lunes, 1 de enero de 2001

Lectura 5

 


Platón La verdad está en otra parte
E.A. Dal Maschio
Barcelona, Batiscafo-El País,  2015.
140 págs
 

El periódico El País ofrece actualmente una colección sobre grandes autores de la filosofía que ha arrancado con uno dedicado a Platón. La intención parecía buena, ya que en los tiempos que corren realizar un recorrido histórico por el pensamiento moral, político, teológico… constituye un modo de oxigenarse muy acertado, máxime teniendo en cuenta su carácter divulgativo. Pues bien, hacía tiempo que no leía una forma tan equivocada y deformadora de presentar al filósofo griego. Empecemos por el autor mismo. No se nos ofrece ni una sola nota biográfica sobre su trayectoria intelectual o académica, quizás para esconder que no es un especialista en la materia. De hecho, Eduardo Acín Dal Maschio, licenciado en Filosofía y en Administración de Empresas, parece tener un currículo unido exclusivamente al mundo empresarial. Se trata de un ejecutivo que ha desempeñado diferentes puestos en empresas de toda índole y que ha sido Director de Marketing de RBA Coleccionables (actualmente es administrador único de la empresa Qwerty Consulting S.L., dedicada al asesoramiento a entidades del sector editorial, tecnológico, así como distribución, comercialización e intermediación de productos editoriales bajo cualquier formato o soporte, según el registro mercantil). Después de mirar en las más importantes recopilaciones bibliográficas sobre Platón y no encontrar nada a su nombre, sí que he encontrado una publicación suya: El coleccionable, una buena oferta editorial, Delibros, 2008.

Pues bien, con estos mimbres hagamos un pequeño repaso a la exposición «divulgativa» de las teorías platónicas. La cosa comienza mal, con una biografía apegada a Diógenes Laercio y a las noticias antiguas, sin más crítica. Centra los antecedentes de la filosofía platónica en Sócrates, los sofistas y Parménides (por cierto, nacido en Elea «una de las colonias griegas de la antigua Magna Grecia situada en la actual Turquía» -pág. 50-, descubriéndonos un nuevo emplazamiento de los territorios coloniales griegos que hasta ahora estaban en el sur de Italia y Sicilia), sin mencionar siquiera a los presocráticos, cuando precisamente desde el presocratismo y desde la ontología parmenídea pasando por el moralismo socrático, Platón va a construir su sistema.


