domingo, 18 de agosto de 2013

Santo Tomás de Aquino y el aborto como pecado grave

En esta nueva entrada abordo un nuevo autor en relación con la concepción del aborto. Con Santo Tomás de Aquino (1224-1274) se alcanza la fundamentación teórica del concepto de animación retardada más elaborada, dado que la sitúa en el marco de toda su exposición teológica de una forma perfectamente cohesionada y coherente. Y será el concepto que básicamente se mantendrá hasta el siglo XIX. Para entender su noción del aborto veamos en primer lugar cómo va delimitando lo que es el alma y sus diferentes funciones.

Santo Tomás toma las ideas de Aristóteles de potencia/acto y materia/forma1 , y en función de ellas va a construir su concepto del alma y de la persona- Veámoslo a través de su obra fundamental, la Suma Teológica. Existen dos tipos de forma o sustancia, la material y la espiritual. La primera es propia de los animales y de las cosas y no puede ser separada de su cuerpo, pues obra por sí misma. El alma de los animales irracionales depende del cuerpo totalmente y se corrompe y muere con él. En cambio el alma humana, es una forma espiritual, inmaterial e inmortal, por lo que puede existir independientemente de la materia, puede ser y obrar por sí misma. El alma es una forma que no depende de aquello de lo cual es forma, el cuerpo, y en este sentido, es subsistente. ¿Existir fuera del cuerpo es un estado más perfecto? Para el alma no. «Pues bien, es evidente que, en el orden natural, las almas humanas son las ínfimas entre las sustancias espirituales. La perfección del universo exigía que hubiera grados diversos en las cosas. Así pues, si Dios hubiera dotado a las almas humanas de la intelección propia de las sustancias separadas, su conocimiento no sería perfecto, sino general y confuso. Para que pudieran conocer con propiedad y perfección las cosas, han sido ordenadas naturalmente a unirse a los cuerpos, para que puedan tener un conocimiento adecuado de lo sensible» (Sum. Teol. I, q.89 a.1). Su propia naturaleza le hace unirse al cuerpo, ahora bien, por su carácter inmortal puede conocer fuera de la corporalidad («resulta claro que el estar unida con el cuerpo y entender por medio de imágenes es mejor para el alma. Si bien puede existir separada y tener otro modo distinto de conocer», Sum. Teol. I, q.89 a.1). La única forma que tiene el alma de conocer el mundo natural de modo perfecto es estando en un cuerpo individual, pues separadas de él no alcanza la certeza.
«El alma, primer principio vital, no es el cuerpo, sino, el acto del cuerpo» (Sum. Teol. I, q.75 a.1), aquello que le da a éste la perfección: como el ojo tiene en potencia la capacidad de ver y el ver es su acto o perfección, el cuerpo tiene en potencia la vida, tiende a realizar actividades vitales –nutrirse, moverse, crecer, percibir, sentir– y el alma es lo que les permite actualizar o llevar a cabo dichas capacidades. «El cuerpo es necesario para la acción del entendimiento, pero no como el órgano con el que se realiza tal acción, sino por razón del objeto» (Sum. Teol. I, q.75 a.3 ad.3). Es decir, el entendimiento necesita de la acción de la sensibilidad, pues así se le preparan las imágenes (la representación mental de los objetos particulares que nos proporcionan los sentidos) para poder ejercer la facultad intelectiva y conocer el mundo y al ser, que es su propósito fundamental. Por el contrario, en los animales el principio vital es el corazón, es decir, el cuerpo mismo, pues su capacidad de conocimiento se cierra exclusivamente sobre lo sensitivo y material.

El alma es el sustrato que se nos muestra gracias al ejercicio de sus facultades, de modo que estas no se constituyen en su esencia. Solo en Dios todos sus actos se identifican son su sustancialidad anímica, pues no posee potencialidades. Pero en el hombre el alma permanece separada de sus actos, dado que somos un compuesto de cuerpo material y alma inmaterial. «Por lo tanto, si la misma esencia del alma fuese el principio inmediato de su operación, todo el que tiene alma estaría siempre realizando en acto las acciones vitales, así como quien tiene alma está vivo» (Sum. Teol. I, q.77 a.1). Cuando realizamos una actividad intelectual, elegir hacer algo bueno, por ejemplo, el hecho mismo de su realización no es la esencia del alma, sino una potencialidad hecha acto en un momento determinado. El hecho de no ejercitar esa capacidad concreta no significaría que el alma perdería su esencialidad. « La acción, al igual que el ser, pertenece al compuesto, ya que, propio de lo que existe es actuar. Ahora bien, el compuesto existe sustancialmente por su forma sustancial, y obra por la potencia que de ella se deriva. Por eso, la forma accidental activa, con respecto a la forma sustancial del agente (como el calor a la forma del fuego) es lo que la potencia del alma con respecto a la misma alma». Son cualidades de la esencia del alma que siempre la siguen necesariamente, pero que no se identifican con ella.

