(traducción al valenciano en la entrada siguiente)
En la Comunidad Valenciana nos
encontramos en mitad de la enésima batalla lingüística. El abandono de las
teorías conservadoras del partido popular por parte de la izquierda gobernante ha
propiciado un nuevo sentido a la relación de las lenguas en la comunidad. Y
como siempre, ha aparecido el bando defensor del monolingüismo (castellano
dominante, valenciano optativo e inglés supremo) para recordarnos su precaria e
ignorante concepción del fenómeno de las lenguas. Ahora el argumento
fundamental es la supuesta imposición del valenciano en el sistema educativo. Me
gustaría hacer aquí una reflexión personal sobre el tema, no desde el punto de
vista de un experto sociolingüista, sino como un hablante que cree en una forma
abierta de entender la comunicación.
Veamos y rebatamos los argumentos de
los antiimposicionistas:
-
el valenciano es una imposición, es decir, existe una norma que impone en el
sistema educativo el estudio del valenciano. De un plumazo acaban de
redescubrir el sentido profundo de todo acto educativo: imponer al educando un
conjunto de conocimientos considerados por el poder político dominante en un
momento dado como los apropiados para constituirse en ciudadano. Las
matemáticas son una imposición igual que el inglés, y la religión igual que la
gimnasia, pero ninguno de los antimposicionistas invoca este hecho cuando habla
de todo el currículo sino exclusivamente cuando cita el caso del valenciano. El
problema, evidentemente, no es el acto de la imposición, sino el contenido de
la misma. Un contenido que forma parte del argumentario del conservadurismo
político de esta comunidad y que se esgrime
regularmente para ganar electorado. Imponer un idioma minoritario no
significa más que un acto de discriminación positiva que pretende situarlo en
el marco histórico y social que le pertenece.
-
el valenciano no se usa mayoritariamente porque no es la lengua materna de la
mayoría de los valencianos, sino una lengua estudiada, aprendida. Esgrimir el
concepto de lengua materna es otra de las grandes falacias de esta discusión.
La lengua materna no es un hecho metafísico ni sociolingüístico sino netamente
político. Mis padres ambos de la ciudad de Alicante, hablaban entre sí
valenciano, pero ni a mí ni a mi hermana nos hablaron nunca en valenciano sino
en castellano. Ahora les hablo yo en valenciano y mis hijos también. ¿Cómo se
constituye una lengua como materna? Evidentemente en un marco político que le
permite serlo y durante la dictadura franquista el mensaje estaba muy claro, si
quieres ser un palurdo pueblerino, habla valenciano y si quieres prosperar en
la vida habla castellano e inglés. Yo, que ya voy pasando los cincuenta años,
no pude tener como lengua materna el valenciano, sino aquella que el régimen
decidió que tuviera. Impusieron la lengua materna a toda una nación. Y esta
imposición parece que no debe ser discutida o superada, sino que lo que se
critica es la imposición actual. Aun así, la estudié y la transmití. Por eso,
una lengua estudiada puede ser tan materna como cualquiera. Lo que le da la
«maternidad» a la lengua es la decisión del hablante en un contexto de libertad
lingüística y de enseñanza plurilingüe. La lengua materna no será más que una
de las diferentes lenguas que una persona tendrá que utilizar en su vida en
este mundo globalizado. Y utilizará y pensará en la lengua que necesite en un
momento dado.
