sábado, 21 de septiembre de 2019

IDENTIDAD MASCULINA


Últimamente el hecho de ser varón de una manera determinada patriarcalmente supone una marca de género totalmente obsoleta e inútil, no solo para sus acólitos sino también para los de cualquier otro género. Debemos encarar la búsqueda de un género personal que permita afrontar nuestra relación con el sexo de una nueva manera más libre y comprensiva de la alteridad.
Resulta que soy varón y ser humano, pero no sé exactamente si seré más de lo uno que de lo otro, o si ambas cosas significan ser lo mismo. Según la normatividad heterosexual más rancia ambas cosas se identifican, por lo que debería tranquilizar mis ansias inquisitivas, pero como estas existen y además quiero desembarazarme de esas dichosas normatividades me he propuesto indagar en la identidad, es decir, en esa forma de dar sentido a lo que soy y que tanto nos entretiene a los occidentales, racionalistas y feministas masculinos. Perdón, acabo de definirme como feminista y no debería haberlo hecho, pues a eso es a lo que pretendía llegar: a defender que puedo formarme una identidad individual no derivada genéricamente (cargada con la tradición de lo masculino). Si algo nos pretende enseñar el feminismo es que el sujeto no viene de serie ni con masculinidad ni feminidad, sino con una corporalidad neutra no asociada a ninguna interpretación de género. El sexo y el género nos lo pondrán desde nuestra salida del útero, o nos lo pondremos nosotros mismos con el tiempo.

Hagamos un repaso de esas búsquedas de identidad. La señora Beauvoir nos dejó claro que para llegar a ser hombre se necesita de una dedicación social y personal que tiene que ser trabajada diariamente. Y que en ese trabajo quien manda es el patriarcalismo. Pero ella diferenció claramente entre sexo y género, el primero biológico y el segundo psicosocial. El binarismo existía, o éramos hombres o mujeres, machos o hembras, que luego seríamos construidos como seres humanos racionales o como sus complementarias y servidoras.

La mujer debía situarse en el marco de ese binarismo genérico en igualdad al del hombre. Ahora bien, el paso siguiente fue el reconocimiento de que ese sistema era en sí mismo negativo para ambos géneros, puesto que además ocultaba la existencia de la multiplicidad genérica. En ese sentido Monique Wittig, para quien el lesbianismo ofrecía a la mujer la única manera posible de vivir libremente, afirmaba que la vida material impone sus premisas y las categorías identitarias son producto de ella: «la categoría “mujer” y la categoría “hombre” son categorías políticas y económicas y que, por tanto, no son eternas. Nuestra lucha intenta hacer desparecer a los hombres como clase, no con un genocidio, sino con una lucha política. Cuando la clase de los “hombres” haya desaparecido, las mujeres como clase desaparecerán también, porque no habrá esclavos sin amos» (p. 40), y por ello «creo que solo más allá de las categorías de sexo (mujer y hombre) puede encontrarse una nueva y subjetiva definición de la persona y del sujeto para toda la humanidad, y que el surgimiento de sujetos individuales exige destruir primero las categorías de sexo, eliminando su uso, y rechazando todas las ciencias que aún las utilizan como sus fundamentos (prácticamente todas las ciencias humanas)» (p. 44). La manera de para romper el binarismo sexual y la heterosexualidad institucionalizada pasaría por desistematizar las relaciones de poder económicas, políticas y de género heredadas.

De Braidoti y su sujeto nómade podemos aprender. El ser como mismidad solo se sostiene bajo la ficción de otro Ser/Dios cuya inamovilidad identitaria se supone imaginariamente y que se toma como modelo.  Elaborar una nueva subjetividad femenina nos pone a todos ante del problema de la identidad como un hecho que vive en la transformación y el cambio. «Para mí, la identidad es un juego de aspectos múltiples, fracturados, del sí mismo; es “relacional”, por cuanto requiere un vínculo con el “otro”; es retrospectiva, por cuanto se fija en virtud de la memoria y los recuerdos, en un proceso genealógico. Por último, la identidad está hecha de sucesivas identificaciones, es decir, de imágenes inconscientes internalizadas que escapan al control racional» (p.195).

Judit Butler afirma que no existe una oposición clara entre sexo y género. No es cierto que el sexo es la base biológica neutra sobre la cual se construye socialmente el género. El sexo también es una construcción sociocultural con la que, al nacer, se etiqueta al individuo sin que él mismo decida. Todo cuerpo nace ya como algo que vemos desde ese prisma cultural. En ese sentido la identidad ha de separarse de cualquier modelo de esencialidad estática y entenderlo como un fluir siempre en construcción.