A continuación se enfrenta a la exposición de la teoría de las Formas, que son presentadas como predicados universales deducidos del mundo sensible, un caos cambiante y múltiple: «El mundo de la experiencia no las tiene [permanencia, inmutabilidad…]. Pues nos sacamos de la chistera un mundo ad hoc que posea aquellas características y decimos que esa es la realidad. En resumidas cuentas, Platón parece resolver el problema duplicando la realidad: la de aquí no me gusta, pues me invento otra» (pág. 59). En apenas unas pocas páginas ha resuelto el problema de las Formas y de su explicación mediante un estilo divulgativo simplista, que elude la complejidad de la construcción platónica y de su contextualización filosófica que es la que le da sentido (de hecho dedica más espacio a criticarlas que a exponerlas). Nada nos dirá sobre la autoidentidad, la inteligibilidad, la auténtica realidad, la unidad, el paradigma…y todas las demás características de su mundo de Ideas que se va construyendo en función de los debates intelectuales de su época en torno a la ontología. La Forma aparece como una simple manera de solucionar la insuficiencia del mundo, un burdo agarradero: «La realidad se compone, pues, por las Formas de todo aquello que se nos pueda ocurrir o, dicho con un poco más de propiedad, de todos los predicados universales» (pág. 53). Pero esta visión supone detenerse en la forma más simple de la Forma enunciada en la República y olvidar la revisión del Parménides y el Sofista (en el Apéndice el autor señala únicamente como las principales obras donde se contiene el pensamiento platónico al Fedón, el Fedro, la República y el Banquete). Si bien es cierto que en el primer diálogo habla de una cama en sí, de una cama hecha por un artesano y de una cama dibujada por un pintor (entidad real, cosa sensible y copia de esta cosa), en los otros dos diálogos esa relación simétrica entre Forma y cosa se rompe. No es un simple universal lógico, una super-cosa, la Cosa de una clase de cosas, el Caballo de los caballos (eso es lo que piensa el personaje platónico Parménides que es la Forma), sino más bien aquella realidad que contiene la esencialidad de todo lo que existe, y que solo puede ser entendida desde el pensar y no desde lo dado. La Forma Caballo es el resultado de entidades agentes metafísicas como la unidad, la existencia, la mismidad, el orden, la diferencia, aquello que hace que haya universales y que el Caballo pueda ser uno de ellos, y que por tanto se pueda dar el sistema único de atributos llamado Caballo que es compartido por el caballo X (équido, cuadrúpedo, mamífero, herbívoro, perisodáctilo, crin larga, cuello ancho, comportamiento gregario…). Compartir o participar es un concepto que hay que entender fuera de una relación directa de igualdad: no significa que ambos posean elementos paralelos, o por ejemplo, que estén hechos de la misma materia, puesto que, entre otras cosas, todo el Caballo es inmutable, mientras que X se puede romper una pata o morirse; tampoco significa que ambos se comporten igual, puesto que el Caballo no tiene personalidad individual, es un paradigma, un concepto puro; tampoco que piensen lo mismo, puesto que el Caballo vive con otras Formas y se interrelaciona con ellas, mientras que X vive en manadas de X o con otros sujetos particulares.  Lo que decía Platón es que X posee rasgos que derivan de Caballo y no de Mesa; que X ejemplifica a Caballo y no a Mesa; que definimos X porque pensamos en Caballo y no en Mesa. Es una relación de semejanza por procedencia referencial, no por igualdad. Necesitamos a Caballo para poder pensar y escribir de caballo. Es más, su conexión hace que pueda haber pensamiento. Si Platón, por ejemplo, definiera la Justicia en términos concretos de conductas y elecciones en el aquí y ahora, estaría situándola en el mundo de la dóxa y de la historia, y por tanto relativizándola, pues en ese escenario es imposible construirla con precisión y coherencia, de ahí que si queremos tener un concepto estable solo puede ser formulado en el nivel de lo paradigmático.

Pero avancemos en el libro que comento. En su construcción de ese Platón simple y necio, el autor añade otro punto, esta vez religioso ascético, cuando trata de la teoría del conocimiento. Ese proceso epistemológico con el que se alcanza el verdadero conocimiento según Platón, «se trata, en definitiva, de algo parecido a una iluminación, un acceso cuasi místico a la verdad» (pág. 66), «porque el acceso a la verdad no es el resultado de un proceso racional, a las Formas no se llega a través del pensamiento, no se las “entiende” o ·”deduce” o “infiere”, las Formas se “descubren” o se “contemplan”» (pág. 65). Es decir que toda la compleja epistemología de la República, depurada en el Sofista, se reduce a un acto de fe. Y así vacía de contenido racional ese proceso que de hecho consiste en expulsar los falsos conocimientos o las opiniones con el fin de dejar al individuo en un estado de reminiscencia, una actitud abierta a la intimidad del alma en su verdadera realidad inteligible, inmutable y eterna, a través de un procedimiento dialéctico, y por tanto racional.
Pero al llegar a la teoría política es cuando aparece el Platón popperiano que ya nos estaba anunciando. Probablemente el único libro sobre Platón que ha tenido en cuenta el autor sea el de Popper, La sociedad abierta y sus enemigos (una sola vez citado, pág.101, nota37), uno de los ejemplos más claros de análisis histórico de lo que se llama falacia del presentismo o actualización inducida, que consiste en valorar el pasado a partir de concepciones morales, políticas o epistemológicas actuales. Y en este marco tramposo, al analizar la República y una vez explicado el origen del Estado, afirma: «para ver cómo garantizar la preservación de ese orden constituido tendremos que adentrarnos en los aspectos más abominables del pensamiento platónico, una suerte de Mein Kampf de la antigüedad» (pág. 84-85). A continuación describe el proceso de constitución de las clases, de su especialización, como un mecanismo de formación de un Estado totalitario típico del siglo XX. «Platón nos proporciona un listado variopinto e indecoroso de recetas que van desde la censura, la mentira y el adoctrinamiento, hasta la selección de la raza y la eugenesia» (pág. 86). Es cierto que Platón habla del control de los nacimientos, de la selección de los matrimonios y de otras formas de intentar crear una clase de gobernantes. Pero lo que hace Platón es seguir las costumbres de su época y en algunos casos sustituir la figura del padre por la de Estado. El padre tenía tantos derechos sobre sus hijos como sobre sus esclavos y en el caso del matrimonio la mujer se sometía a los intereses de su progenitor. De igual modo, hay que tener en cuenta que en el mundo antiguo la población en general vivía en el límite de la supervivencia y, por ejemplo, era habitual el infanticidio como un método de control demográfico y de natalidad. Sin una medicina eficaz, sin métodos anticonceptivos efectivos, con una dieta limitada y en un mundo constantemente inmerso en enfrentamientos bélicos, la constitución y la fortaleza física constituían valores fundamentales para favorecer la longevidad y la perpetuación familiar. En cuanto a la censura, había sido una constante en la democrática Atenas, donde el mismo Sócrates y muchos otros, fueron juzgados, entre otras cosas, por impiedad. Pero esto era una constante en el mundo antiguo, donde no manejaban un concepto de persona basado en derechos individuales inalienables. En Egipto, tal y como Platón nos lo cuenta en las Leyes, existía también un control férreo de las artes, pero allí por parte de los sacerdotes, y lo que él pretende es que sea la filosofía la que lo ejerza desde la razón y la virtud.