Esto nos lleva a la consideración de la individualidad como esa necesidad de ser en un ente que tiene el alma. Su característica fundamental es la singularidad. Juan es idéntico a sí mismo y no puede ser reducido a Manuel. Es autónomo, independiente, intransferible, único. Implica existir como un todo unitario compuesto de sustancia y accidentes, y no como un ente cuyo sentido está únicamente en su materialidad, como es el caso de un animal. De esta forma, no se llama persona a cualquier sujeto, sino al que subsiste en una naturaleza racional. «Por lo tanto, hay que decir: Los seres inferiores al hombre consiguen ciertos bienes particulares, y, por lo mismo, sus operaciones y potencias son pocas y muy concretas. En cambio, el hombre puede alcanzar la perfecta y universal bondad, ya que puede alcanzar la bienaventuranza. Sin embargo, está en el último grado por su misma naturaleza, entre aquellos seres a quienes les corresponde la bienaventuranza. Por eso, el alma humana necesita muchas y variadas operaciones y potencias. Por su parte, los ángeles precisan menos diversidad de potencias. En Dios no hay potencia o acción fuera de su esencia» (Sum. Teol. I, q.77 a.2).

La esencia del alma se manifiesta en sus potencias, unas las puede ejercer únicamente en unión con el cuerpo, otra, como es la racional, sin él. Entre esas facultades existe una cierta jerarquía, dependiendo del objeto de conocimiento y del momento de desarrollo en el que se encuentre, hasta su máxima perfección que es la constitución del hombre. Este carácter evolutivo y procesual de la constitución del alma en función de grados de perfección, es capital, pues implica que la persona surge como un estadio que culmina otros, dado que las cualidades de un ser inferior se encuentran más perfectamente en el superior, y el hombre es el ser superior en el mundo. «Las diversas almas se distinguen por el modo como la operación del alma supera las operaciones de la naturaleza corporal. Pues toda la naturaleza corporal está sometida al alma y, con respecto a ellas, es como su materia e instrumento. Hay una cierta operación del alma que supera de tal manera la naturaleza corporal, que ni siquiera se realiza por medio del órgano corporal. Es la operación del alma racional. Por debajo de ésta, hay otra operación del alma que se realiza por medio de un órgano corporal; aunque no en virtud de una cualidad corpórea. Es la operación del alma sensitiva. De este modo, si para el ejercicio de los sentidos son necesarios el calor, el frío, la humedad, la sequedad y otras cualidades corporales, sin embargo, no lo son hasta el punto de que la operación del alma sensitiva se realice en virtud de dichas cualidades, sino que son requeridas tan sólo para la debida disposición del órgano. Entre las operaciones del alma, la más inferior es la que se produce por medio de un órgano corporal y en virtud de alguna cualidad corpórea. No obstante, es superior a la operación de la naturaleza corporal, ya que los cuerpos son movidos por un principio exterior, mientras que dichas operaciones provienen de uno interior, esto es, lo común a todas las operaciones del alma, ya que todo ser animado, de algún modo se mueve a sí mismo. Esta es la operación del alma vegetativa, ya que tanto la digestión como las funciones que de ella se derivan, son realizadas instrumentalmente por la acción del calor» (Sum. Teol. I, q. 78 a.1). En resumen, podemos dividir las potencias del alma en las siguientes: - las incorpóreas: no necesitan de órganos corpóreos para ejercer su actividad: el entendimiento y la voluntad. Son las que corresponden al alma, de acuerdo con su facultad intelectiva. - las corpóreas: necesitan un órgano corporal para llevarse a cabo y son meros actos de órganos corporales. Las potencias sensitiva se corresponden con la facultad locomotriz; con los cinco sentidos corporales, a los que hay que añadir sentidos internos como la memoria o la imaginación, la alegría, la tristeza; y con las funciones vegetativas: alimentarse, engendrar y desarrollarse.
Y todas ellas se subsumen unas a otras: «Así, pues, el alma intelectiva contiene virtualmente todo lo que hay en el alma sensitiva de los seres irracionales y lo que hay en el alma vegetativa de las plantas» (Sum. Teol. I, q.76 a.3), lo que garantiza la unidad intrínseca del alma, ya que las tres son numéricamente la misma.

