«Nadie usurpará al pueblo su derecho a decidir».
«El pueblo debe ser escuchado». «En una verdadera democracia es el pueblo el
que decide». Todas estas son
afirmaciones que estamos escuchando últimamente muy a menudo. La principal
razón esgrimida por los independentistas catalanes apela al esencialismo
democrático: es el propio pueblo el que ha de decidir a qué Estado pertenecer.
El debate, por tanto, se centra en el cuestionamiento de la democracia
representativa frente a la opción de una democracia plebiscitaria. Y el
referéndum es el mecanismo para oír la voz del pueblo. Un viejo debate en
filosofía política que se ha resuelto normalmente a favor de reforzar los
mecanismos de la representación o delegación del poder del ciudadano. Que nuestros
dirigentes y sus estructuras partidistas hayan fracasado rotundamente en la
gestión de lo público, no invalida el modelo, sino a sus ejecutantes. Pero en
la crisis actual la desesperanza y falta de confianza en las clases dirigentes
es tan alta que se demandan medidas extremas y entre otras quitarle poder a
todo un cúmulo de instituciones sindicales, empresariales, financieras… sumidas
en la corrupción y la impunidad. El problema es que el referéndum no es un
instrumento democrático, sino una apariencia del mismo. Veamos algunas razones:
1.
El referéndum se basa en la creencia de la existencia de una voluntad popular. Pero
el hecho es que la voluntad social no existe como un modo unificado de
pensamiento. A través de un referéndum es imposible determinar qué es lo que
piensan los diversos y numerosos grupos sociales y las diferentes corrientes de
opinión que existen en una sociedad tan compleja como la nuestra. Por eso
existen los partidos políticos para expresar la diversidad de tendencias
ideológicas de la ciudadanía. El principio de mayoría en que se fundamenta este
instrumento pone en peligro los derechos de las minorías en que se basa la
democracia. La voluntad popular es lo que ha votado la mitad más uno de la
población. Un dato numérico sustituye a una red de pensamiento.
2.
La voluntad popular es el resultado de unas circunstancias coyunturales. Hace
cinco o seis años la voluntad popular en Cataluña no era independentista y en
ese momento a nadie se le ocurrió que había que conocerla. ¿Cada cuánto tiempo
hay que hacerlo? Si hoy se celebrara un referéndum es posible que el sí fuera
mayoritario. Pero imaginemos que una vez
conseguida la independencia, Cataluña entrara en un proceso de recesión
económica todavía más grave que el que padece (en realidad no hace falta
imaginarlo, pues sería una realidad), ¿habría que convocar entonces un
referéndum para conocer la voluntad catalana? ¿No vencería entonces la unión
con España? (¿en la futura constitución catalana existiría un mecanismo jurídico
para la secesión o la unión con otros territorios?). Los referéndums solo se
convocan cuando interesa al que lo convoca, cuando el que lo convoca busca
afirmar su ideario político. En la guerra de Irak pasó algo parecido. En el
país más democrático del mundo, EEUU, no se convocó referéndum, aunque la
opinión mayoritaria era favorable a la invasión, después de una campaña de
manipulación pública, incluyendo mentiras sobre las armas de destrucción masiva
iraquíes. El riesgo era excesivo. ¿Cuál hubiera sido el resultado después de
una campaña electoral larga y costosa? En España tampoco se convocó un
referéndum, pues la opinión pública era claramente mayoritaria en contra de la
guerra, y Aznar nos metió en ella. No nos engañemos, el referéndum es un
mecanismo más de control de la sociedad por parte de los partidos políticos. El
referéndum se convoca cuando se sabe por las encuestas que la voluntad popular
estará a favor del que la convoca, luego lo importante es el conocimiento de la
opinión social en un momento dado, que se realiza a través de los medios
demoscópicos adecuados. Y lo difícil es gestionar técnica y políticamente la
complejidad de los intereses que conforman el juego social de fuerzas.
3.
El referéndum obliga a opciones reduccionistas. El carácter dicotómico de la
cuestión plebiscitada construye una polarización política simplificadora.
Las sociedades son cada vez más complejas y sus gobernantes deben atender a
todos los intereses en juego. Los referéndums son un mal procedimiento para la
toma de decisiones. Las opciones que se ofrecen para su voto suelen ser simples
y maniqueas, cuando lo lógico es tratar los problemas en toda su gama de
matices. La secesión o la unión no son la manera de solucionar una situación de
conflicto, salvo que se dirima una situación de opresión o de discriminación no
solucionable de otra manera, que no es el caso.
4.
El referéndum no resuelve el problema. Supone que la mitad más uno de la
población de un territorio se impone sobre el resto. El paso de la voluntad
individual a la voluntad mayoritaria se realiza a través de una simple
cuantificación El complejo mundo de intereses en juego en toda sociedad no
puede ser resuelto dando la razón a una simple mitad más uno de la población.
Eso sí que es antidemocrático, no escuchar a las minorías, o no intentar
satisfacer a la mayor cantidad posible de ciudadanos. Tanto si hubiera vencido
el sí como el no, en Escocia lo único que se ha demostrado es que la sociedad
está dividida. Si hubiera ganado el sí, en un futuro Estado independiente
escocés existiría el mismo problema de división ciudadana. Y con el no pasa
otro tanto. Ahora se solucionará políticamente cuando se piense en la
convivencia de todos los escoceses y se les otorgue más autonomía y mejor financiación.
5.
