El periódico El País
ofrece actualmente una colección sobre grandes autores de
la filosofía que ha arrancado con uno dedicado a Platón. La intención
parecía
buena, ya que en los tiempos que corren realizar un recorrido histórico
por el
pensamiento moral, político, teológico… constituye un modo de
oxigenarse muy
acertado, máxime teniendo en cuenta su carácter divulgativo. Pues bien,
hacía
tiempo que no leía una forma tan equivocada y deformadora de presentar
al
filósofo griego. Empecemos por el autor mismo. No se nos ofrece ni una
sola
nota biográfica sobre su trayectoria intelectual o académica, quizás
para
esconder que no es un especialista en la materia. De hecho, Eduardo
Acín Dal
Maschio, licenciado en Filosofía y en Administración de Empresas,
parece tener
un currículo unido exclusivamente al mundo empresarial. Se trata de un
ejecutivo que ha desempeñado diferentes puestos en empresas de toda
índole y
que ha sido Director de Marketing de RBA Coleccionables (actualmente es
administrador único de la empresa Qwerty
Consulting S.L., dedicada al asesoramiento
a entidades del sector editorial, tecnológico, así como distribución,
comercialización
e intermediación de productos editoriales bajo cualquier formato o
soporte,
según el registro mercantil). Después de mirar en las más
importantes recopilaciones bibliográficas sobre Platón y no encontrar
nada a su
nombre, sí que he encontrado una publicación suya: El coleccionable, una buena
oferta editorial,
Delibros,
2008.
Pues bien, con estos mimbres
hagamos un pequeño repaso a la exposición «divulgativa» de las teorías
platónicas. La cosa comienza mal, con una biografía apegada a Diógenes
Laercio
y a las noticias antiguas, sin más crítica. Centra los antecedentes de
la
filosofía platónica en Sócrates, los sofistas y Parménides (por cierto,
nacido
en Elea «una de las colonias griegas de la antigua Magna Grecia situada
en la
actual Turquía» -pág. 50-, descubriéndonos un nuevo emplazamiento de
los
territorios coloniales griegos que hasta ahora estaban en el sur de
Italia y
Sicilia), sin mencionar siquiera a los presocráticos, cuando
precisamente desde
el presocratismo y desde la ontología parmenídea pasando por el
moralismo
socrático, Platón va a construir su sistema.
A continuación se enfrenta a la
exposición de la teoría de las Formas, que son presentadas como
predicados
universales deducidos del mundo sensible, un caos cambiante y múltiple:
«El
mundo de la experiencia no las tiene [permanencia, inmutabilidad…].
Pues nos
sacamos de la chistera un mundo ad hoc
que posea aquellas características y decimos que esa es la realidad. En
resumidas cuentas, Platón parece resolver el problema duplicando la
realidad:
la de aquí no me gusta, pues me invento otra» (pág. 59). En apenas unas
pocas páginas
ha resuelto el problema de las Formas y de su explicación mediante un
estilo
divulgativo simplista, que elude la complejidad de la construcción
platónica y
de su contextualización filosófica que es la que le da sentido (de
hecho dedica
más espacio a criticarlas que a exponerlas). Nada nos dirá sobre la
autoidentidad, la inteligibilidad, la auténtica realidad, la unidad, el
paradigma…y todas las demás características de su mundo de Ideas que se
va
construyendo en función de los debates intelectuales de su época en
torno a la ontología.
La Forma aparece como una simple manera de solucionar la insuficiencia
del
mundo, un burdo agarradero: «La realidad se compone, pues, por las
Formas de
todo aquello que se nos pueda ocurrir o, dicho con un poco más de
propiedad, de
todos los predicados universales» (pág. 53). Pero esta visión supone
detenerse
en la forma más simple de la Forma enunciada en la República
y olvidar la revisión del Parménides y el Sofista
(en
el Apéndice el autor señala únicamente como las principales obras donde
se
contiene el pensamiento platónico al Fedón,
el Fedro, la República y el Banquete).
