Recientemente se planteó un debate en el diario El País sobre el sexismo del
lenguaje en el que la Academia de la Lengua se posicionó a favor de una postura
negadora del mismo. El tema consistía en concebir el lenguaje como una
consecuencia o como una causa del pensamiento. Los manuales sobre el lenguaje
no sexista proponen un uso del idioma tendente a eliminar el género y a
sustituirlo por palabras que no evidencien lo masculino o lo femenino, sino lo
asexuado, o bien el consabido a/o, u otras formas de huir del «sexo»
tradicional adjudicado a cada vocablo. ¿El sexismo está en el lenguaje o en el
hablante? Precisamente ahora que se están celebrando los Juegos Olímpicos esta
discusión se reaviva. Lo estamos oyendo todos los días. Las «chicas» son las
que están haciendo que el medallero español se sitúe en un lugar aceptable, ya
que los deportistas no parece que estén en ello. Ellas, las deportistas, son
las «chicas», los varones son los deportistas o los jugadores. Las «chicas de»
(waterpolo, balonmano…) frente a los «jugadores de» ¿Genera el uso de esta palabra
una conciencia machista o más bien la refuerza o simplemente es indiferente? Está
claro que el uso de una palabra u otra no genera un sistema de pensamiento
individual, pero también lo es que al repetir insistentemente las «chicas»
frente a los jugadores, estamos diferenciando dos categorías, dos espacios
separados que incluyen dos formas de valorar lo femenino y lo masculino. El/la
que ya es machista no encontrará ninguna contradicción en ese uso. El/la que es
feminista no transformará su pensamiento, pero establecerá un sistema racional
diferenciador en función del sexo. Las chicas forman una pandilla, un grupo,
algo espontáneo, no un equipo deportivo, estructurado. Cuando hablamos de
chicas, implicamos una identificación sexual, instintiva. Derivamos la
reflexión sobre algo a contextos puramente sexuales, lo extraemos de categorías
racionales y lo conducimos a categorías emocionales. Generamos un dualismo
entre lo femenino emocional y lo masculino racional. El uso continuado puede
que no ocasione un cambio de pensamiento en el que ya ha construido una
ideología personal igualitaria, pero lo cierto es que ese igualitarismo, será
entendido como una disociación y no como una unidad. Será igual a mí, pero no
como yo, sino como algo que adquiere lo que yo tengo. Algo que viaja a mi
categoría desde otra. Pensará en lo femenino como algo hacia mí, no como algo
en sí. Las palabras además tienen su historia y esa historia ha viajado desde
un uso sexista, en un mundo sexista y misógino, hacia el mismo uso en un mundo contemporáneo
que se abre al igualitarismo. Y ese viaje está aún presente en nuestra
conciencia y en nuestra educación.
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