Abordo aquí otra entrada sobre el tema de la concepción del
aborto en el mundo antiguo, esta vez sobre uno de los textos más citados desde
el corporativismo médico: el Corpus Hippocraticum. Lo primero que hay que
aclarar es que, en realidad, se desconoce lo que escribió Hipócrates, pues los
textos del Corpus abarcan escritos médicos desde el siglo V a. C. hasta época
helenística y corresponden a muchos autores o recopiladores con diferentes
formas de pensar y de hacer medicina. ¿Existía en el CH posturas diferenciadas
en torno al aborto en una época en la que junto con el infanticidio constituía
una práctica habitual?
El texto más conocido del Corpus es el juramento que es
utilizado por muchos antiabortistas como fundamento histórico para afirmar una
ética médica favorable a sus ideas. Pero veamos cómo en realidad tanto el
Corpus como el juramento vienen a decir todo lo contrario.
La datación del juramento tradicionalmente se había situado
en una época muy alta, casi uno de los primeros escritos del Corpus, e incluso
se había atribuido al mismo Hipócrates. Posteriormente Edelstein estableció que
en el juramento expresaba creencias pitagóricas (la comunidad de vida que
establece entre médico y discípulo; el carácter cerrado, casi sectario, de las
escuelas médicas; la no aceptación de la eutanasia; la prohibición del aborto; el
rechazo de la cirugía; la exigencia de pureza y santidad al médico) por lo que
lo databa en el siglo IV a. C. cuando el pitagorismo tenía una importancia
considerable en el campo filosófico. Ahora bien, esta concepción ha sido
cuestionada considerándose que también puede entenderse como un texto mucho más
tardío en el que no solo aparecerían elementos pitagóricos sino mistéricos y de
la gnosis propia del periodo helenístico tardío (s. IV-V)[1].
En cualquier caso todo ello nos lleva a entenderlo más como un texto resultado
de una tradición en la que se suman elementos diversos que como el pistoletazo de
salida de una escuela médica y ello unido a que el juramento expresa una forma
de entender la medicina y su práctica opuesta en la mayoría de los casos a los
restantes escritos que componen el Corpus.
En este sentido se ha revisado también la supuesta
prohibición del aborto que aparecería en el juramento[2].
Veamos el texto: «no daré a nadie, aunque me lo pida, ningún fármaco letal, ni
haré semejante sugerencia (οὐ δώσω δὲ οὐδὲ φάρμακον οὐδενὶ αἰτηθεὶς θανάσιμον
οὐδὲ ὑφηγήσομαι συμ βουλίην τοιήνδε). Igualmente (ὁμοίως,
en el mismo sentido, de acuerdo con lo anterior), tampoco proporcionaré (δώσω)
a mujer alguna un pesario (πεσσὸν) abortivo
(φθόριον, destructivo). En pureza y santidad (ἁγνῶς καὶ δέ ὁσίως)
mantendré mi vida y mi arte (διατηρήσω βίον τὸν ἐμὸν καὶ τέχνην τὴν ἐμήν)» (Juramento 2).
La frase que alude al aborto aparece enmarcada entre otras
dos afirmaciones que le dan su sentido real. En primer lugar, una declaración
contra toda práctica de ayuda a la muerte a cualquier persona tanto por
petición de esta o por acción del médico. Lo que prohíbe es el suministro de
cualquier veneno que ayude o provoque la muerte, y especialmente en el caso del
suicidio (contrariamente a la tradición que lo consideraba que en algunos casos
un acto heroico. Del mismo modo, los cínicos, estoicos y epicúreos no lo veían
mal). Únicamente el médico era el único conocedor de las dosis exactas de
muchas plantas que podían ser beneficiosas o letales. La segunda afirmación
implica al médico tanto en su profesión como en su vida, buscando una
«santidad» íntegra, por lo que identifica la ética del individuo a la del
profesional. El párrafo completo da a entender la defensa de la persona por
parte del profesional médico, especialmente significativa en el caso de la
mujer de cuya salud y fertilidad dependía la supervivencia y la fortaleza de la
sociedad, además de la continuidad de la herencia masculina. Por ello, al
analizar la frase donde se alude a las prácticas abortivas por parte del médico
el término introductorio ὁμοίως expresa ese interés del autor en especificar la
importancia de salvaguardar la salud de la mujer[3].