Si bien es cierto que en el primer diálogo habla de una cama en sí, de
una cama
hecha por un artesano y de una cama dibujada por un pintor (entidad
real, cosa
sensible y copia de esta cosa), en los otros dos diálogos esa relación
simétrica entre Forma y cosa se rompe. No es un simple universal
lógico, una
super-cosa, la Cosa de una clase de cosas, el Caballo de los caballos
(eso es
lo que piensa el personaje platónico Parménides que es la Forma), sino
más bien
aquella realidad que contiene la esencialidad de todo lo que existe, y
que solo
puede ser entendida desde el pensar y no desde lo dado. La Forma
Caballo es el
resultado de entidades agentes metafísicas como la unidad, la
existencia, la
mismidad, el orden, la diferencia, aquello que hace que haya
universales y que
el Caballo pueda ser uno de ellos, y que por tanto se pueda dar el
sistema único
de atributos llamado Caballo que es compartido por el caballo X
(équido, cuadrúpedo,
mamífero, herbívoro, perisodáctilo, crin larga, cuello ancho,
comportamiento
gregario…). Compartir o participar es un concepto que hay que entender
fuera de
una relación directa de igualdad: no significa que ambos posean
elementos paralelos,
o por ejemplo, que estén hechos de la misma materia, puesto que, entre
otras
cosas, todo el Caballo es inmutable, mientras que X se puede romper una
pata o
morirse; tampoco significa que ambos se comporten igual, puesto que el
Caballo
no tiene personalidad individual, es un paradigma, un concepto puro;
tampoco
que piensen lo mismo, puesto que el Caballo vive con otras Formas y se
interrelaciona con ellas, mientras que X vive en manadas de X o con
otros
sujetos particulares. Lo que decía
Platón es que X posee rasgos que derivan de Caballo y no de Mesa; que X
ejemplifica a Caballo y no a Mesa; que definimos X porque pensamos en
Caballo y
no en Mesa. Es una relación de semejanza por procedencia referencial,
no por
igualdad. Necesitamos a Caballo para poder pensar y escribir de
caballo. Es más,
su conexión hace que pueda haber pensamiento. Si
Platón, por ejemplo, definiera la Justicia en términos concretos de
conductas y
elecciones en el aquí y ahora, estaría situándola en el mundo de la
dóxa y de
la historia, y por tanto relativizándola, pues en ese escenario es
imposible
construirla con precisión y coherencia, de ahí que si queremos tener un
concepto estable solo puede ser formulado en el nivel de lo
paradigmático.
Pero avancemos en el libro que
comento. En su construcción de ese Platón simple y necio, el autor
añade otro
punto, esta vez religioso ascético, cuando trata de la teoría del
conocimiento.
Ese proceso epistemológico con el que se alcanza el verdadero
conocimiento
según Platón, «se trata, en definitiva, de algo parecido a una
iluminación, un
acceso cuasi místico a la verdad» (pág. 66), «porque el acceso a la
verdad no
es el resultado de un proceso racional, a las Formas no se llega a
través del
pensamiento, no se las “entiende” o ·”deduce” o “infiere”, las Formas
se
“descubren” o se “contemplan”» (pág. 65). Es decir que toda la compleja
epistemología de la República,
depurada en el Sofista, se reduce a
un acto de fe. Y así vacía de contenido racional ese proceso que de
hecho consiste
en expulsar los falsos conocimientos o las opiniones con el fin de
dejar al
individuo en un estado de reminiscencia, una actitud abierta a la
intimidad del
alma en su verdadera realidad inteligible, inmutable y eterna, a través
de un procedimiento
dialéctico, y por tanto racional.
Pero al llegar a la teoría
política es cuando aparece el Platón popperiano que ya nos estaba
anunciando. Probablemente
el único libro sobre Platón que ha tenido en cuenta el autor sea el de
Popper, La sociedad abierta y sus enemigos (una
sola vez citado, pág.101, nota37), uno de los ejemplos más claros de
análisis
histórico de lo que se llama falacia del presentismo o actualización
inducida,
que consiste en valorar el pasado a partir de concepciones morales,
políticas o
epistemológicas actuales. Y en este marco tramposo, al analizar la República y una vez explicado el origen
del Estado, afirma: «para ver cómo garantizar la preservación de ese
orden
constituido tendremos que adentrarnos en los aspectos más abominables
del
pensamiento platónico, una suerte de Mein
Kampf de la antigüedad» (pág. 84-85).
A continuación describe el proceso de constitución de las clases, de su
especialización, como un mecanismo de formación de un Estado
totalitario típico
del siglo XX. «Platón nos proporciona un listado variopinto e
indecoroso de
recetas que van desde la censura, la mentira y el adoctrinamiento,
hasta la
selección de la raza y la eugenesia» (pág. 86). Es cierto que Platón
habla del
control de los nacimientos, de la selección de los matrimonios y de
otras
formas de intentar crear una clase de gobernantes. Pero lo que hace Platón es seguir las costumbres de su época y en algunos casos sustituir la figura del padre por la de Estado. El padre tenía tantos derechos sobre sus hijos como sobre sus esclavos y en el caso del matrimonio la mujer se sometía a los intereses de su progenitor. De igual modo, hay que tener en cuenta que en el mundo antiguo la población en general vivía en el límite de la supervivencia y, por ejemplo, era
habitual el infanticidio como un método de control demográfico y de
natalidad.