Por otro lado el uso del término lengua
materna puede cuestionarse por varias razones. Primero, por el sexismo que
supone atribuir únicamente a la madre la responsabilidad de transmitir la
primera lengua. En segundo lugar, por la simplificación del enmarañado proceso
que supone el aprendizaje de cualquier lengua que, en realidad, es el resultado
de interacciones complejas en el entorno social del alumno (¿quién transmite
mejor: la familia, el grupo de amigos, la tv, internet…? No serán así las
familias del futuro?). En tercer lugar, porque ignora que la realidad del
ambiente familiar y social puede consistir en la aparición de varias lenguas
simultáneamente (si en un contexto determinado un niño desde que nace recibe el
valenciano de su padre, el inglés de su madre y el castellano del resto de la
sociedad, ¿cuál sería su lengua materna o principal?). En cuarto lugar, porque
desde la realidad de la plasticidad neurológica del cerebro, hablar de una sola
lengua de pensamiento, esa lengua que sería la de nuestra identidad auténtica,
es un sinsentido, pues la identidad es un hecho dinámico y cambiante y el
pensamiento un hecho que admite una amplia gama de semánticas y significados
provenientes de diferentes lenguajes (no solo el hablado o escrito, sino el
visual, el musical, el corporal) Pues a este mundo es al que vamos, sin
fronteras o zonas comunicativas cerradas.
-el
imposicionismo valencianista no respeta al castellano incluso en las zonas
catalogadas legal y socialmente como castellanoparlantes. Pero la realidad es
que en esas zonas, en virtud de una norma absurda, se puede ejercer el derecho
a la exención, de modo que el estudio del valenciano es optativo. Estos
parlantes castellanos reclaman que cuando pises su territorio has de hablarles
en castellano, pero por el mismo derecho a ser respetados que invocan, deberían
ellos hablar valenciano cuando hoyan las comarcas valencianas. La lógica del
respeto supone una línea de doble sentido, de lo contrario es una farsa. Para
respetar hay que ser respetado y al contrario. El respeto implica asunción de
responsabilidades iguales para ciudadanos en una situación de igualdad de
derechos. Pero la realidad es que siempre ocurre que los valencianoparlantes
somos los que acabamos hablando castellano cuando oímos a alguien comenzar una
conversación en esa lengua, estemos en la zona hablante que estemos. Para que
el respeto fuera mutuo debería imponerse el valenciano en esas comarcas donde
el castellano se habla «de toda la vida». Aplicando ese sentido del respeto que
invocan los antiimposicionistas, lo que indirectamente están reclamando es la
imposición del valenciano, único modo de que ellos se conviertan en agentes
respetadores del otro.
-la
afirmación típica del antiimposicionismo de que «aquí toda la vida se ha
hablado castellano» esconde una profunda ignorancia, consecuencia de no haber
estudiado la historia de la lengua. Las lenguas son un fenómeno inscrito en un
proceso histórico que es el que determina su relevancia o su discriminación.
Desde hace un par de siglos la lengua valenciana ha sufrido, política y
normativamente, la prohibición y el arrinconamiento, la marginación y la
exclusión, de modo que ahora que nos encontramos en un escenario democrático y
de pluralidad lingüística, no se pueden hacer afirmaciones sin sentido. Decir
que mi lengua materna es x, es ignorar la pregunta fundamental: ¿por qué x se
ha constituido en lengua mayoritaria? ¿Cómo x ha constituido su «maternidad»?
Únicamente la historia nos da respuesta de ello. Si se carece de conciencia de
pertenencia a un ámbito cultural, si se carece de conciencia histórica, lo
único que se consigue es afirmar, sostener, todo el conjunto de imposiciones
monolingües del pasado.
-una
de sus razones para argumentar contra la imposición del valenciano es el que
afirma que lo que hay que estudiar son lenguas que supongan una inversión
rentable, que casi garantice el día de mañana un empleo a sus hijos, que sirva
para abrirse camino en la vida. Es más útil aprender las lenguas que te pueden
proporcionar mejor rentabilidad, es decir, castellano e inglés. El problema de
este planteamiento es que esa persona está hablando de sí mismo como un
producto, un objeto que necesita aumentar su valor añadido para poder ofrecerse
en el mercado de trabajo con ventaja sobre sus competidores. El valenciano no ofrece
ese valor, por lo que no merece la pena estudiarlo (¿si aplicáramos este
criterio, merecería la pena estudiar filosofía, religión, música…?). Este
sujeto-cosa se entiende como algo que debe ser expuesto a la elección del
mercado, no se entiende como un individuo que se construye a partir de los
elementos culturales que lo humanizan sino a partir de aquellos que lo
cosifican. La lengua no solo es un instrumento para conseguir materiales
objetivos extralingüisticos, sino que ella misma constituye en sí misma el
pensamiento y el significado del mundo, por lo que cuantas más conozcamos mejor
tendremos una visión más aproximada de la complejidad de lo que somos como
totalidad.
