sábado, 25 de marzo de 2017

La batalla lingüística valenciana y el decreto del plurilingüismo

(traducción al valenciano en la entrada siguiente)

En la Comunidad Valenciana nos encontramos en mitad de la enésima batalla lingüística. El abandono de las teorías conservadoras del partido popular  por parte de la izquierda gobernante ha propiciado un nuevo sentido a la relación de las lenguas en la comunidad. Y como siempre, ha aparecido el bando defensor del monolingüismo (castellano dominante, valenciano optativo e inglés supremo) para recordarnos su precaria e ignorante concepción del fenómeno de las lenguas. Ahora el argumento fundamental es la supuesta imposición del valenciano en el sistema educativo. Me gustaría hacer aquí una reflexión personal sobre el tema, no desde el punto de vista de un experto sociolingüista, sino como un hablante que cree en una forma abierta de entender la comunicación.
Veamos y rebatamos los argumentos de los antiimposicionistas:

- el valenciano es una imposición, es decir, existe una norma que impone en el sistema educativo el estudio del valenciano. De un plumazo acaban de redescubrir el sentido profundo de todo acto educativo: imponer al educando un conjunto de conocimientos considerados por el poder político dominante en un momento dado como los apropiados para constituirse en ciudadano. Las matemáticas son una imposición igual que el inglés, y la religión igual que la gimnasia, pero ninguno de los antimposicionistas invoca este hecho cuando habla de todo el currículo sino exclusivamente cuando cita el caso del valenciano. El problema, evidentemente, no es el acto de la imposición, sino el contenido de la misma. Un contenido que forma parte del argumentario del conservadurismo político de esta comunidad y que se esgrime  regularmente para ganar electorado. Imponer un idioma minoritario no significa más que un acto de discriminación positiva que pretende situarlo en el marco histórico y social que le pertenece.

- el valenciano no se usa mayoritariamente porque no es la lengua materna de la mayoría de los valencianos, sino una lengua estudiada, aprendida. Esgrimir el concepto de lengua materna es otra de las grandes falacias de esta discusión. La lengua materna no es un hecho metafísico ni sociolingüístico sino netamente político. Mis padres ambos de la ciudad de Alicante, hablaban entre sí valenciano, pero ni a mí ni a mi hermana nos hablaron nunca en valenciano sino en castellano. Ahora les hablo yo en valenciano y mis hijos también. ¿Cómo se constituye una lengua como materna? Evidentemente en un marco político que le permite serlo y durante la dictadura franquista el mensaje estaba muy claro, si quieres ser un palurdo pueblerino, habla valenciano y si quieres prosperar en la vida habla castellano e inglés. Yo, que ya voy pasando los cincuenta años, no pude tener como lengua materna el valenciano, sino aquella que el régimen decidió que tuviera. Impusieron la lengua materna a toda una nación. Y esta imposición parece que no debe ser discutida o superada, sino que lo que se critica es la imposición actual. Aun así, la estudié y la transmití. Por eso, una lengua estudiada puede ser tan materna como cualquiera. Lo que le da la «maternidad» a la lengua es la decisión del hablante en un contexto de libertad lingüística y de enseñanza plurilingüe. La lengua materna no será más que una de las diferentes lenguas que una persona tendrá que utilizar en su vida en este mundo globalizado. Y utilizará y pensará en la lengua que necesite en un momento dado.
Por otro lado el uso del término lengua materna puede cuestionarse por varias razones. Primero, por el sexismo que supone atribuir únicamente a la madre la responsabilidad de transmitir la primera lengua. En segundo lugar, por la simplificación del enmarañado proceso que supone el aprendizaje de cualquier lengua que, en realidad, es el resultado de interacciones complejas en el entorno social del alumno (¿quién transmite mejor: la familia, el grupo de amigos, la tv, internet…? No serán así las familias del futuro?). En tercer lugar, porque ignora que la realidad del ambiente familiar y social puede consistir en la aparición de varias lenguas simultáneamente (si en un contexto determinado un niño desde que nace recibe el valenciano de su padre, el inglés de su madre y el castellano del resto de la sociedad, ¿cuál sería su lengua materna o principal?). En cuarto lugar, porque desde la realidad de la plasticidad neurológica del cerebro, hablar de una sola lengua de pensamiento, esa lengua que sería la de nuestra identidad auténtica, es un sinsentido, pues la identidad es un hecho dinámico y cambiante y el pensamiento un hecho que admite una amplia gama de semánticas y significados provenientes de diferentes lenguajes (no solo el hablado o escrito, sino el visual, el musical, el corporal) Pues a este mundo es al que vamos, sin fronteras o zonas comunicativas cerradas.