A partir de aquí se establecen diferentes modos de existencia según los grados de los vivientes: «unos, como las plantas, sólo tienen vida vegetativa. Otros, junto a lo vegetativo poseen lo sensitivo, pero no lo locomotor. Otros tienen, además, el movimiento local. Estos últimos son los animales perfectos, que requieren multitud de cosas para vivir, y por eso mismo necesitan el movimiento que les permita conseguir o necesario para la vida. Por último, otros vivientes, además, tienen la inteligencia. Son los hombres» (Sum. Teol. I, q.78 a.1).

¿Qué consecuencias tiene esto en el desarrollo el embrión? Se trata de un hecho procesual desde lo menos perfecto a lo más y que además radica en la naturaleza del propio feto: «Algunos afirmaron que las operaciones vitales del embrión no proceden del alma del mismo embrión, sino del alma de la madre o de la virtud formativa que hay en el semen. Ninguna de estas dos explicaciones es admisible, porque las operaciones vitales, como sentir, nutrirse y desarrollarse no pueden proceder de un principio extrínseco. Por lo tanto, hay que admitir que el alma preexiste en el embrión, primero como nutritiva; después, como sensitiva, y, por último, como intelectiva» (Sum. Teol. I, q.118 a.2 ad.2.).

¿De qué modo se produce la implantación de dichas almas o potencialidades en los embriones? Es evidente que el proceso generativo se inició con la creación del primer hombre por Dios («la primera formación del cuerpo humano no pudo proceder de una potencia creada, sino directamente de Dios» Sum. Teol. I, q.91 a.2). Por ello en el estado de inocencia, el estado de los primeros padres, se dio la generación (Sum. Teol. I, q.98, a.1,) y además mediante el acto del coito, lo cual «es propio de la naturaleza animal del hombre, como lo es de los demás animales perfectos» (Sum. Teol.I, q. 98 a.2). Una vez puesta en marcha la generación humana por los primeros padres es necesario establecer de dónde surgen las diferentes almas. «En los animales perfectos, que son engendrados por unión carnal de sexos, la virtud activa está en la sustancia seminal del género masculino, según el Filósofo [Aristóteles] en el libro De Generat. Animal. Mientras que la materia del feto es lo suministrado por la hembra. En esta materia se encuentra ya desde el principio el alma vegetativa, pero no obrando o en acto segundo, sino en acto primero [es decir, como forma o sustancia], tal como está el alma sensitiva en los que duermen. Pero cuando comienza a tomar alimento, de hecho está ya obrando. Esta materia, pues, se va alterando por la virtud seminal activa hasta llegar a ser en acto alma sensitiva; pero no de tal modo que la virtud que había en el semen se convierte en alma sensitiva, en cuyo caso sería uno mismo el que engendra y el engendrado, y esto se parecería más a la nutrición y al crecimiento que a la generación, como anota el Filósofo » (Sum. Teol. I, q.118 a.1 ad.4). Tanto el alma vegetativa como la sensitiva no son subsistentes sino que todas sus operaciones van unidas a lo corporal. El alma sensitiva surge por la virtud activa existente en el semen, y «tal virtud estriba en el mismo espíritu vital sustentado en el semen, que es espumoso, como lo indica su color blanco. En este mismo espíritu hay cierto calor,… El calor hace las veces de instrumento para la virtud generativa, como las hace también para la virtud nutritiva» (Sum. Teol. I, q.118 a.1 ad. 3).

