarial. Se trata de un ejecutivo que ha desempeñado diferentes puestos en empresas de toda índole y que ha sido Director de Marketing de RBA Coleccionables (actualmente es administrador único de la empresa Qwerty Consulting S.L., dedicada al asesoramiento a entidades del sector editorial, tecnológico, así como distribución, comercialización e intermediación de productos editoriales bajo cualquier formato o soporte, según el registro mercantil). Después de mirar en las más importantes recopilaciones bibliográficas sobre Platón y no encontrar nada a su nombre, sí que he encontrado una publicación suya: El coleccionable, una buena oferta editorial, Delibros, 2008.

Pues bien, con estos mimbres hagamos un pequeño repaso a la exposición «divulgativa» de las teorías platónicas. La cosa comienza mal, con una biografía apegada a Diógenes Laercio y a las noticias antiguas, sin más crítica. Centra los antecedentes de la filosofía platónica en Sócrates, los sofistas y Parménides (por cierto, nacido en Elea «una de las colonias griegas de la antigua Magna Grecia situada en la actual Turquía» -pág. 50-, descubriéndonos un nuevo emplazamiento de los territorios coloniales griegos que hasta ahora estaban en el sur de Italia y Sicilia), sin mencionar siquiera a los presocráticos, cuando precisamente desde el presocratismo y desde la ontología parmenídea pasando por el moralismo socrático, Platón va a construir su sistema.


A continuación se enfrenta a la exposición de la teoría de las Formas, que son presentadas como predicados universales deducidos del mundo sensible, un caos cambiante y múltiple: «El mundo de la experiencia no las tiene [permanencia, inmutabilidad…]. Pues nos sacamos de la chistera un mundo ad hoc que posea aquellas características y decimos que esa es la realidad. En resumidas cuentas, Platón parece resolver el problema duplicando la realidad: la de aquí no me gusta, pues me invento otra» (pág. 59). En apenas unas pocas páginas ha resuelto el problema de las Formas y de su explicación mediante un estilo divulgativo simplista, que elude la complejidad de la construcción platónica y de su contextualización filosófica que es la que le da sentido (de hecho dedica más espacio a criticarlas que a exponerlas). Nada nos dirá sobre la autoidentidad, la inteligibilidad, la auténtica realidad, la unidad, el paradigma…y todas las demás características de su mundo de Ideas que se va construyendo en función de los debates intelectuales de su época en torno a la ontología. La Forma aparece como una simple manera de solucionar la insuficiencia del mundo, un burdo agarradero: «La realidad se compone, pues, por las Formas de todo aquello que se nos pueda ocurrir o, dicho con un poco más de propiedad, de todos los predicados universales» (pág. 53). Pero esta visión supone detenerse en la forma más simple de la Forma enunciada en la República y olvidar la revisión del Parménides y el Sofista (en el Apéndice el autor señala únicamente como las principales obras donde se contiene el pensamiento platónico al Fedón, el Fedro, la República y el Banquete). Si bien es cierto que en el primer diálogo habla de una cama en sí, de una cama hecha por un artesano y de una cama dibujada por un pintor (entidad real, cosa sensible y copia de esta cosa), en los otros dos diálogos esa relación simétrica entre Forma y cosa se rompe. No es un simple universal lógico, una super-cosa, la Cosa de una clase de cosas, el Caballo de los caballos (eso es lo que piensa el personaje platónico Parménides que es la Forma), sino más bien aquella realidad que contiene la esencialidad de todo lo que existe, y que solo puede ser entendida desde el pensar y no desde lo dado. La Forma Caballo es el resultado de entidades agentes metafísicas como la unidad, la existencia, la mismidad, el orden, la diferencia, aquello que hace que haya universales y que el Caballo pueda ser uno de ellos, y que por tanto se pueda dar el sistema único de atributos llamado Caballo que es compartido por el caballo X (équido, cuadrúpedo, mamífero, herbívoro, perisodáctilo, crin larga, cuello ancho, comportamiento gregario…). Compartir o participar es un concepto que hay que entender fuera de una relación directa de igualdad: no significa que ambos posean elementos paralelos, o por ejemplo, que estén hechos de la misma materia, puesto que, entre otras cosas, todo el Caballo es inmutable, mientras que X se puede romper una pata o morirse; tampoco significa que ambos se comporten igual, puesto que el Caballo no tiene personalidad individual, es un paradigma, un concepto puro; tampoco que piensen lo mismo, puesto que el Caballo vive con otras Formas y se interrelaciona con ellas, mientras que X vive en manadas de X o con otros sujetos particulares.  Lo que decía Platón es que X posee rasgos que derivan de Caballo y no de Mesa; que X ejemplifica a Caballo y no a Mesa; que definimos X porque pensamos en Caballo y no en Mesa. Es una relación de semejanza por procedencia referencial, no por igualdad. Necesitamos a Caballo para poder pensar y escribir de caballo. Es más, su conexión hace que pueda haber pensamiento. Si Platón, por ejemplo, definiera la Justicia en términos concretos de conductas y elecciones en el aquí y ahora, estaría situándola en el mundo de la dóxa y de la historia, y por tanto relativizándola, pues en ese escenario es imposible construirla con precisión y coherencia, de ahí que si queremos tener un concepto estable solo puede ser formulado en el nivel de lo paradigmático.