Cuando Platón se refiere a la búsqueda de los mejores individuos para convertirlos en gobernantes de su ciudad ideal, aquellas que deben ser modeladas por una educación racional y virtuosa, está siendo también un hombre de su época. Su propuesta pasa por vigilar desde la infancia a todos los jóvenes para escoger a los mejores (Rep. 412e), para escoger a aquellos que demuestren una inclinación natural hacia el aprender (475c), a los que poseen facilidad para el aprendizaje, tienen buena memoria, son capaces de soportar esfuerzos tanto en la gimnasia como en el aprendiza (535b), poseen una buena salud corporal (536b), presentan en su conducta moderación, valentía, grandeza de espíritu (536b). Si durante la infancia y la juventud presentan estas características y se les educa mediante un sistema no coercitivo sino lúdico (536e-d), se escogerá a los mejores y a los veinte años se les iniciará en el estudio de la dialéctica. Un sistema que nada tiene que ver con una selección racial nacionalista, sino más bien anímica y de fortaleza física congénita. Ahora bien, el autor hace aparecer a Platón como un teórico nazi que pretende construir un Estado en torno a sus propias ideas en el que él se erigiera como el dictador: «se seleccionará a aquellos mejor dotados…para integrarlos en la clase superior ….a la que accederán tras un ulterior periodo de formación…, como preludio de la dialéctica (es decir, la filosofía platónica)…No cuesta ver que la filosofía y la sabiduría coinciden con las doctrinas de Platón, que los guardianes cuyas ”virtudes” los convierten en aptos para el gobierno son aquellos que comulgan con la filosofía platónica, y que el paradigma del guardián-filósofo, del filósofo-rey, es el propio Platón» (pág. 83).

Por otro lado, hablar de Platón como un precedente del nazismo es olvidar cómo en la República la figura del tirano es despreciada como la extremidad del guardián filósofo, «es el peor y más injusto» (580b) de los gobernantes. Le convendría saber que Platón en las Leyes repudia la tiranía («no hay que rogar ni afanarse por que todo se acomode a la voluntad propia» -687e- sino a la razón, de modo que todo legislador debe guiarse por ella y la virtud) y en el Critias caricaturiza al rey-filósofo atlante, un monarca absoluto que fracasa estrepitosamente frente al gobierno colectivo de los guardianes filósofos, o que él mismo intentó convertir al tirano Dionisio II de Siracusa, pero tuvo que salir por piernas de la isla.

En resumen, un libro fallido que ofrece una imagen distorsionada de Platón, que busca una polémica falsa y superada, que pretende presentarnos una filosofía basada en el más burdo presentismo y que además falla como divulgación puesto que nos presenta un pensamiento platónico parcial y fragmentario que no estimula a profundizar en su conocimiento (podríamos añadir a ello que, aunque en la publicidad de la colección se anuncia que se incluyen «citas e indicaciones bibliográficas para profundizar y saber más», lo cierto es que en el libro no aparecen, y ni siquiera a pie de página se indica alguna sobre posibles libros para ampliar un tema).




0 comentarios:

Publicar un comentario