-la
utilización de la lengua en la administración pública es otro de los escenarios
de batalla de los antiimposicionistas. Tratan de impedir que el valenciano sea
exigido como requisito previo para ingresar en la función pública. El argumento
es también del todo punto ignorante. Si no se impone el uso del valenciano en
la administración, esta incurriría en una falta de respecto a todos los
valencianoparlantes, que evidentemente también tienen derecho a ser tratados en
pie de igualdad con respecto a los castellanohablantes. Los funcionarios
tenemos el deber de saber las lenguas oficiales de una comunidad con el fin de
poder atender a todos los administrados en la lengua que elijan. No se trata de
que cada funcionario elija voluntariamente la lengua que quiere utilizar, pues
en su rol de funcionario tampoco puede elegir la legislación que le gusta
aplicar o la que no, ni tampoco estudiar el derecho administrativo o saber
informática. Todas esas y otras imposiciones constituyen el contenido de lo que
debe conocer un funcionario para poder ejercer su profesión. La lengua escrita
de la administración no es un hecho accesorio, sino el instrumento fundamental
en el que se producen sus actos, por lo que debería ser un requisito básico e
indiscutido para el ingreso en la función pública. El funcionario debe entender
que una de sus tareas fundamentales es la de facilitar la comunicación entre el
administrado y el sistema normativo administrativo y para ello debe saber
utilizar las herramientas comunicativas más respetuosas con la pluralidad
social.
-otro
campo de batalla es la oposición al decreto de plurilingüismo que ofrece el
actual gobierno como fórmula de enseñanza en los centros educativos en el que
las lenguas se han estructurado en diferentes niveles en función del número de
horas/asignaturas o del sistema de inmersión o no con el que se imparten.
Inglés, castellano y valenciano aparecen interrelacionados, de forma que cuanto
más se estudia uno más se estudia el otro. El modelo de enseñanza plurilingüe
está basado en el aprendizaje de las lenguas de forma integrada y contrastiva.
En la realidad las diferentes lenguas adquieren la misma importancia en sus
contextos comunicativos de forma que en su aprendizaje escolar lo lógico es que
ninguna de ellas sea presentada como la dominante y las demás como las
secundarias, sino que todas ellas interactúan al mismo nivel. No se trata de
establecer una jerarquía entre las lenguas, sino que los contenidos
curriculares puedan ser presentados al mismo tiempo con lenguajes diferentes,
para de esa forma entender los matices lingüísticos y semánticos que cada una
de ellas aporta. En este tipo de enseñanza la familia del alumno no elige la
cantidad de inglés o de valenciano o de castellano que quiere, sino que todas
ellas se van estructurando en función de su estatus sociolingüístico (favorecer
a la minoritaria e introducir la extranjera, para nivelar las competencias). De
esta forma se facilita la intercomprensión entre lenguas que pueden tener el
mismo origen, por ejemplo, románico (valenciano-castellano) y al mismo tiempo
también se favorece el enfoque intercultural (con el inglés u otra segunda
lengua extranjera). Si se dan más horas de una lengua, por ejemplo, del inglés,
«la más útil de ellas», frente al valenciano, lo que se consigue es transmitir
un escenario combativo y competitivo entre las lenguas, mercantilizando el
sentido último de toda lengua que no es su carácter de instrumento utilitario,
sino su capacidad para favorecer la mayor cantidad posible de variedades
comunicativas del ser humano. Vamos a una enseñanza integrada en donde un mismo
profesor pueda presentar al mismo tiempo un contenido en diferentes lenguas de
modo que ello permita entender los fenómenos culturas en toda su amplitud. El
único nivel posible es el avanzado para todos los centros. Es el único que
permite una enseñanza realmente integradora y suficiente de todas las lenguas.