La voluntad popular también se equivoca. Partimos de una máxima económica: el
cliente siempre tiene razón. Si cambiamos cliente por ciudadano, se ha hecho el
milagro, aparece la democracia directa. Las condiciones de existencia del
mercado se imponen y nos intentarán por todos los medios vender sus productos a
costa de cualquier tipo de manipulación. En la democracia representativa es
cierto que también se producen esos tejemanejes. Pero desde el momento en que
el representante político se sitúa entre el ciudadano y los grupos de poder,
tiene que jugar a dos manos y la acción de presión se compensa. En el
referéndum todo se juega a convencer y generar una opinión pública favorable a
una única solución posible.
6.
La democracia plebiscitaria supone un caos convivencial, legal y económico. Si
damos la palabra al pueblo, la inestabilidad política imposibilitaría la
convivencia. Para seguir esa máxima plebiscitaria habría que consultar
periódicamente sobre multitud de temas: pena de muerte, monarquía o república,
aborto,… derechos fundamentales o política económica… Imaginemos que
preguntamos todo esto cada cuatro años, al comienzo de cada legislatura, puesto
que los políticos deberían gobernar de acuerdo con su resultado, e imaginemos
que las contestaciones populares fueran cambiantes, ¿podría un Estado
sobrevivir a semejante fluctuación? Por otro lado, la propaganda gubernamental
y partidista funcionaría a toda máquina para cada plebiscito a través de sus
medios propios o afines, emplearía todos los mecanismos de propaganda y
manipulación posibles, de forma que el Estado estaría más en manos del
marketing que de la política, más del sentimiento que de la razón. El
sentimiento independentista es algo difuso y que llama más a votar en contra de
algo que a favor de construir algo, sin meditar las consecuencias reales de esa
decisión. La crisis económica, la crisis de los dos grandes partidos, la huida
de la propia responsabilidad de la situación de Cataluña, la redistribución
discriminatoria de la renta… aparecen de fondo del surgimiento del
independentismo secesionista coyuntural actual, pero también podrían ser la excusa
para cualquier otra forma de Estado, lo que supondría una opción menos
peligrosa y costosa política y económicamente.
7.
El referéndum se utiliza como una amenaza permanente, un hecho
desestabilizador. Si un grupo político o social considera que no se han
satisfecho sus reivindicaciones, simplemente amenaza con convocar un
referéndum. En España ya tenemos dos. El de Canarias es además claramente
manipulador, con una pregunta en la que se tiene que elegir o el petróleo o el
medio ambiente. Ahí es nada. Es
imposible constituir un Estado de derecho bajo la amenaza constante de recurrir
a la voluntad popular para conseguir por aclamación lo que no se ha conseguido
por acuerdo político. Se utiliza esa supuesta voluntad como arma contra la
legalidad. El referéndum podría convertirse en una herramienta de
desestabilización permanente en manos de grupos de poder mediático asociados a
poderes económicos y políticos.
8. Todo referéndum acaba siendo reducido por los votantes a dos cuestiones fundamentales. Una es ideológica y otra coyuntural. Cualquier cuestión que se plantee en el referéndum es entendida como, o bien un voto para apoyar a un partido político, o bien para castigar a otro (por ejemplo, el caso del brexit). Lo que a la mayoría de la gente le importa es que salga a flote su partido o su ideología, frente a qué es lo que concretamente se está preguntando. La pregunta es un test para evaluar a los partidos. Al mismo tiempo, es la coyuntura económico-social lo que se pone en juego en los referéndums. Cómo influirá el resultado en solucionar los problemas que existen en el momento de convocarse. Ambos aspectos aparecen inevitablemente en cualquier consulta de modo que casi lo menos importante es la pregunta en sí, sino las consecuencias que puede provocar en el equilibrio de partidos o en la mejora de la situación actual. Ambos aspectos desvirtúan la pregunta en sí y sus resultados.
8. Todo referéndum acaba siendo reducido por los votantes a dos cuestiones fundamentales. Una es ideológica y otra coyuntural. Cualquier cuestión que se plantee en el referéndum es entendida como, o bien un voto para apoyar a un partido político, o bien para castigar a otro (por ejemplo, el caso del brexit). Lo que a la mayoría de la gente le importa es que salga a flote su partido o su ideología, frente a qué es lo que concretamente se está preguntando. La pregunta es un test para evaluar a los partidos. Al mismo tiempo, es la coyuntura económico-social lo que se pone en juego en los referéndums. Cómo influirá el resultado en solucionar los problemas que existen en el momento de convocarse. Ambos aspectos aparecen inevitablemente en cualquier consulta de modo que casi lo menos importante es la pregunta en sí, sino las consecuencias que puede provocar en el equilibrio de partidos o en la mejora de la situación actual. Ambos aspectos desvirtúan la pregunta en sí y sus resultados.
Por
muy controvertido que parezca el referéndum no significa más poder para el
pueblo. Por el contrario, la mejor solución consiste es de mejorar los
mecanismos de la democracia representativa a través del control de los partidos
políticos, de su financiación, de su estructura y toma de posición internas.
Además es necesario disponer de una ley electoral que permita a las minorías
alcanzar los parlamentos. Recuerdo un programa de televisión donde se
entrevistaba a un parlamentario inglés que comentaba que acababa de llamarle al
móvil un ciudadano, por lo que se había visto obligado a salir de una sesión
del parlamento para atenderle. En España estamos a años luz de vivir en el
escenario de una democracia representativa real y amplia, y ya nos estamos
planteando sustituirla por una plebiscitaria. Como siempre, en los extremos.
0 comentarios:
Publicar un comentario