-el imposicionismo valencianista no respeta al castellano incluso en las zonas catalogadas legal y socialmente como castellanoparlantes. Pero la realidad es que en esas zonas, en virtud de una norma absurda, se puede ejercer el derecho a la exención, de modo que el estudio del valenciano es optativo. Estos parlantes castellanos reclaman que cuando pises su territorio has de hablarles en castellano, pero por el mismo derecho a ser respetados que invocan, deberían ellos hablar valenciano cuando hoyan las comarcas valencianas. La lógica del respeto supone una línea de doble sentido, de lo contrario es una farsa. Para respetar hay que ser respetado y al contrario. El respeto implica asunción de responsabilidades iguales para ciudadanos en una situación de igualdad de derechos. Pero la realidad es que siempre ocurre que los valencianoparlantes somos los que acabamos hablando castellano cuando oímos a alguien comenzar una conversación en esa lengua, estemos en la zona hablante que estemos. Para que el respeto fuera mutuo debería imponerse el valenciano en esas comarcas donde el castellano se habla «de toda la vida». Aplicando ese sentido del respeto que invocan los antiimposicionistas, lo que indirectamente están reclamando es la imposición del valenciano, único modo de que ellos se conviertan en agentes respetadores del otro.

-la afirmación típica del antiimposicionismo de que «aquí toda la vida se ha hablado castellano» esconde una profunda ignorancia, consecuencia de no haber estudiado la historia de la lengua. Las lenguas son un fenómeno inscrito en un proceso histórico que es el que determina su relevancia o su discriminación. Desde hace un par de siglos la lengua valenciana ha sufrido, política y normativamente, la prohibición y el arrinconamiento, la marginación y la exclusión, de modo que ahora que nos encontramos en un escenario democrático y de pluralidad lingüística, no se pueden hacer afirmaciones sin sentido. Decir que mi lengua materna es x, es ignorar la pregunta fundamental: ¿por qué x se ha constituido en lengua mayoritaria? ¿Cómo x ha constituido su «maternidad»? Únicamente la historia nos da respuesta de ello. Si se carece de conciencia de pertenencia a un ámbito cultural, si se carece de conciencia histórica, lo único que se consigue es afirmar, sostener, todo el conjunto de imposiciones monolingües del pasado.

-una de sus razones para argumentar contra la imposición del valenciano es el que afirma que lo que hay que estudiar son lenguas que supongan una inversión rentable, que casi garantice el día de mañana un empleo a sus hijos, que sirva para abrirse camino en la vida. Es más útil aprender las lenguas que te pueden proporcionar mejor rentabilidad, es decir, castellano e inglés. El problema de este planteamiento es que esa persona está hablando de sí mismo como un producto, un objeto que necesita aumentar su valor añadido para poder ofrecerse en el mercado de trabajo con ventaja sobre sus competidores. El valenciano no ofrece ese valor, por lo que no merece la pena estudiarlo (¿si aplicáramos este criterio, merecería la pena estudiar filosofía, religión, música…?). Este sujeto-cosa se entiende como algo que debe ser expuesto a la elección del mercado, no se entiende como un individuo que se construye a partir de los elementos culturales que lo humanizan sino a partir de aquellos que lo cosifican. La lengua no solo es un instrumento para conseguir materiales objetivos extralingüisticos, sino que ella misma constituye en sí misma el pensamiento y el significado del mundo, por lo que cuantas más conozcamos mejor tendremos una visión más aproximada de la complejidad de lo que somos como totalidad.