Se critica también, porque dicen que
supone una violación del principio de igualdad, que los alumnos de los centros
que han elegido un nivel básico acaben no pudiendo obtener una certificación de
inglés como los que sí han escogido un nivel avanzado, que conlleva además la
enseñanza en inmersión del valenciano.
Ahora bien, el objetivo del plurilingüismo no es la certificación sino
la consecución de un aprendizaje de las lenguas como un hecho integrativo en
donde todas ellas sean tratadas en pie de igualdad. Si se produjera el hecho de
que los alumnos obtuvieran un nivel avanzado de inglés y un nivel básico de
valenciano, ¿eso supondría respetar ese principio de igualdad tan cacareado?
¿no dejaría fuera de la igualdad a una lengua cooficial frente a una lengua
extranjera?
-otro de los argumentos consiste
en afirmar que son los padres los que
han de elegir la lengua que sus hijos tienen que estudiar en el centro y
además la cantidad de horas de cada una, de esta forma los padres
castellanohablantes se supone que elegirían mayoritariamente esa lengua y
arrinconarían al valenciano (que es el resultado político que les interesa a
los antiimposicionistas). Hay que dejar claro que los padres no son los únicos
educadores ni siquiera los mejores conocedores del mecanismo de la educación.
La educación académica es una cosa y la familiar y privada otra, nunca se deben
confundir ambos ámbitos. Ahora bien, lo que está claro es que sí son los que
votan a los que hacen las leyes educativas. Esa confusión entre educador y
votante, es aprovechada por determinados partidos políticos para favorecer sus
intereses coyunturales. El político tiene una conciencia estadística de su
ideología (legislaré o apoyaré lo que según las encuestas me produzca menos
disminución de mi poder) que no tiene nada que ver con la realidad sociológica
de la calle. Los padres no deben en ningún caso elegir el currículo de sus
hijos, pues se trata de un ámbito en el que la principal voz es la de los
profesores y especialistas educativos. El padre y el contexto social deben ser
atendidos, pero en ningún caso deben ser determinantes. Esta confusión de roles
está muy extendida en todo el ámbito social. Los periodistas no escriben para
transmitir el conocimiento del mundo, sino para aumentar las audiencias («los
votos» que les permiten mantener su negocio). Muchos pacientes pretenden
decidir sus tratamientos o rechazar la medicina científica (los movimientos
antivacunación, las pseudomedicinas…). A veces incluso los expertos cambian sus
funciones, por ejemplo y dentro del ámbito educativo sucedió así en el debate
entre la jornada continua o partida que acaba de darse en esta misma comunidad
autónoma. Tal y como se planteaba el problema parecía residir únicamente en la
conciliación familiar o en los intereses de horario de los profesores (que
abandonaron su rol de especialistas en didáctica), pero no se ha discutido realmente en qué medida una u otra jornada favorece el
rendimiento académico del alumno. De nuevo los votantes
papás/mamás/profesores/as fueron los que decidieron. En nuestra sociedad el
especialista (y este a veces a sí mismo) está siendo desplazado por el votante
«wikipedia», una especie de sujeto enciclopédico inmerso en un sistema de
fuerzas manipuladoras que llaman más a mecanismos como la fe, la emotividad, el
partidismo o la irracionalidad que a una consideración metódica y racional del
mundo. Y para esos se legisla.
En resumen, el programa plurilingüe que
se propone ahora en la Comunidad Valenciana es un camino abierto hacia un
escenario integrador de las lenguas. De todas formas adolece de errores de base
como el hecho de no haber suprimido las exenciones o el mantenimiento de la
división en zonas lingüísticas, que lo único que propician es el analfabetismo
y la jerarquización de las lenguas. La batalla lingüística no es más que la
expresión de un intento de sustitución de una posibilidad comunicativa abierta
por un argumento político cerrado sobre un único sentido grupal e ideológico
privativo.
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