Pero avancemos en el libro que comento. En su construcción de ese Platón simple y necio, el autor añade otro punto, esta vez religioso ascético, cuando trata de la teoría del conocimiento. Ese proceso epistemológico con el que se alcanza el verdadero conocimiento según Platón, «se trata, en definitiva, de algo parecido a una iluminación, un acceso cuasi místico a la verdad» (pág. 66), «porque el acceso a la verdad no es el resultado de un proceso racional, a las Formas no se llega a través del pensamiento, no se las “entiende” o ·”deduce” o “infiere”, las Formas se “descubren” o se “contemplan”» (pág. 65). Es decir que toda la compleja epistemología de la República, depurada en el Sofista, se reduce a un acto de fe. Y así vacía de contenido racional ese proceso que de hecho consiste en expulsar los falsos conocimientos o las opiniones con el fin de dejar al individuo en un estado de reminiscencia, una actitud abierta a la intimidad del alma en su verdadera realidad inteligible, inmutable y eterna, a través de un procedimiento dialéctico, y por tanto racional.
Pero al llegar a la teoría política es cuando aparece el Platón popperiano que ya nos estaba anunciando. Probablemente el único libro sobre Platón que ha tenido en cuenta el autor sea el de Popper, La sociedad abierta y sus enemigos (una sola vez citado, pág.101, nota37), uno de los ejemplos más claros de análisis histórico de lo que se llama falacia del presentismo o actualización inducida, que consiste en valorar el pasado a partir de concepciones morales, políticas o epistemológicas actuales. Y en este marco tramposo, al analizar la República y una vez explicado el origen del Estado, afirma: «para ver cómo garantizar la preservación de ese orden constituido tendremos que adentrarnos en los aspectos más abominables del pensamiento platónico, una suerte de Mein Kampf de la antigüedad» (pág. 84-85). A continuación describe el proceso de constitución de las clases, de su especialización, como un mecanismo de formación de un Estado totalitario típico del siglo XX. «Platón nos proporciona un listado variopinto e indecoroso de recetas que van desde la censura, la mentira y el adoctrinamiento, hasta la selección de la raza y la eugenesia» (pág. 86). Es cierto que Platón habla del control de los nacimientos, de la selección de los matrimonios y de otras formas de intentar crear una clase de gobernantes. Pero lo que hace Platón es seguir las costumbres de su época y en algunos casos sustituir la figura del padre por la de Estado. El padre tenía tantos derechos sobre sus hijos como sobre sus esclavos y en el caso del matrimonio la mujer se sometía a los intereses de su progenitor. De igual modo, hay que tener en cuenta que en el mundo antiguo la población en general vivía en el límite de la supervivencia y, por ejemplo, era habitual el infanticidio como un método de control demográfico y de natalidad. Sin una medicina eficaz, sin métodos anticonceptivos efectivos, con una dieta limitada y en un mundo constantemente inmerso en enfrentamientos bélicos, la constitución y la fortaleza física constituían valores fundamentales para favorecer la longevidad y la perpetuación familiar. En cuanto a la censura, había sido una constante en la democrática Atenas, donde el mismo Sócrates y muchos otros, fueron juzgados, entre otras cosas, por impiedad. Pero esto era una constante en el mundo antiguo, donde no manejaban un concepto de persona basado en derechos individuales inalienables. En Egipto, tal y como Platón nos lo cuenta en las Leyes, existía también un control férreo de las artes, pero allí por parte de los sacerdotes, y lo que él pretende es que sea la filosofía la que lo ejerza desde la razón y la virtud.

