domingo, 7 de octubre de 2012

San Jerónimo, aborto, animación retardada


Os presento aquí de nuevo otro capítulo de las entradas que estoy realizando sobre el tema del aborto y el concepto de la persona y su evolución histórica. Si en la entrada anterior estudiaba a San Agustín, ahora me centraré en un autor contemporáneo suyo con el que mantuvo una abundante relación epistolar, San Jerónimo (331/347-420).


Antes de comenzar con las citas concretas de su obra en relación con el tema del aborto, es necesario situarlo en el debate de su época sobre el origen del alma en el individuo. Tres posibilidades se habían propuesto en el cristianismo hasta el siglo IV[1]. Tertuliano defendió el traducionismo, el alma es transmitida por los progenitores en el momento de la concepción. Otros, como Orígenes, sostenían la preexistencia del alma. Y, por último, los que afirmaban que Dios crea cada alma individualmente en el momento de la generación, y que es la que asume San Jerónimo[2]



Aceptando esta última propuesta, el problema que se plantea es cómo Dios otorga alma a los nacidos de relaciones adúlteras o incestuosas, o cómo es posible explicar la muerte de los recién nacidos, que todavía no han tenido tiempo de cometer ningún pecado. La respuesta es muy clara. El alma se corrompe por el mero hecho de entrar en contacto con el cuerpo. El cuerpo en sí es el pecado. El problema no está en el alma, creación de Dios, y al que no se le puede achacar el problema. «Es como si el defecto de la simiente residiera en el grano que se dice que ha sido obtenido en un robo, y no en aquel que ha cometido el robo; ¡por esa misma razón la tierra no debería acoger en sus entrañas la semilla, porque el labrador la ha arrojado con unas manos sucias!»[3]. Diferencia, por tanto, entre la simiente/alma, cuyo estado es sin pecado,  y su intromisión en el cuerpo, momento en el que adquiere su estado de pecado. «Se conserva un libro de Dídimo, a ti dirigido, en el que da respuesta a lo que inquieta tu mente: los niños no han podido cometer pecados; les basta, añade además Dídimo, con que únicamente hayan tenido contacto con la cárcel de los cuerpos»[4]. ¿Se trata ese cuerpo de una entidad formada o informe?



La postura de S. Jerónimo al respecto aparece en una cita de una de sus cartas: «Así que podemos entender preñadas a las almas que, de la semilla de las doctrinas y de la palabra de Dios, han concebido los comienzos de la fe y dicen con Isaías: Por tu temor, Señor hemos concebido y parido, hemos hecho el espíritu de tu salud sobre la tierra (Is 26,18).  Porque así como los gérmenes se van formando poco a poco en el seno y no se reputa homicidio (non reputatur homicidium) hasta que los elementos confusos no se configuran y toman sus miembros (elementa confusa suos imagines membraque suscipiant), así, una idea concebida por la razón, sino rompe en obras, queda retenida en el seno y pronto perece por aborto, cuando ven la abominación de la desolación asentada en la iglesia y a Satanás transfigurado en ángel de la luz. De estos hijos en gestación habla también Pablo cuando dice Hijitos míos, a quienes una vez más llevo en mis entrañas, hasta que Cristo se forme en vosotros (Gal 4,19). Así, pues, según el sentido místico, estas pienso que son las mujeres de las que el mismo Apóstol escribe: La mujer, seducida, se hizo transgresora; pero se salvará por la crianza de los hijos, si permanecieren en la fe, caridad y santidad con castidad (1Tim 2,14ss.). Si estas mujeres concibieren alguna vez de la palabra divina, es menester que lo engendrado crezca y que reciba primero la leche de la infancia, hasta que llegue al manjar sólido y a la edad madura de la plenitud de Cristo. Y así es que todo el que se alimenta de leche no tiene parte en la justicia, pues es niño pequeño (Hebr 5,13). Ahora bien, estas almas que todavía no han parido o que no han podido alimentar lo engendrado, cuando ven que la palabra herética se asienta en la Iglesia, pronto se escandalizan y se pierden y no pueden resistir las tempestades y a la persecución, sobre todo si se hallan hueras de buenas obras y no andan por el camino que es Cristo. De esta abominación de la doctrina herética y perversa decía el Apóstol que el hombre inicuo y contrario se levanta contra todo lo que es Dios y religión, hasta el punto de atreverse a estar en el templo de Dios y presentarse a sí mismo como Dios. Su advenimiento es conforme a la operación de Satanás, y lo que ha sido concebido lo hace perecer por aborto, y lo nacido hace que no llegue a la niñez ni a la edad perfecta»[5]. El aborto de lo informe le sirve para realizar una analogía: la semilla de la doctrina de la iglesia no genera un verdadero creyente hasta que este no lleva una vida cristiana en su plenitud, vida esta que no podrá ser influenciada aún cuando vea que en la misma institución eclesial haya hombres vencidos por el demonio. El alma madura puede resistir cualquier tempestad, por lo que necesita pasar de la informidad e inmadurez original a la sabiduría que se consigue con la perseverancia y la práctica religiosa constante. Las almas confusas son fácilmente abortadas, destruidas por los enemigos de la fe. En cualquier caso, establece la diferencia que más tarde seguirá S. Agustín en torno a la no existencia de homicidio en el caso del aborto de un feto aún no formado. El cuerpo debe estar formado, ordenado y completo en todas sus partes, para recibir la acción divina del alma, momento constitutivo de la persona.



