Siguiendo
con la serie de entradas sobre los autores antiguos y el tema del aborto abordo
hoy un autor de los que en los textos eclesiásticos (y no eclesiásticos) nadie
pone en duda su posicionamiento contra el aborto. Pero cuando se estudia
mínimamente su terminología y su obra en conjunto, y se pone en relación con
las teorías del feto formado y no formado, nos encontramos con que sus ideas no
distan mucho de otros autores ya vistos en este mismo blog: la afirmación de su
antiabortismo exclusivamente en relación con el feto formado. Cualquier
afirmación sobre el aborto en los filósofos y teólogos antiguos (y modernos) ha
de pasar necesariamente por valorar su posicionamiento en relación con las
etapas de formación del feto y con el concepto de persona. La defensa o no de
la vida no es una cuestión relevante, pues lo que está en juego es dónde
empieza la persona y por tanto el sujeto de derechos. Atenágoras representa un
buen ejemplo de cómo los análisis superficiales y adoctrinadores no dejan ver
la verdad de sus afirmaciones.
Atenágoras
fue un pensador cristiano de origen ateniense que vivió en el siglo II y que
por tanto se formó en la filosofía griega, lo que se demuestra por el hecho de
que firma su obra como «filósofo ateniense cristiano» y de que en sus textos se citan ideas y doctrinas de las diferentes
corrientes filosóficas de la época. Únicamente se han transmitido dos obras
suyas: Legación a favor de los cristianos (πρεςβεῖα περί χριστιανων) dedicada
«a los emperadores Marco Aurelio Antonino y Lucio Aurelio Cómodo, arménicos,
sarmáticos y, lo que es máximo título, filósofos», y Sobre la resurrección
de los muertos, obra sobre la que se ha discutido mucho su autoría[1], pero se mantiene su
atribución a Atenágoras ante la falta de pruebas determinantes para negarla.
La primera de ellas datada en torno al año 177[2], y pretende ser una
respuesta en términos filosóficos y teológicos a tres acusaciones fundamentales
que se esgrimían contra los cristianos: «el ateísmo, los convites de Tiestes y
las uniones edipeas» (3), que venía a ser como acusarlos de no creer en dios
(negar a los dioses romanos), devorar a seres humanos (culto a la sangre y el
cuerpo de Cristo) y unirse incestuosamente (causado por su costumbre de
llamarse entre ellos hermanos). Estas acusaciones debían ser muy comunes entre la plebe
y por esta razón las recogen los apologistas del s. II en obras dirigidas a los
emperadores con el fin de conseguir que los cristianos fueran aceptados en la
sociedad romana. La primera Apología de Justino va dirigida al
emperador Antonino Pío; el discurso de San Apolinar de Hierápolis, a Marco
Aurelio, los Tres libros a Autólico de Teófilo de Antioquía, a un amigo pagano;
la Apología de Melitón de Sardes, también a Marco Aurelio.
El texto de Atenágoras se estructura en tres
partes: 4-30, defensa de sus creencias en dios y ataque a los paganos; 32-34,
defensa contra la acusación de uniones impías; 35-36, defensa contra la
acusación de canibalismo. Precisamente Atenágoras inserta el apartado donde
menciona el aborto en la última parte de su obra. Veamos el párrafo donde realiza
su posicionamiento sobre este tema: «Ahora bien, ¿quién, en su cabal razón,
pudiera decir que, siendo tales, somos asesinos (ἀνδροφόνους)? Porque no es
posible saciarse de carne humana, si antes no matamos a alguien. Si, pues
mienten en lo primero, también mienten en lo otro. Y, en efecto, si se les
pregunta si han visto lo que propalan, nadie hay tan sinvergüenza que diga que
lo ha visto. Sin embargo esclavos tenemos quien más quien menos, a quienes no
nos es posible ocultarnos. Pues, bien, tampoco ninguno de éstos ha llegado ni a
calumniarnos en semejantes cosas. Porque los que saben que no soportamos ni la
vista de una ejecución en justicia, ¿cómo nos van a acusar de matar y de
comernos a los hombres? ¿Quién de vosotros no es aficionadísimo a ver los
espectáculos de gladiadores o de fieras, señaladamente los que son por vosotros
organizados? Mas nosotros, que consideramos que ver matar está cerca del matar
mismo, nos abstenemos de tales espectáculos. ¿Cómo, pues, podemos matar los que
no queremos ni ver para no contraer mancha ni impureza en nosotros? Nosotros
afirmamos que las que intentan el aborto (ἀμβλωθριδίοις χρωμένας, más exacto
sería traducir por «las mujeres que usan un abortivo»), cometen un homicidio (ἀνδροφονεῖν,
matar a un hombre) y tendrán que dar cuenta a Dios de él (τε καὶ λόγον ὐφέξειν
τῆς ἐξαμβλώσεος τῷ θεῷ φαμεν); entonces, ¿por qué razón habíamos de matar a
nadie? Porque no se puede pensar a la vez (οὐ γὰρ τοῦ αὐτοῦ νομίζεν) que lo que
lleva la mujer en el vientre es un ser viviente (καὶ τὸ κατὰ γαστρὸς ζῷον εἷναι)
y objeto, por ende de la providencia de Dios, y matar luego al que ya ha
avanzado en la vida (καὶ διὰ τοῦτο αὐτοῦ
μέλειν τῷ θεῷ καὶ τὰ παρεληλυθότα εὶς τὸν βίον φονεύειν); no exponer lo nacido
(γεννηθέν), por creer que exponer a los hijos equivale a matarlos (τεκνοκτονούντων),
y quitar la vida a lo que ya ha sido criado (πάλιν δὲ τὸ τραφὲν ἀναιρεῖν
εντερραρ). No, nosotros como en todo y siempre iguales y acordes con nosotros
mismos, pues servimos a la razón y no la violentamos» (35)
Del
estudio del sentido y de la terminología utilizada en el texto podemos deducir
el posicionamiento de Atenágoras ante el tipo de aborto condenado. En