Cuando Platón se refiere a la búsqueda de los mejores individuos para convertirlos en gobernantes de su ciudad ideal, aquellas que deben ser modeladas por una educación racional y virtuosa, está siendo también un hombre de su época. Su propuesta pasa por vigilar desde la infancia a todos los jóvenes para escoger a los mejores (Rep. 412e), para escoger a aquellos que demuestren una inclinación natural hacia el aprender (475c), a los que poseen facilidad para el aprendizaje, tienen buena memoria, son capaces de soportar esfuerzos tanto en la gimnasia como en el aprendiza (535b), poseen una buena salud corporal (536b), presentan en su conducta moderación, valentía, grandeza de espíritu (536b). Si durante la infancia y la juventud presentan estas características y se les educa mediante un sistema no coercitivo sino lúdico (536e-d), se escogerá a los mejores y a los veinte años se les iniciará en el estudio de la dialéctica. Un sistema que nada tiene que ver con una selección racial nacionalista, sino más bien anímica y de fortaleza física congénita. Ahora bien, el autor hace aparecer a Platón como un teórico nazi que pretende construir un Estado en torno a sus propias ideas en el que él se erigiera como el dictador: «se seleccionará a aquellos mejor dotados…para integrarlos en la clase superior ….a la que accederán tras un ulterior periodo de formación…, como preludio de la dialéctica (es decir, la filosofía platónica)…No cuesta ver que la filosofía y la sabiduría coinciden con las doctrinas de Platón, que los guardianes cuyas ”virtudes” los convierten en aptos para el gobierno son aquellos que comulgan con la filosofía platónica, y que el paradigma del guardián-filósofo, del filósofo-rey, es el propio Platón» (pág. 83).

Por otro lado, hablar de Platón como un precedente del nazismo es olvidar cómo en la República la figura del tirano es despreciada como la extremidad del guardián filósofo, «es el peor y más injusto» (580b) de los gobernantes. Le convendría saber que Platón en las Leyes repudia la tiranía («no hay que rogar ni afanarse por que todo se acomode a la voluntad propia» -687e- sino a la razón, de modo que todo legislador debe guiarse por ella y la virtud) y en el Critias caricaturiza al rey-filósofo atlante, un monarca absoluto que fracasa estrepitosamente frente al gobierno colectivo de los guardianes filósofos, o que él mismo intentó convertir al tirano Dionisio II de Siracusa, pero tuvo que salir por piernas de la isla.

En resumen, un libro fallido que ofrece una imagen distorsionada de Platón, que busca una polémica falsa y superada, que pretende presentarnos una filosofía basada en el más burdo presentismo y que además falla como divulgación puesto que nos presenta un pensamiento platónico parcial y fragmentario que no estimula a profundizar en su conocimiento (podríamos añadir a ello que, aunque en la publicidad de la colección se anuncia que se incluyen «citas e indicaciones bibliográficas para profundizar y saber más», lo cierto es que en el libro no aparecen, y ni siquiera a pie de página se indica alguna sobre posibles libros para ampliar un tema).




Lectura 6

 


Pitágoras y el pensamiento presocrático
Víctor Gómez Pin
Batiscafo-El País, 2015
144 pág.



Os comento otro libro de la colección de filosofía que El País publica actualmente, y que por los libros que llevo leídos, me parece que cumple en poca medida su objetivo divulgador. Como es erróneamente habitual en esta colección no se nos ofrece ni una nota sobre el autor del libro. Gómez Pin es un filósofo que en sus inicios se dedicó a la filosofía aristotélica, y que posteriormente se pasó a la epistemología y la filosofía de la ciencia, cosa que se deja notar mucho en el libro. Lo que busca es encontrar el origen de la ciencia y su relación con el pensar filosófico y por ello la figura central es Pitágoras. He aquí un error de base, pues ese mundo, mal llamado presocrático, es de una mayor complejidad y diversidad, y figuras como Heráclito o Parménides merecerían haber tenido más espacio. Pero el autor centra su atención en lo que es especialista y olvida el resto. «Y en ese momento, de una reflexión que es el germen de la ciencia, estamos pasando a una reflexión que será la infancia de la filosofía. Cabe, pues, decir que las preguntas filosóficas surgen de una inquietud sobre las respuestas científicas» (pág. 33).  La pregunta por el ser surge desde la pregunta por la materia. Esta es una de las ideas eje del texto. El proceso que propone va desde el naturalismo a la filosofía. Con los griegos la religión deja de ser la referencia a la hora de pensar (pág. 27).