El caso del alma racional es diferente, pues «no tiene su ser dependiente de la materia corporal, sino que es subsistente y supera la capacidad de la materia corporal, como dijimos, no es sacada de la potencialidad de la materia» (Sum. Teol. I, 90 a.3 ad.2). Por lo que «es imposible que la virtud activa de la materia llegue a producir un efecto inmaterial… Por lo tanto es imposible que la virtud seminal sea causa del principio intelectivo… Por ser sustancia inmaterial, no puede ser producida por generación, sino sólo por creación divina. El alma intelectiva tiene operaciones vitales incorpóreas, y es subsistente, como ya dijimos. Consecuentemente, le compete por sí misma el ser y el hacerse. Por ser sustancia inmaterial, no puede ser producida por generación, sino sólo por creación divina. Por lo tanto, decir que el alma intelectiva es producida por el que engendra, equivale a negar su subsistencia y a admitir que se corrompe con el cuerpo. Por eso es herético decir que el alma intelectiva se propaga por generación» (Sum. Teol. I, q.118 a.2). Dios solo actúa creando, mientras que los hombres, cambiando, por ello únicamente le compete a él, pues de lo contrario afirmaríamos que el alma es una transmutación, lo cual es imposible dado su carácter inmaterial. «Crear no es más que una acción que sólo corresponde a Dios» (Sum. Teol. I, q.45 a.5).

¿En qué momento se produce este acto creador? Cuando el cuerpo está dispuesto y completado. «Hay que afirmar que las almas no son creadas con anterioridad a la formación de los cuerpos, sino que son creadas en el momento de ser infundidas en los cuerpos» (Sum. Teol. I q.119 a.3). «Al igual que, cuando el cuerpo está dispuesto, por creación Dios infunde directamente el alma» (Sum. Teol. I, 100 a.2 ad.2). Es esta una característica fundamental. El alma es infundida cuando el cuerpo está formado. No puede entrar en una forma que no se ha constituido en su perfección. «Por lo tanto, hay que decir: La generación de un ser implica siempre corrupción de otro, y, por eso, tanto en los hombres como en los otros animales, al llegar una forma superior se corrompe la precedente, pero de tal manera que en la forma siguiente queda todo lo que había en la anterior más lo que ella trae de nuevo. De este modo, mediante diversas generaciones y corrupciones se llega a la última forma sustancial tanto en el hombre como en los otros animales. Esto resulta evidente en los animales engendrados a partir de la descomposición. Por lo tanto, hay que decir que el alma intelectiva es creada por Dios al completarse la generación humana, y que esta alma es, a un mismo tiempo, sensitiva y vegetativa, corrompiéndose las formas que le preceden» (Sum. Teol. I, q.118 a.2). El feto formado es el final de un proceso generativo, es la perfección de ese proceso, por lo que el alma racional encuentra allí su lugar, «ya que su cuerpo se forma y se va disponiendo sucesivamente con vistas al alma. De donde, primeramente, como imperfectamente dispuesto, recibe un alma imperfecta; y después, cuando está dispuesto perfectamente, recibe el alma perfecta. Pero el cuerpo de Cristo, debido al poder infinito del agente, estuvo perfectamente dispuesto al instante. Por eso al punto, en el primer instante, recibió la forma perfecta, es decir, el alma racional» (Sum. Teol. III, q.33 a.2). El alma racional únicamente puede ser infundida en aquello que le es propio, lo humano, por lo que el único momento es cuando este está constituido («en la generación del hombre lo primero es lo vivo, luego lo animal y, por último, el hombre», Sum. Teol. II-II, q.64, a.1).

Con todo lo dicho hasta ahora ya tenemos los elementos necesarios para entrar directamente en la concepción del aborto de Santo Tomás. Su postura aparece claramente delimitada en su libro Comentario a las Sentencias de Pedro Lombardo. Este maestro de teología (c. 1100-1160) destacó por escribir cuatro libros de sentencias, concebido para la enseñanza, y que de hecho fue el libro de texto de las escuelas de teología hasta el s. XVI. En el libro se realiza una ordenación por temas de todos los aspectos dogmáticos y teológicos discutidos por los grandes teóricos hasta su tiempo, aportando los textos en los que se basaban sus afirmaciones, principalmente de San Agustín, pero también de Hilario, Ambrosio, Jerónimo, Boecio…, a los que añadía sus comentarios personales. Este texto de Lombardo fue muy comentado y estudiado, por ejemplo por Alejandro de Hales (1170-1245) o San Buenaventura (1221-1274).