-la utilización de la lengua en la administración pública es otro de los escenarios de batalla de los antiimposicionistas. Tratan de impedir que el valenciano sea exigido como requisito previo para ingresar en la función pública. El argumento es también del todo punto ignorante. Si no se impone el uso del valenciano en la administración, esta incurriría en una falta de respecto a todos los valencianoparlantes, que evidentemente también tienen derecho a ser tratados en pie de igualdad con respecto a los castellanohablantes. Los funcionarios tenemos el deber de saber las lenguas oficiales de una comunidad con el fin de poder atender a todos los administrados en la lengua que elijan. No se trata de que cada funcionario elija voluntariamente la lengua que quiere utilizar, pues en su rol de funcionario tampoco puede elegir la legislación que le gusta aplicar o la que no, ni tampoco estudiar el derecho administrativo o saber informática. Todas esas y otras imposiciones constituyen el contenido de lo que debe conocer un funcionario para poder ejercer su profesión. La lengua escrita de la administración no es un hecho accesorio, sino el instrumento fundamental en el que se producen sus actos, por lo que debería ser un requisito básico e indiscutido para el ingreso en la función pública. El funcionario debe entender que una de sus tareas fundamentales es la de facilitar la comunicación entre el administrado y el sistema normativo administrativo y para ello debe saber utilizar las herramientas comunicativas más respetuosas con la pluralidad social.

-otro campo de batalla es la oposición al decreto de plurilingüismo que ofrece el actual gobierno como fórmula de enseñanza en los centros educativos en el que las lenguas se han estructurado en diferentes niveles en función del número de horas/asignaturas o del sistema de inmersión o no con el que se imparten. Inglés, castellano y valenciano aparecen interrelacionados, de forma que cuanto más se estudia uno más se estudia el otro. El modelo de enseñanza plurilingüe está basado en el aprendizaje de las lenguas de forma integrada y contrastiva. En la realidad las diferentes lenguas adquieren la misma importancia en sus contextos comunicativos de forma que en su aprendizaje escolar lo lógico es que ninguna de ellas sea presentada como la dominante y las demás como las secundarias, sino que todas ellas interactúan al mismo nivel. No se trata de establecer una jerarquía entre las lenguas, sino que los contenidos curriculares puedan ser presentados al mismo tiempo con lenguajes diferentes, para de esa forma entender los matices lingüísticos y semánticos que cada una de ellas aporta. En este tipo de enseñanza la familia del alumno no elige la cantidad de inglés o de valenciano o de castellano que quiere, sino que todas ellas se van estructurando en función de su estatus sociolingüístico (favorecer a la minoritaria e introducir la extranjera, para nivelar las competencias). De esta forma se facilita la intercomprensión entre lenguas que pueden tener el mismo origen, por ejemplo, románico (valenciano-castellano) y al mismo tiempo también se favorece el enfoque intercultural (con el inglés u otra segunda lengua extranjera). Si se dan más horas de una lengua, por ejemplo, del inglés, «la más útil de ellas», frente al valenciano, lo que se consigue es transmitir un escenario combativo y competitivo entre las lenguas, mercantilizando el sentido último de toda lengua que no es su carácter de instrumento utilitario, sino su capacidad para favorecer la mayor cantidad posible de variedades comunicativas del ser humano. Vamos a una enseñanza integrada en donde un mismo profesor pueda presentar al mismo tiempo un contenido en diferentes lenguas de modo que ello permita entender los fenómenos culturas en toda su amplitud. El único nivel posible es el avanzado para todos los centros. Es el único que permite una enseñanza realmente integradora y suficiente de todas las lenguas.
Se critica también, porque dicen que supone una violación del principio de igualdad, que los alumnos de los centros que han elegido un nivel básico acaben no pudiendo obtener una certificación de inglés como los que sí han escogido un nivel avanzado, que conlleva además la enseñanza en inmersión del valenciano.  Ahora bien, el objetivo del plurilingüismo no es la certificación sino la consecución de un aprendizaje de las lenguas como un hecho integrativo en donde todas ellas sean tratadas en pie de igualdad. Si se produjera el hecho de que los alumnos obtuvieran un nivel avanzado de inglés y un nivel básico de valenciano, ¿eso supondría respetar ese principio de igualdad tan cacareado? ¿no dejaría fuera de la igualdad a una lengua cooficial frente a una lengua extranjera?