Este adverbio enfatiza para el caso de la mujer la prohibición general dada en
la primera parte de la frase. No ayudará a nadie a morir, por lo que tampoco lo
hará de forma indirecta, proporcionando un pesario abortivo, a una mujer
embarazada. ¿Por qué alude a la mujer y no al feto? El uso de pesarios, que también eran
utilizados como método contraceptivo, era una práctica generalizada, teniendo
en cuenta además que eran las matronas las que asistían a las mujeres
embarazadas y no los médicos. El pesario consistía en un tapón o supositorio de
lana, tela o lino, impregnado de la sustancia con la que se pretendía
imposibilitar la concepción o finiquitar la ya iniciada y que se introducía en
la vagina. Solo el médico conocía su utilización adecuada, pero las mujeres lo usaban
cuando descubrían que estaban embarazadas y ello podía provocar graves
consecuencias al violentar un proceso natural: «los peligros son mayores para
las que abortan (φθείρουσαι) ya que son
más difíciles los abortos (φθοραὶ, pérdida, muerte) que los partos, pues no es
posible expulsar (φθαρῆναι) el feto muerto sin violencia ni siquiera por medio
de un medicamento, ni por una bebida o comida, ni por pesarios o por alguna otra
cosa, y la violencia es mala» (Enfermedades de las mujeres I 72).Y
además su utilización sin el control del experto podía provocar graves
consecuencias. Las ulceraciones podían llegar a provocar la muerte, o en el
mejor de los casos la esterilidad: «Cuando la mujer, a causa de un aborto
(τρωσμοῦ, en el sentido de herida, daño), tiene una herida grande o cuando la
matriz se le ha ulcerado a causa de pesarios con sustancias acres –pues así
actúan muchas veces las mujeres al intentar curarse por sí mismas-…, si es tratada
rápidamente, se cura pero queda estéril» (Enfermedades de las Mujeres I
67). El autor del juramento advierte de que un médico nunca puede ayudar a
morir ni directa ni indirectamente. En este sentido, habría que añadir que al
no prohibir el aborto no estaríamos en el marco de una creencia pitagórica, por
lo que este argumento no puede ser utilizado para datar el juramento como
diferentes autores han propuesto.
En el Corpus aparece otra concepción que después tendrá gran
importancia para entender las diferentes posturas sobre el aborto, la del feto
formado y no formado. Parece distinguir tres etapas en el desarrollo
embriológico: la de constitución y formación del feto, otra de crecimiento, y
la última, una vez completado su desarrollo cuando se produce su expulsión. Durante
el primer periodo el esperma en el útero de la madre se calienta y se hincha
formando una membrana a su alrededor (nos lo cuenta el autor en Sobre la
naturaleza del niño 13[4],
ya que él mismo había visto un embrión de seis días expulsado por la madre). Se
trata de un momento en el que el feto no es más que un conglomerado de fibras
envueltas con un revestimiento
sanguinolento. En un sentido similar lo expresa otro de los médicos
hipocráticos: «los períodos del ser humano son de siete días. El primero es
cuando el embrión llega al útero; en siete días adquiere cuanto el cuerpo debe
adquirir. Alguien podría preguntarse cómo sé yo esto; pero yo lo he visto
muchas veces del modo siguiente: las prostitutas lo han experimentado a menudo;
cuando han estado con un hombre, saben cuándo han quedado encintas y a
continuación matan (ἑνδιαφθείρουσιν) al feto en su interior. Y cuando ya lo han
matado (διαφθαρῆ), cae como un trozo de carne» (Enfermedades de las mujeres
I 25).
El proceso de crecimiento es un proceso de acumulación de
membranas que van a dar lugar a la carne y que se estructuraran en cada miembro
del cuerpo hasta llegar a la formación completa: «ya el feto (παιδίον) está
formado; y a ello la niña llega en cuarenta y dos días como máximo y el niño en
treinta» (Sobre la naturaleza del niño 18).
Y en ese sentido el Corpus especifica claramente la
diferencia de denominación de esos dos períodos: «Los días más significativos
son en la mayor parte de los casos los primeros y los séptimos, tanto en lo que
respecta a las enfermedades, como en lo que respecta a los fetos. En efecto la
mayor parte de los abortos se producen en estos días; en estos casos se les
llama pérdidas (ἔκρυσις) del feto, no abortos (τρωσμός)» (Sobre el parto de ocho meses 13; también en Aristóteles, Reproducción
de los animales 758b6 e Investigación sobre los animales 583b12). El
establecer una frontera en esos cuarenta días tenía un sentido claro. Para los
médicos hipocráticos a partir de ahí los abortos naturales eran menos
frecuentes: «los períodos de cuarenta días son al principio decisivos para los
fetos. El que supera los primeros cuarenta días evita generalmente el aborto.
Se producen más abortos en el primer periodo de cuarenta días que en todos los
demás. Una vez que ha pasado este tiempo los fetos son más fuertes y se
distingue ya en el cuerpo cada uno de sus miembros» (Sobre las carnes 19).