primer lugar, porque la pretensión del texto es demostrar que los cristianos no
son unos asesinos por lo que con menos razón practicarán el canibalismo. Para
ello comienza exponiendo dos ejemplos de su repulsión por la muerte y el
asesinato: son incapaces de asistir a una ejecución por lo que no se les puede
acusar de asesinos y antropófagos (ἀνδροφονίαν
ἢ ἀνθρωποβορίαν), o bien que también aborrecen los espectáculos de gladiadores
o de fieras. Es decir que se muestran contra la muerte de seres humanos adultos
y formados. A continuación es cuando introduce el tema del aborto. En su
definición encontramos la continuidad con los ejemplos anteriores ya que lo
entiende como un asesinato, utilizando el término ἀνδροφονεῖν, que es un
compuesto entre ἀνήρ-ἀνδρός, cuyo significado es el de varón, como persona
adulta por oposición a joven, y φονεύω, matar (ἀνδροφονεω asesinar un hombre; ἀνδροφόνος,
asesino; ἀνδροφονία, asesinato). El aborto por tanto sería el asesinato de un
ser formado tal cual un varón. No se puede interpretar como un genérico que haría referencia a cualquier tipo de aborto, pues como he indicado y ya he estudiado en otras entradas de este blog, los autores de la época utilizaban un lenguaje específico en relación con qué tipo de aborto se estaba condenando. Toda la tradición grecorromana y la propia biblia griega, que era la que en su mayoría leían en esta época, marcaban esa diferencia sobre la que tenían que posicionarse.
De
esta forma, en tercer lugar, esa igualación, aborto-asesinato de hombres, se ve
argumentada por la contestación a la pregunta que se hace a sí mismo « ¿por qué
razón habíamos de matar a nadie?», contestada en base a dos comparaciones que
sitúa al mismo nivel de sentido y que serían contradictorias si practicaran el
canibalismo: pensar que lo que lleva la mujer en el vientre es un ser viviente y
luego matar al ser nacido; estar contra la exposición (del recién nacido) y quitar
la vida a lo ya criado, alimentado. El feto se equipara al ser nacido y lo
expuesto a lo ya criado. El problema es determinar si el feto es el formado o
el informe, y como hemos visto antes todo parece sugerir que es el primero.
El
segundo paso en este libro en su argumentación para demostrar que no son
asesinos es su creencia en la resurrección de los muertos, «porque no es
posible que un mismo sujeto crea que nuestros cuerpos resucitarán y se los
coma» (36), pero deja una argumentación sobre este tema más extensa para otro
momento (37).
Hasta
aquí todo lo que nos dice Atenágoras en su breve obra sobre la defensa de los
cristianos. Ya hemos comentado que su única otra obra conocida Sobre la resurrección
de los muertos, presenta importantes problemas de autoría. Si admitimos que
es de Atenágoras lo cierto es que completaría lo expuesto en la Legación.
Aunque no nos diga nada sobre el aborto presenta unas breves pinceladas sobre
lo que sería una embriología o una descripción de las etapas de formación del
feto[3]. Veamos dos textos de su
defensa de la creencia en la resurrección:
·
«Porque a la misma potencia (δυνάμεως) que
corresponde informar a la que ellos consideran materia informe y adornar con
diferentes especies la que no tiene especie ni adorno, y reunir en un solo
compuesto las parte de los elementos, y dividir en la variedad de miembros el
semen que es uno y simple (ἕν ὂν καὶ ἀπλοῦν, sin mezcla), y articular lo
inarticulado, y dar vida al no viviente; a la misma, decimos corresponde reunir
otra vez lo disuelto y transformar en incorrupción lo corrompido» (3).
·
«Saben que ante todo debe echarse (καταβολήν)
el semen, y, articulándose (διαρθρωθέντων, organizar) las partes y miembros del
cuerpo y salido a luz lo concebido (ἐπιγίνεται), viene el crecimiento, y tras
el crecimiento la madurez… Así pues, a la manera que en este orden de cosas,
sin tener el semen inscrita en sí misma la vida y la forma de los hombres (φυὴν
καὶ μορφὴν, la figura y la forma), ni la vida la disolución en los primeros
principios, el encadenamiento de los hechos naturales nos garantiza la fe de lo
que sucederá, aun no pudiéndolo ver manifiestamente» (17).
A la
vista de estos textos se pueden establecer tres etapas en la formación del
embrión: primero, el semen simple e informe depositado en el útero; después, una
potencia que actúa él provocando la creación y organización de los diferentes
miembros y órganos, y dándole la vida; y tercero, cuando el hombre aparece en
su forma completa, de modo que una vez nacido crece y alcanza la madurez.
Como
conclusión podemos establecer que tanto en un libro como en otro se deja ver
que la condena de Atenágoras es al aborto del feto formado, adhiriéndose por
tanto a las teorías de la animación retardada, presentes en la biblia griega y
en la tradición grecorromano.
Bibliografía
Padres apostólicos
griegos
(s. II). Introducción, texto griego, versión española y notas de Daniel Ruiz
Bueno, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1954.
Rankin, David Ivan. Athenagoras: Philosopher and Theologian. Londres, Ashgate Publishing, 2009.
Ballesteros
Sánchez, Juan R. «La ciudad antigua en la encrucijada: una lectura de la
apología de Atenágoras» ARYS: Antigüedad, Religiones y Sociedades, vol.
2, 1999, pp. 215-226.
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