A continuación cito un texto que ha sido utilizado por determinados comentaristas católicos para colocar a S. Jerónimo entre los contrarios a todo tipo de aborto, cuando su sentido acota un caso específico. La carta se dirige a Eustoquia una mujer romana de noble familia que optó por la virginidad y la fe cristiana. «Repudiadas y desterradas esas que no quieren ser vírgenes, sino parecerlo, de aquí adelante mi plática se endereza a ti, que has sido la primera noble virgen de la ciudad de Roma y tanto más, por ende, has de esforzarte para no verte privada a par de los bienes presentes y por venir… »[6]. Toda la carta es una exaltación de la virginidad, frente al matrimonio. Este es un estado de segundo grado: «gloríense las casadas, pues ocupan el segundo grado después de las vírgenes»[7]; «alabo las nupcias, alabo el matrimonio, pero porque me engendran vírgenes»; «y he aquí un indicio de que la virginidad es cosa de la naturaleza y las nupcias secuela del pecado: la carne nace virgen de las nupcias, pagando en el fruto lo que perdiera en la raíz»[8].



Consecuencia de todo ello es su crítica a las vírgenes que pretenden ocultar sus pecados: «Pena me da decir las vírgenes que caen cada día, cuántas pierde de su seno la madre Iglesia, sobre qué estrellas pone su silla el soberbio enemigo, qué de peñas hiende la serpiente para habitar en sus aberturas. Fácil es ver a muchas, viudas antes que casadas, que solo cubren su desdichada conciencia con hábito fementido y que andan con cuellos erguidos y pies juguetones hasta que las traiciona la hinchazón del vientre y los vagidos de los chiquillos. Otras toman de antemano bebedizos para lograr la esterilidad y matan al hombre antes de haber nacido (necdum nati homines homicidium facit). Algunas cuando se percatan que han concebido criminalmente (cum se seserint concepisse de scelere) preparan los venenos del aborto (aborti uenena) y frecuentemente acontece que, muriendo también ellas, bajan a los infiernos reas de triple crimen: homicidios de sí mismas, adúlteras de Cristo y parricidas del hijo no nacido. Estas son las que andan llamando la atención por las públicas plazas, y, guiñándoles a hurtadillas los ojos, arrastran tras sí toda una grey de mozuelos»[9]. Lo que hace S. Jerónimo es defender el estado de la castidad, suprema forma de vida humana y defenderlo de cualquier fraude, como es la ocultación de las relaciones sexuales cometidas y demostradas a través del embarazo.







BIBLIOGRAFÍA

San Jerónimo. Cartas de S. Jerónimo. Vol. I-II. Edición bilingüe a cargo de Daniel Ruiz. Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1962.

¾Contra Rufino. Madrid, Akal, 2003.



[1] Contra Rufino II 8, citando a Rufino.
[2] Ídem III 30
[3] Ídem III 28
[4] Ibídem
[5] Libro sobre once cuestiones a Algasia 121.4
[6] Carta a Eustoquia 15
[7]  Ídem 19
[8]  Ídem 20
[9]  Ídem 13

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