Esta concepción será fundamental para entender cómo posteriormente los
diferentes autores establezcan el momento de la entrada del alma. El corpus no
entra en ese terreno y no establecerá relación alguna entre formación y
animación[5].
Finalmente, la
última etapa es la de finalización del crecimiento y la de la expulsión.
El embarazo no puede durar más de diez meses porque «el alimento que,
descendiendo de la madre, hace que el feto se desarrolle, no es suficiente para
él cuando han pasado diez meses y el feto ha crecido» (Naturaleza del niño
30).
Veamos cómo a lo largo del Corpus se proponen diferentes
métodos abortivos. Por un lado aparecen pócimas o brebajes. «Abortivo (ἐκβόλιον,
expulsión): dos porciones de uva pasa silvestre diluirlas en hidromiel y darlas
a beber. Otro abortivo: una medida líquida de jugo de pepino silvestre (σικύου ἀγρίου, momordica elaterium, los frutos tienen propiedades
purgantes y vomitivas) esparcida en pan de cebada, aplicar esto en pesario
después de haber ayunado durante dos días» (Sobre la naturaleza de la mujer
95). O también en Enfermedades de
las mujeres: «Para
expulsar el feto en caso de que haya muerto» expone nueve remedios diferentes
(seis como pesarios y tres como bebedizos) y al final añade: «un remedio
abortivo (ἐκβόλιον): si el feto está muerto dentro o está paralítico (ἀπόπλεκτον,
tullido), mezclar ranúnculo y un poco de cohombro en vinagre bastante rebajado
y darlo a beber» (I, 91).
Igualmente encontramos otros
métodos más expeditivos. Está
explicando cómo el esperma dentro de la matriz se hincha y se rodea de
una membrana viscosa, y para argumentar esta afirmación expresa que él mismo lo
pudo ver: «pero explicaré antes cómo pude ver un embrión de seis días. Una
mujer conocida mía contaba con una cantante famosa, que frecuentaba a los
hombres y a la que no le convenía quedar encinta para no perder su fama. La
cantante había oído que las mujeres hablan entre ellas: que si una mujer va a
quedar embarazada, el esperma no sale, sino que permanece dentro de la matriz. Comprendió
lo que había escuchado y estaba siempre vigilante; y, cuando se dio cuenta de
que el esperma no había salido, se lo contó a su patrona y el asunto llegó a
mis oídos. Yo, tras escucharla, le aconsejé saltar hasta llegar con los talones
a las nalgas; y, cuando ya había saltado siete veces, el esperma cayó al suelo
e hizo un ruido; ella, al verlo, lo contempló y se llenó de estupor» (Sobre la naturaleza del niño 13).
Tras este breve repaso por el
Corpus Hippocraticum se puede concluir que en estos tratados médicos aparecen dos
ideas fundamentales. Por un lado, se establecen los periodos de formación del
feto desde un punto de vista puramente estructural básicamente a partir de la
observación de abortos naturales, y por otro lado, se aprecia una postura de no
condena del aborto, una práctica socialmente aceptada.
BIBLIOGRAFÍA
Bodiou, Lydie. « Le Serment d’Hippocrate et les
femmes grecques », Clio. Histoire‚ femmes et sociétés, abril
2005, pp. 231-238. Disponible en: http://clio.revues.org/1467
Ducatillon,
Jeanne. «El juramento hipocrático. Problemas e interpretaciones», Istor, 37, 2009, págs. 90-120.
Ermerins,
F.Z. Hippocratis et aliorum medicorum veterum reliquiae, volumen secundum,
Utrecht, 1862. Disponible en http://www2.biusante.parisdescartes.fr/livanc/?cote=06522x02&do=livre
Congourdeau,
Marie-Hélène. L’embryion et son âme dans les sources greques (VIe
siècle av. J.-C.-Ve siècle apr. J.-C.). Association des amis du
Centre d’histoire et civilización de Byzance, París, 2007.
Littré,
Emile. Oeuvres complètes d’Hippocrate, Volumen 7-8, París, Baillière,
1851-1853. Disponible en: http://books.google.es/.
Ludwing, Edelstein. The Hippocratic Oath. Ares
Publishers, Chicago, 1979.
Tratados Hipocráticos. Vol. 1. Introducción,
traducción y notas del Juramento por Lara Nova, Madrid, Gredos, 1983.
[1]
Ducatillon, 2009, pág. 119, sigue la línea crítica establecida por otros (ver
introducción a la edición de Gredos, pág. 74).
[2] Nickel y
otros citados en la Introducción a la edición de Gredos, pág. 69.
[3] Ver Bodiou, 2005.
[4] Datado
entre los últimos años del s. V o los primeros del IV a. C. (vol. VIII Tratados
Hipocráticos, 2003, p. 245).
[5] Gongordeau, 2007, pág. 298.
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