-otro de los argumentos consiste en afirmar que son los padres los que  han de elegir la lengua que sus hijos tienen que estudiar en el centro y además la cantidad de horas de cada una, de esta forma los padres castellanohablantes se supone que elegirían mayoritariamente esa lengua y arrinconarían al valenciano (que es el resultado político que les interesa a los antiimposicionistas). Hay que dejar claro que los padres no son los únicos educadores ni siquiera los mejores conocedores del mecanismo de la educación. La educación académica es una cosa y la familiar y privada otra, nunca se deben confundir ambos ámbitos. Ahora bien, lo que está claro es que sí son los que votan a los que hacen las leyes educativas. Esa confusión entre educador y votante, es aprovechada por determinados partidos políticos para favorecer sus intereses coyunturales. El político tiene una conciencia estadística de su ideología (legislaré o apoyaré lo que según las encuestas me produzca menos disminución de mi poder) que no tiene nada que ver con la realidad sociológica de la calle. Los padres no deben en ningún caso elegir el currículo de sus hijos, pues se trata de un ámbito en el que la principal voz es la de los profesores y especialistas educativos. El padre y el contexto social deben ser atendidos, pero en ningún caso deben ser determinantes. Esta confusión de roles está muy extendida en todo el ámbito social. Los periodistas no escriben para transmitir el conocimiento del mundo, sino para aumentar las audiencias («los votos» que les permiten mantener su negocio). Muchos pacientes pretenden decidir sus tratamientos o rechazar la medicina científica (los movimientos antivacunación, las pseudomedicinas…). A veces incluso los expertos cambian sus funciones, por ejemplo y dentro del ámbito educativo sucedió así en el debate entre la jornada continua o partida que acaba de darse en esta misma comunidad autónoma. Tal y como se planteaba el problema parecía residir únicamente en la conciliación familiar o en los intereses de horario de los profesores (que abandonaron su rol de especialistas en didáctica), pero no se ha discutido realmente  en qué medida una u otra jornada favorece el rendimiento académico del alumno. De nuevo los votantes papás/mamás/profesores/as fueron los que decidieron. En nuestra sociedad el especialista (y este a veces a sí mismo) está siendo desplazado por el votante «wikipedia», una especie de sujeto enciclopédico inmerso en un sistema de fuerzas manipuladoras que llaman más a mecanismos como la fe, la emotividad, el partidismo o la irracionalidad que a una consideración metódica y racional del mundo. Y para esos se legisla.

En resumen, el programa plurilingüe que se propone ahora en la Comunidad Valenciana es un camino abierto hacia un escenario integrador de las lenguas. De todas formas adolece de errores de base como el hecho de no haber suprimido las exenciones o el mantenimiento de la división en zonas lingüísticas, que lo único que propician es el analfabetismo y la jerarquización de las lenguas. La batalla lingüística no es más que la expresión de un intento de sustitución de una posibilidad comunicativa abierta por un argumento político cerrado sobre un único sentido grupal e ideológico privativo.


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