En un segundo momento, surge la preocupación por el sujeto. Los presocráticos al colocar en el sustrato de la realidad diferentes materias o inmaterialidades únicas, acaban derivando el pensamiento hacia el ser mismo, hacia el hecho mismo de quién coloca ese algo como fundamento del todo. Quién piensa el sustrato del todo. Algo más estable que la diversidad de esos sustratos.

El problema es que es muy discutible que estas cuestiones nazcan desde el naturalismo. La pregunta ya había surgido antes de Tales. Hesíodo y la poesía lírica habían ido rompiendo los nexos del hombre con los dioses, vinculándolo a fuerzas ajenas a ese mundo. Pero el autor ni siquiera menciona el contexto histórico religioso como base para los cambios introducidos por el presocratismo.

Veamos cómo enfoca a Tales de Mileto de acuerdo con estos presupuestos. Su principal aportación fue el hecho de la convicción de que hay algo que está en los cimientos de la realidad y que ese algo es físico, algo presente en la propia naturaleza. Lo importante «al buscar un principio generador de la multiplicidad de entidades que constituyen el mundo, lo de menos es casi el determinar de qué elemento se trata…Lo importante es la convicción de que hay algo que efectivamente está en los cimientos, algo sobre lo cual todo reposa, algo a lo que nuestro discurrir intenta aproximarse    , algo que exige hacer alguna conjetura» (pág.45). Si bien esto es cierto, el hecho de entender a Tales, cuando hace al agua como matriz generadora del todo físico, como un naturalista, pero ¿podemos entender ese elemento como un mero sustrato material?

Gómez Pin utiliza como base de su razonamiento a un clásico de la ciencia, Schrödinger, pero yo prefiero a los clásicos de la historia de la filosofía. «Precisamente esta doctrina de Tales, del agua activa y de la tierra pasiva, pude ser aclarada por el mismo Semónides, su contemporáneo, el más antiguo testimonio  de tal modo de pensar, del que conservamos textos originales. Hablaba de mujeres que están hechas de tierra, y otras hechas de mar. Tierra era la cualidad de lo pasivo, inerte, básico y mar la de lo activo, móvil y espontáneo, que cambia y se mueve por sí, sin estímulo externo» (Fränkel, Poesía y filosofía de la Grecia Arcaica, pág. 250). Y siguiendo con Werner Jaeger: «al confinarse en los hechos comprobables por los sentidos, los jonios parecerían, pues, haber tomado una posición ontológica que sería francamente no teológica» (La teología de los primeros filósofos griegos, pág. 26), pero al lado de ello tenemos un Tales que afirma que «todo está lleno de dioses» (cosa que no dice Gómez Pin), lo que nos lleva a entender que ese principio que sustenta todo no es un fenómeno puramente natural sino que lo divino es un poder que emerge de la naturaleza y que supera a los simples «superhombres» de las historias mitológicas: «los dioses de Tales no viven aparte, en alguna región remota e inaccesible, sino que todo, esto es, todo ese mundo que nos rodea familiarmente y que nuestra razón toma con tanta familiaridad, está lleno de dioses y de los efectos de su poder…Ya no es necesario andar buscando figuras míticas dentro o detrás de la realidad, para comprender que esta es una escena donde ejercen su imperio poderes más altos» (Ibídem, pág.28) El concepto de divino se traslada al campo de aquello que está detrás de todo, algo vivo,  inmortal y eterno. ¿No sería desde la religión pensada racionalmente de dónde surge la ciencia?

Que Pitágoras ocupe la centralidad del libro por el hecho de haber sido el primero en entender que el número sustenta el orden del mundo, desenfoca la diversidad de la aportación presocrática. La afirmación del autor de que las matemáticas están tras todas las cosas o que se haya inscrita en nuestras facultades espirituales (pág. 98), tampoco describe la complejidad y la fusión de elementos que constituyó el pitagorismo. Porque también fue una corriente místico sectaria que creía en la transmigración de las almas; en la vida como un viaje hacia la integración en un alma universal, eterna y divina; en el mundo como kósmos … en ese marco el número  no es algo que matematiza la materia, sino algo que la diviniza. Serían los pitagóricos posteriores, y otros como Eudoxo o Teodoro de Cirene los que irían independizándola del mundo de lo religioso.

Y así el libro se estructura en la misma línea con el resto de filósofos. En resumidas cuentas, no puede entenderse como un libro de divulgación sino como una reflexión que pretende dar la vuelta a la visión clásica de la labor realizada por la filosofía presocrática en el surgimiento del pensar (a mi modo de ver, sin conseguirlo), y que por tanto iría más bien dirigido a los que ya conocen ese mundo antes que a los que pretenden conocerlo.