miércoles, 7 de diciembre de 2011

Navidad y antiNavidad

…y otra vez va viniendo la Navidad. Y vuelvo a declarar mi convicción antinavideña. No me pone tierno el rito de celebración del nacimiento de Cristo, ni la blandura puritana del cine navideño jolibudiense. No es cierto que gracias al cristianismo el hombre descubrió que practicar la bondad era mejor que hacer el mal. No es cierto que sea mejor celebrar el sentimentalismo en masa que en el anonimato. Me diréis que la Navidad solo es el tiempo del consumismo, ese momento en el que alcanza su cénit, y que ya no tiene ningún sentido más allá, pero lo cierto es que todo ello se realiza en torno a un escenario religioso, que implica el ensalzar una estructura familiar tradicional que le es propia (ningún anuncio, ningún regalo estará pensado, por ejemplo, para una pareja de lesbianas y sus hijos y familia), además de la fijación de un patrón de vivencias infantiles en torno al mundo mágico bíblico, y todo ello repetido hasta la saciedad durante este mes tan largo.

La fiesta del consumismo, la alegría, el amor universal, la unión familiar, las vacaciones, son una obligación social derivadas de una obligación ritual cristiana. Lo que se escenifica es una catarsis que, al fin y al cabo, es un estado religioso de regeneración. En un momento determinado del año toda la sociedad establece un espacio para ritualizar la bondad y así empezar un nuevo ciclo con buenos augurios. Consumiendo, se renuevan las propiedades y los objetos, o se adquieren unos nuevos, que darán paso al próximo año con todas sus nuevas expectativas (que nunca se cumplen, pero que reviven el mecanismo de la fe en uno mismo). En realidad es el mecanismo de la fe lo que se festeja: la creencia irracional en la posibilidad del bien futuro, de la riqueza, de la transformación personal. Es un escape para alejarse de la realidad y de su realización positiva, normalmente incontrolable. El problema reside en que detrás de todo ello habita la figura de un dios, que sí es la realización de todo lo posible perfecto y que la Navidad implica implícitamente la necesidad de alcanzar un ideal semejante.

¿Es todo esto necesario? ¿No sería mejor vivir todos esos sentimientos como un hecho cotidiano y causado por necesidades personales? ¿Por qué no dispersar el consumo típico navideño a lo largo de todo el año? En fin, unas pequeñas reflexiones para el anonimato de cualquiera que lea esto, a ver si su espíritu navideño se transforma del gregarismo al personalismo. Al menos disfrutaremos de las navidades como periodo de vacaciones.

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