En el Comentario al libro IV de las Sentencias, en la distinción 31, Santo Tomás comenta diferentes textos relativos al matrimonio, trascribiendo los textos de Pedro Lombardo en los que, siguiendo a S. Agustín, define los tres bienes del matrimonio: la fidelidad, los hijos y su carácter sacramental. Donde Lombardo analiza si es posible hablar de matrimonio cuando falta alguno de esos tres bienes. A continuación Sto. Tomás reproduce los dos textos que siguen de las Sentencias de Lombardo, el primero de ellos titulado Sobre los que hacen uso de venenos para la esterilidad. Aquí Pedro Lombardo aporta un texto de San Agustín (Sobre el matrimonio y la concupiscencia 1, 15,17) para fundamentar su afirmación de que los que usan venenos para procurar la esterilidad, en realidad, no son cónyuges sino fornicadores. «A veces llega a tanto esta libidinosa crueldad o, si se quiere, libido cruel [aquellos que buscan en el matrimonio únicamente la lujuria], que emplean drogas esterilizantes (venena sterilitaris), y, si éstas resultan ineficaces, matan en el seno materno el feto concebido (conceptos fetus, feto formado, ordenado) y lo arrojan fuera, prefiriendo que su prole se desvanezca antes de tener vida (volendo prolem suam prius interire quam vivere), o, si ya vivía en el útero, matarla antes de que nazca (in utero vivebat, occidi antiquam nasci). Lo repito: si ambos son así, no son cónyuges, y, si se juntaron desde el principio con tal intención, no han celebrado un matrimonio, sino que han pactado un concubinato. Si los dos no son así, digo sin miedo que o ella es una prostituta del varón o él es un adúltero de la mujer». En el texto aparece la distinción ya conocida, entre un feto sin vida y el que vive en el útero antes de nacer (ver en este mismo blog la entrada sobre S. Agustín).

A continuación Santo Tomás reproduce otra serie de textos de la obra de Pedro Lombardo bajo el epígrafe de Cuándo son homicidas aquellos que recurren al aborto. Según Lombardo «hay homicidio cuando el fruto de la concepción está formado y hay alma, como dice S. Agustín» y seguidamente, reproduce otro texto agustiniano en el que comenta el pasaje bíblico de Ex. 21, 22-23 (ver entrada en este blog sobre San Agustín).

A continuación Lombardo aporta un texto de San Jerónimo, de la Carta a Algasia (121, 4) «Las semillas son formadas gradualmente en el útero, y no se cree que hay un hombre hasta que los elementos reciben su forma y los miembros se configuran». A lo que comenta: «de esto se desprende que cuantos practican el aborto son homicidas cuando el producto de la concepción resulta formado y animado». De lo que se desprende que Lombardo admitía las mismas ideas que S. Agustín sobre el aborto y el concepto de persona.

Una vez reproducidos los textos, Santo Tomás va comentándolos de acuerdo con las subdivisiones que él mismo establece. Así su comentario lo refiere de una forma unitaria a los dos epígrafes antes citados. El comentario es muy breve, pues tanto lo afirmado por San Agustín, como los comentarios en el mismo sentido de Pedro Lombardo, constituían una doctrina aceptada comúnmente en su época: «Este pecado, aunque sea grave, y deba ser computado entre los delitos, y sea contra la naturaleza, ya que también las bestias esperan la prole, sin embargo, es menor que el homicidio, ya que la concepción todavía pudiera ser evitada de otro modo. Y quién hace tales cosas no debe ser juzgado irregular excepto si lleva a cabo un aborto con el fruto de la concepción ya formado (nec est iudicandus talis irregularis, nisi iam formato puerperio abortium procuret)».

La postura de Santo Tomás es muy clara. A lo largo de todo el desarrollo de su concepción del hombre hemos visto cómo la acción de Dios al infundir el alma racional, es la que decide el momento en que se es persona, y, por tanto, la pena de homicidio surge a partir de esa decisión. El feto se hace humano por un acto divino, por lo que antes únicamente hay una entidad puramente material, con características exclusivamente animales (vegetativo-sensitivas). Su destrucción supone un pecado grave en la medida en que es obrar contra la naturaleza y la perpetuación de la especie.