Como vemos después de este microscópico repaso, el problema es que el sexo/género masculino se ha definido no dentro de un binarismo biológico/cultural sino en el marco de un unitarismo de poder. El sexo confiere el poder para el hombre mientras que cualquier forma de pluralidad identitaria supone una merma de esa posición privilegiada. El problema no es llegar a situarse en un binarismo sino pasar directamente al pluralismo. Nuestro viaje es mucho más largo y la meta está más lejana. Tengo que reconocer todas las localizaciones, los objetivos y las formas de identidad que cada cultura ha ido haciendo, para elegir su destrucción. Ese destruir es lo que se ha de enseñar. No una nueva identidad ni un nomadismo identitario, sino el método de denegación de cualquier fe, inmovilismo o sujeción a un supersujeto paradigmático. Lo real nunca existe como un único sexo atado a una singularidad, sino como una posibilidad identitaria que explora otra posibilidad sexual. Ir escogiendo, afirmando y desafirmando, forma parte de lo que es la vida y su transcurrir.

El que los hombres no tengamos un sistema normativo muy claro que nos diga lo que tenemos que ser, una vez superada la heteronormatividad, no es un problema. El problema consiste en que esos hombres no veamos las propuestas que sí existen y que se ofrecen constantemente a nuestro alrededor. El problema reside en cómo querer verlas, en modelar la voluntad como una apertura al continuo hacerse reconociendo que cada momento  es algo definido, pero en movimiento. En concebirse a sí mismo como una subjetividad meta y automodelable y en disponer de las herramientas culturales y psicológicas necesarias para poder hacerlo. La cultura masculina tradicional señalaba que uno es así para siempre y esa negación de la circunstancialidad de lo que somos es lo que impide observar el espectáculo de identidades de nuestro alrededor. No podemos descubrir una nueva masculinidad como una identidad de la diferencia sino como una multidentidad. Una nueva definición de la subjetividad a partir de la tradición que pesa sobre nuestro género. Nuestra historia como varones es la primera asignación desde el poder dominante, pero estar abierto a otros micropoderes que nos circundan (el feminismo, el indeterminismo, el ateísmo…) solo es posible desde la concepción de la vida como espacio para renacimientos constantes de conciencia sin universalismos. Un resituarse constantemente, un viajar de un momento a otro, considerando cada uno de ellos como establemente dinámicos.

¿Es posible desactivar toda normatividad? Evidentemente, no. Todos nacemos en el marco de una sociedad de símbolos e imágenes que nos señalan desde dónde debemos generar nuestros discursos y nuestra voluntad. Pero la normatividad socioprogenitora ha de suponer una presentación, una exposición, de direcciones abiertas de posibilidades entre las que se tiene que decidir. Cada uno debe poseer las herramientas para resolver esa adopción y no solo aceptar pasivamente la identidad normativa dominante. Tener esas herramientas es lo que da sentido a la individualidad. Es un problema educativo en el que se ofrecen, no categorías cerradas, sino posibilidades de cómo ser (el ámbito familiar siempre es transmisor de una normatividad fija, por lo que es especialmente desde los medios de comunicación, que dan voz a los feminismos, y la administración/enseñanza pública donde se deben ofrecer esas visiones de apertura). La racionalidad debe desposeerse de su vinculación de género-hombre y crearse como un nuevo modo de pensarse conflictivamente, de enfrentarse a sí misma.

Por otro lado, lo masculino no debe ser entendido como una oposición a lo femenino o a cualquier otra forma de comportamiento de género o sexual, sino como una forma incluida en todas ellas, y al mismo tiempo, irradiada desde todas ellas. En esa composición en la que cada una aporta su emanación nada sería absolutizable sino circunstancial. No se trata de convertir lo masculino en una identidad líquida, sino en un estado de proyección y afirmación que sucede en estadios evolutivos. Cada etapa es un modo afirmativo el que me constituyo establemente, pero circunstancialmente. La definición de lo sexual pasa por una abierta comunicación y trasvase de conductas entre las diferentes formas de vivir el cuerpo y lo sexual. ¿Qué valores podrían constituirse en ese estado como específicamente masculinos? En realidad, ninguno. La especificidad del sujeto vendría dada por cómo ha leído su cuerpo desde la subjetividad de sus posibilidades.

Referencias
Braidotti, Rosi. Sujetos nómades. Corporización y diferencia sexual en la teoría feminista contemporánea. Paidós, Barcelona, 2000.
Beauvoir, Simone de. El segundo sexo. Siglo Veinte, Buenos Aires, 1987.
Wittig, Monique. El pensamiento heterosexual y otros ensayos. Egales, Madrid, 2016
Butler, Judith. El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad. Paidós, Madrid, 2010.