Sin una medicina eficaz, sin métodos anticonceptivos efectivos, con una
dieta limitada
y en un mundo constantemente inmerso en enfrentamientos bélicos, la
constitución y la fortaleza física constituían valores fundamentales
para favorecer
la longevidad y la perpetuación familiar. En cuanto a la censura, había
sido
una constante en la democrática Atenas, donde el mismo Sócrates y
muchos otros,
fueron juzgados, entre otras cosas, por impiedad. Pero esto era una
constante
en el mundo antiguo, donde no manejaban un concepto de persona basado
en
derechos individuales inalienables. En Egipto, tal y como Platón nos lo
cuenta
en las Leyes, existía también un
control férreo de las artes, pero allí por parte de los sacerdotes, y
lo que él
pretende es que sea la filosofía la que lo ejerza desde la razón y la
virtud.
Cuando Platón se refiere a la
búsqueda de los mejores individuos para convertirlos en gobernantes de
su
ciudad ideal, aquellas que deben ser
modeladas por una educación racional y virtuosa, está siendo también un
hombre
de su época. Su propuesta pasa por vigilar desde la infancia a
todos los jóvenes para escoger a los mejores (Rep.
412e), para escoger a aquellos que demuestren una inclinación
natural hacia el aprender (475c), a los que poseen facilidad para el
aprendizaje, tienen buena memoria, son capaces de soportar esfuerzos
tanto en
la gimnasia como en el aprendiza (535b), poseen una buena salud
corporal
(536b), presentan en su conducta moderación, valentía, grandeza de
espíritu (536b).
Si durante la infancia y la juventud presentan estas características y
se les
educa mediante un sistema no coercitivo sino lúdico (536e-d), se
escogerá a los
mejores y a los veinte años se les iniciará en el estudio de la
dialéctica. Un
sistema que nada tiene que ver con una selección racial nacionalista,
sino más
bien anímica y de fortaleza física congénita. Ahora bien, el autor hace
aparecer
a Platón como un teórico nazi que
pretende construir un Estado en torno a sus propias ideas en el que él
se
erigiera como el dictador: «se seleccionará a aquellos mejor dotados…para
integrarlos en
la clase superior ….a la que accederán tras un ulterior periodo de
formación…,
como preludio de la dialéctica (es decir, la filosofía platónica)…No
cuesta ver
que la filosofía y la sabiduría coinciden con las doctrinas de Platón,
que los
guardianes cuyas ”virtudes” los convierten en aptos para el gobierno
son
aquellos que comulgan con la filosofía platónica, y que el paradigma
del
guardián-filósofo, del filósofo-rey, es el propio Platón» (pág. 83).
Por otro lado, hablar de Platón
como un precedente del nazismo es olvidar cómo en la República
la figura del tirano es despreciada como la extremidad
del guardián filósofo, «es el peor y más injusto» (580b) de los
gobernantes. Le convendría saber que Platón en
las Leyes repudia la tiranía («no hay
que rogar ni afanarse por que todo se
acomode a la voluntad propia» -687e- sino a la razón, de modo que todo
legislador debe guiarse por ella y la virtud) y en el Critias caricaturiza al rey-filósofo
atlante, un monarca absoluto que fracasa estrepitosamente frente al
gobierno
colectivo de los guardianes filósofos, o que él mismo intentó convertir
al
tirano Dionisio II de Siracusa, pero tuvo que salir por piernas de la
isla.
En resumen, un libro fallido que
ofrece una imagen distorsionada de Platón, que busca una polémica falsa
y
superada, que pretende presentarnos una filosofía basada en el más
burdo
presentismo y que además falla como divulgación puesto que nos presenta
un
pensamiento platónico parcial y fragmentario que no estimula a
profundizar en
su conocimiento (podríamos añadir a ello que, aunque
en la publicidad de la colección se anuncia que se incluyen «citas e
indicaciones bibliográficas para profundizar y saber más», lo cierto es
que en
el libro no aparecen, y ni siquiera a pie de página se indica alguna
sobre
posibles libros para ampliar un tema).
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