El aborto queda situado al mismo nivel que una serie de pecados graves relacionados con la sexualidad. Por ejemplo, es un pecado mortal el hecho de realizar el acto conyugal con el único fin del placer, pero cuando solo actúa conjuntamente con el propósito de la prole es venial (Sent. IV, dist.31 q.2 a.3). El ornato de la mujer no constituye un pecado mortal si lo hace para agradar a su marido o para evitar el adulterio, salvo que provoque la lascivia en el hombre (Sum. Teol. II-II q. 169 a. 2). La lujuria es pecado (Sum. Teol. II-II q.153 a.3), y aunque no especifica que sea un pecado grave, se deduce por el hecho de que es una ofensa a dios «que es el principal dueño de nuestro cuerpo». «Así pues, dado que en los vicios contra la naturaleza el hombre obra contra lo que la misma naturaleza ha establecido sobre el uso del placer venéreo, síguese que un pecado en tal materia es gravísimo» (Sum. Teol. II-II q.154 a12). Igualmente, la masturbación, la homosexualidad y la bestialidad, «cuando no se observa el modo natural de realizar el coito, sea porque se hace con un instrumento no debido o porque se emplean otras formas bestiales y monstruosas antinaturales» (q.154 a.11). Y por último, «dado que la fornicación es pecado mortal, y lo son mucho más las otras especies de lujuria, síguese que no sólo el consentimiento en el acto, sino también el consentimiento en el deleite de tal pecado es pecado mortal. Por consiguiente, dado que los besos, abrazos, etc., tienen por fin el placer, síguese que son pecado mortal. Sólo bajo este aspecto decimos que son libidinosos y, como tales pecado grave» (Sum. Teol. II-II, q.154 a.4).

Algunos antiabortistas han esgrimido que los argumentos de Santo Tomás y San Agustín, representantes más destacados de la teoría de la animación retardada, no pueden ser tenidos en cuenta dado que carecían de los conocimientos actuales en embriología y genética. Pero no tiene sentido afirmar esto, ya que la discusión no la enmarcan en ese campo. Ambos afirman que la persona es un compuesto de cuerpo y alma, por lo que para que se dé aquella, el primero ha de estar formado como tal y la segunda presente en él. Sin la fusión de ambos no hay persona. No importan los conocimientos sobre ADN y la herencia genética, sino la presencia de corporalidad y de intelección. Y esta última según Santo Tomás únicamente la crea Dios. Constantemente en la Suma Teológica asistimos a la exposición de la diferencia entre lo infundido por Dios o lo engendrado por el hombre (por ejemplo, la gracia la da Dios, el pecado original el hombre) para dejar muy claro, no solo las diferencias entre lo humano y lo divino, sino para delimitar cuándo la actuación humana es un acto de voluntad libre. Santo Tomás excluye directamente el campo genético cuando establece la definición de persona, pues se lo impide el hecho de su inmaterialidad y subsistencia («La semejanza entre el que engendra y el engendrado no se hace en virtud de la materia, sino en virtud de la forma del agente, que engendra lo semejante a sí» Sum. Teol. I, q.119 a.2). La animación inmediata es imposible dado que el alma no se puede unir a lo que no ha alcanzado su perfección, un cigoto no es más que un cuerpo en potencia, por lo que se encuentra en un estado imperfecto.

Bibliografía

Santo Tomas. Suma de Teología. Biblioteca de Autores Cristianos, 2001. Edición dirigida por los Regentes de Estudios de las Provincias Dominicanas en España. Disponible en: http://biblioteca.campusdominicano.org/suma.htm
̶̶ Commento alle Sentenze di Pietro Lombardo e testo integrale di Pietro Lombardo. Vol. 9. Studio Domenicano, Bologna, 2004.
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1.De acuerdo con Aristóteles la potencia expresa la posibilidad de un cambio cualquiera tanto en uno mismo como en otro diferente. El acto es la existencia misma de algo y precede a la potencia. El paso de lo que es en potencia al acto requiere ciertas condiciones. Un niño puede llegar a ser un hombre, pero no una vaca. La materia es aquello con lo que se hace algo, mientras que la forma es aquello que hace que ese algo sea lo que es. En una silla, la materia es la madera, mientras que el modelo que ha seguido el carpintero es su forma. Es esta la que en realidad define lo sustancial del concepto de silla, puesto que la materia es accidental (podría ser de hierro y seguiría siendo una silla). Volver1





















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